domingo, 4 de marzo de 2018

APOLOGÍA DE LA RAZÓN AUTÉNTICA 4






 

IV. La Trinidad Potencial


Dado el problema ético como la trascendencia de la tragedia a la comedia, veremos ahora cómo esto corresponde a la razón, voluntad y perdición respectivamente. Para ello, quisiera descontruir el sistema nitzscheano de Apolo y Dioniso (razón y voluntad) agregando un tercer partido de perdición a quien llamaré Hades. Así, aparte de lo apolíneo y dionisíaco, en mi filosofía hablaré de lo hadésico. Sin embargo, mi versión de Apolo y Dioniso será muy distinta a aquella pensada por Nietzsche, particularmente, por el hecho que el Apolo y el Dioniso inexistencialista tendrán diferentes funciones según su estado y necesidad espacial. Apolo no sólo representa la ilusión civilizada que enmascaramos sobre nuestros propios instintos, pues, también la razón, en su potencial propio, los somete al juicio de la realidad. Asimismo, Dioniso como representación de la vida y la voluntad de poder, tiene un antagonista, impropio a su propiedad voluntariamente, o también, el hecho intencional de perder esa vitalidad y ese poder, siendo el mero placer hedonista y decadente de ser. Con Hades vendría el antagonista definitivo e impropio por totalidad a Dioniso y Apolo en cuanto a ser la negación de lo racional y voluntario que, no obstante, se adentra en mí. Para comprender mejor esto, trataré cada uno por separado, procediendo a los esquemas y su interrelación. 



¿Quién es Apolo? Primeramente, le llamaremos la razón. Hasta este punto la razón sólo nos interesa en un grado de potencial, es decir, por su función y capacidad. Cuando hablamos del Apolo nitzscheano, hablamos de la razón mística e ilusoria, el velo de Maia, la civilización, o según la mitología, el arte, la poesía y la música, siendo, pues, esa facultad que supercede las esencias y las decora. De aquí, aquello que es, se transforma hacia lo que se quiere que sea, simplemente, porque la voluntad lo quiere así. Ahora bien, al tratar la razón desde esta definición no podemos definirla por otra cosa que ilusoria, pues, estando en este nivel facticio abarca tan sólo una extensión de lo que es en tanto que, al apartarse de su ser, se distancia de su verdad. Si veo un caballo y luego en una pintura le pongo alas, dicha extensión acaba como una falsa representación de lo que he visto. Y si, de lo contrario, veo al caballo y lo pinto tal y como lo veo, hablaríamos ya no de una ilusión pero de una verdad. Sin embargo (y en acorde con Hume) dicha pintura, por cuan perfecta que sea, nunca será idéntica o tan pura como el propio caballo y será simplemente una perspectiva de esa verdad. Y siendo una perspectiva, la percepción de la verdad es siempre fenomenológica, como ya Kant y Husserl lo habían afirmado. Mas, específicamente con Husserl, aparece la razón como una función que trasciende de la realidad a la esencia. La razón puede moldear, retrasar, avanzar, interpretar y predecir la verdad, cimentándose en simples experiencias. El fenómeno de causa y efecto, por ejemplo, nace a partir de simples perspectivas y la repetición de lo que Hume llama “impresiones” como especulación trascendente de los hábitos empíricos. Que el fuego quema, que el agua moja; todo esto, nace a partir del asociacionismo y, específicamente, la trascendencia de lo experimentado. Por lo que trascendencia, en un entorno mundano, es la potencia evolutiva que generamos a partir de los hechos. 



Antes de adentrarme en la razón como facultad trascendente, distinguiremos lo apolíneo en dos campos: el lógico y el analógico. En ambos casos hablamos de perspectivas utilitaristas que la mente crea, pues, por encima de todo, la razón es un mecanismo defensivo. La única diferencia notable es el potencial, siendo, en el primer caso, impropio y real y, en el segundo, propio y falso. Lo apolíneo analógico es la falsedad que encubre a lo verdadero: la civilización que encubre la selva, la religión que encubre a la naturaleza. Es este el Apolo nitzscheano, es decir, embellecedor de los instintos primales y la tendencia hacia el mito. Esto quiere decir que lo apolíneo analógico no sólo embellece, pero también nos aliena de nuestra verdad en tanto que nos aleja de ella por su extensión ficticia. Como el ejemplo del caballo, también la mente juega de esta manera respecto a lo que percibe. Yo puedo tener un amigo que la sociedad clasifica “malo”, pero, por ser mi amigo, mi Apolo analógico seguirá diciendo que es bueno.



Por ende, lo apolíneo analógico no es más que la independencia de la realidad; el mundo que creamos a partir de la realidad pero que no pertenece a ella; la base de todo el inexistencialismo. Por otro lado, tenemos lo apolíneo lógico como perspectiva directa de la realidad o lo que percibimos tal y como es. Es la verdad simplemente y sin extensión alguna, o lo que popularmente se conoce como ciencia. Que la suma de los cuadrados de los dos lados pequeños en un triángulo recto equivalgan al cuadrado del lado más largo (a2 + b2= c2) sería un ejemplo del Apolo lógico. Mas luego llega la distincción de lo que Leibniz llamó verdades de razón y verdades de hecho. El teorema de Pitágoras es una verdad de razón, como lo es la matemática, la aritmética, la geometría, etc. Las verdades de hecho serían puramente las ciencias sociales como la política, la psicología, la sociología, etc. Sin embargo, y como el modelo nitzscheano, todo esto parte de la necesidad de Dioniso. 



La voluntad y el mundo dionisíaco comparten, semejantemente, una dualidad dentro del devenir. Apolo es la extensión de Dioniso, pero así como lo apolíneo provee la necesidad espiritual de lo dionisíaco, existe una “disponibilidad racional” que es la pérdida de la racionalidad como medio al placer. Al tratar la razón y voluntad, hablamos de dos mundos distintos que, empero, pueden consolidarse cuando los fines son anexos a un deseo o facultad de ordenamiento. A la misma vez, estos dos mundos, cada cual con su respectiva zona potencial y cuya naturaleza limitada acaba rigiéndose por sus propias normas, se distancian dentro del propio ser. Esta relación puede tratarse desde el propio esquema de deber y placer; cuando el Apolo lógico es dogmatizado hacia la conveniencia social y brota la contradicción dentro del propio hombre, dado cómo su voluntad no desea esa conveniencia y tiene la propia que, por su misma naturaleza, sería individual. Y aquí esa contradicción se patentaría sobre la base de simples categorías donde abarca el escrúpulo de satisfacerme a mí mismo o a los demás. Consecuentemente, la contradicción y el propio devenir del ser estiman valores que no siempre serán los mismos, por lo que la vida, en realidad, no puede definirse por otra cosa que el Caos. 



Ahora que se patenta esta distinción de principios, podemos encajar la dualidad de Dioniso en acorde a su función con Apolo. Y esto no es más que su alianza o distanciamento respecto a la realidad. Es evidente que cuando Dioniso trabaja en unión con Apolo, tenemos, en primer lugar, una concordancia y función por trascender; el velo de Maia que surge a partir de nuestros instintos y su voluntad por extender su deseo hacia la complejidad estética. Mas, desde la perspectiva del potencial, vemos que cuando Dioniso se “racionaliza”, en realidad, encaja dentro de una de las dos funciones apolíneas, que es, como ya dijimos, lo lógico y lo analógico, o semejantemente, el razonamiento y la imaginación. Cuál de ambos ejerce cada individuo personalmente, corresponde al propio “querer” voluntario de la persona y hacia dónde quiere llegar con ello. 



¿Y cómo es posible que el potencial dionisíaco llegue a ocupar el espacio del potencial apolíneo sin repelerlo? Porque, como en la física, los conceptos ocupan espacio y no pueden darse a la vez (salvo en potencia). Entiéndase aquí potencia como el modelo aristotélico que procede al acto y como algo que se distingue del potencial por su carecer de intensidad; por lo que puede servir como portador de esa intensidad y auxiliarle. Con esto, la razón es siempre neutral y sencillamente envuelve las intensidades hasta abarcar su nihilización. ¿Quiere decir esto que la razón es siempre omitida? No, más bien capta intensidades y las reduce a potencias (conceptos, recuerdos, etc.) que, por sí solas, poseen un valor semiológico respecto a lo que es la concepción del mundo, su ordenamiento y su despertar; puesto que aún en potencia y gastados, el valor de los conceptos puede estar en desacuerdo con la voluntad, generando intensidad y el acto mismo de pensar positivo o negativo, Motivo por el cual la razón en sí misma es siempre neutra y establece su dualidad en el evento de estar como portadora de lo dionisíaco o hadésico. Esta es la versión inexistencialista de la reducción eidética en la Fenomenología donde, en lugar de esencias, hablamos del cero infinito.   



Al tratar lo dionisíaco adentrándose en lo apolíneo distinguimos lo lógico y lo analógico en razonamiento e imaginación, claramente, en función del dominio respecto al potencial de Apolo y Dioniso; uno como la razón que somete a la voluntad y el otro como la voluntad que somete a la razón. En el primer caso hablamos de la perspectiva de esencia (y atención aquí que perspectiva de esencia es muy diferente a la esencia como tal, la cual no podemos conocer y sólo especular como existente). Sería el equivalente a un fenómeno inerte de las cosas tal y como se nos presentan. La segunda mitad del proceso tiene que ver más con la concepción de Locke respecto a las ideas. Claro que, en mi perspectiva, las ideas complejas no nacen simplemente por la combinación de ideas simples, sino por el potencial que se invierte hacia lo dionisíaco. 



Como los seres vivos, las cosas inanimadas también poseen intensidades empíricas que nos afectan, muchas de las cuales, van acordes o encajan con nuestra voluntad. Cuando esa intensidad, en este caso positiva, se adentra en la razón, la enajena y la conmueve hacia una perspectiva accidental de esa esencia para volverla imaginaria. De aquí la lucha del potencial apolíneo y dionisíaco se da por conveniencia dado cómo las funciones de ambos siempre abarcan un consentimiento frente a la necesidad y supervivencia del ser. En unos casos se conserva la imaginación por eludir la crudeza de la realidad y, en otros, se procura gastar esa intensidad hasta abarcar su nihilización. Este esquema ratifica, a su vez, que la sabiduría y la felicidad son antagonistas. En primer lugar, porque la felicidad está sujeta a un límite; ser feliz como sublimación del placer sobre la razón hacia lo imaginario. Además, hablaríamos de un potencial propio que es limitado en todo momento contrario a la sabiduría que es ilimitada y, por tanto, menester de un potencial después de otro. Semejantemente, la razón por esencia “neutral”, que alcanza constantemente la nihilización y el orden en el cero infinito, tiene un pequeño fallo que es su disponibilidad de albergar un nuevo potencial por espacio. Por tanto, el hombre sabio, siendo neutro, es más vulnerable al Caos.



Toda esta primera fase comprende la fase dionisíaca de supervivencia; cosa que incluye la superioridad, el poder, la fama, la soberbia, etc.; pues, trabajando en concordancia con la razón (un mecanismo defensivo) se sublima hacia la inmortalidad de ser; la necesidad humana por crear, inventar, mitificar y, en corto, trascender hacia el infinito como “ideal”. Empero, ya que cada potencial es un mundo que se rige por sus respectivas funciones, se aparta según su necesidad y capacidad; siendo el razonamiento y la imaginación que procede la ciencia y el mito (lugar donde me separo completamente de Nietzsche con llamar la religión algo apolíneo y la decadencia algo no dionisíaco). 



La fase dionisíaca de decadencia comprende el instinto puro, sencillamente, por su facultad irracional que procede a la bestialidad total y la voluntad que se aparta de la razón voluntariamente.  El término “decadente” emana, sobre todo, del hedonismo y la necesidad del placer puro. Contrario a la felicidad que es una sublimación del placer y, en gran medida, apolínea, por trabajar en concordancia a la razón, la decadencia trata simplemente al placer por esencia, siendo, pues, lo irracional. Al tratar el sexo, las drogas y el alcohol, en realidad hablamos de la voluntad que se aísla de la razón o, específicamente, el instinto que le hace perder su potencial. Euforia sobre sentido, cuerpo sobre mente, inconciencia sobre conciencia; la necesidad de acoplarme fuera del orden y dentro de un Caos que me corresponde efímeramente. Y aquí enfatizo la naturaleza efímera de esta función, no sólo por la constitución anexa que llevamos en potencia con la razón, sino también por la perdición y lo hadésico que acaba cuando la razón es desdeñada y la voluntad pierde su intensidad. 



Pero esta decadencia abarca su propio límite, pues, decaer en simples términos no es más que perder la razón y dejar a la voluntad vulnerable, o sea, en su estado puro donde es víctima a la contrariedad caótica de la perdición. Además, la cantidad de intensidad es proporcional al tiempo que se gasta y pierde su potencial, por lo que, mientras más alta sea la culminación placentera, mayor será su vulnerabilidad por perderse y acabar en lo hadésico. Como consecuencia, el mundo de Hades surge como la antítesis de la voluntad. Definimos ya a Apolo como una ilusión o perspectiva de la verdad; Dioniso es la verdad individual como potencial, o mismamente, mi verdad y Hades, la verdad contraria a mí. Importante recalcar que la inexistencia en este aspecto es verdadera y real, pero como Caos que la razón y la voluntad no registran como partes de ellas mismas. Y dado el poder superior de la inexistencia, se acaban anulando por ella. Por tanto, no hay que ver tanto la inexistencia hadésica como lo que no existe físicamente, sino como la fuerza que nos elimina en general. 



La naturaleza de lo hadésico surge como oposición a lo que somos y lo que queremos ser (en cuanto voluntad y razón) y no necesariamente a partir de la decadencia dionisíaca. Puede brotar como un simple concepto que contradice mis principios u otra voluntad que hiere mis sentimientos. La perdición, como ya la he definido, es lo irracional e involuntario, algo que no es mío y que no pienso y, no obstante, está ahí y existe, irónicamente, para hacerme inexistir. Por este punto surge la duda que, si Hades es algo contrario a mí y no me pertenece, ¿cómo es posible que tenga la disposición de pensar y actuar negativamente? Pues, por las mismas razones que la voluntad puede adentrarse en la razón. Aunque una voluntad sea contraria a mí, todavía participa de las mismas características que una voluntad posee. Y siendo la razón una función neutra, puede almacenar esa verdad contraria para perjudicar tanto mi razonamiento como mi voluntad (por lo que el razonamiento negativo de tantos pensadores pesimistas como Schopenhauer no son, en ningún sentido, auténticos). En esta etapa, la razón y la voluntad siguen existiendo en potencia pero todas las funciones que poseen son condicionadas por Hades. Aún durante la perdición, Apolo sigue pensando y Dioniso sigue sintiendo. Mas los pensamientos y sentimientos negativos van contrarios a mi ser, que implica que no estoy razonando ni sintiendo lo que soy.  La función apolínea de Hades, en tal caso, sería la locura y el sufrimiento.



El sentido hadésico en el esquema apolíneo de lógico-analógico, come hemos dicho, neutro y consecuentemente disponible a dar espacio como voluntad contraria, es también sujeta a las mismas funciones sustanciales de la razón. Sin embargo, como es algo contrario a mí, dicha función se transforma en una enfermedad que nos posee y nos domina a merced del exterior la cual, fuera de mí y como inexistencia, deriva en la totalidad del Caos; una especie de posesión. Mas, aun conservando, sus propiedades sustanciales, la razón sigue funcionando en acorde a lo analógico-lógico respecto al ser, en el caso de Hades, siendo la locura y la angustia. Las paranoias que uno crea sobre algún suceso y el mismo hecho de exagerar las tragedias abarcan el campo analógico de la razón respecto a las cosas. Y como es lo imaginario para lo dionisíaco, la locura hadésica, también es falsa. 




La mayor parte de los trastornos psicológicos, particularmente la esquizofrenia, comprenden un campo analógico de la realidad donde se exagera un hecho que se cree verdadero y se vive como verdadero y, no obstante, se aparta completamente del hecho en sí, volviéndolo falso. Por consiguiente, la locura no es más que exagerar la esencia hadésica al punto que soy yo mismo quien se vuelve Hades y me autocondeno. Claro que la razón, por su propia naturaleza, es un mecanismo defensivo y la culminación exagerada de la perdición, aun cruzando el límite de la sanidad, pierde su intensidad negativa y el potencial apolíneo se reintegra analógicamente para generar un mundo alternativo; que como todos sabemos, es el mundo apartado de la realidad del que todos los locos nos hablan. En cambio, el Hades lógico concreta el hecho como es (quede clara la diferencia entre sufrimiento y depresión). La frase, “Mi tía ha muerto” es el sufrimiento que denota que mi tía ha muerto. Pero la depresión se iría hacia lo analógico diciendo, “Mi tía ha muerto, ya no podré seguir adelante, mi vida está por los suelos, etc.” Esto también explicaría el suicidio ya que la razón perdida, cuyas funciones esenciales defensivas se encuentran contaminadas por la locura del Hades, interpretan la muerte como táctica evasiva del dolor que la apresa.
 



Existen excepciones a esta regla, sobre todo, cuando respecta a la venganza y la envidia donde el núcleo del potencial no está en sí mismo. La primera emoción comparte la misma naturaleza de la depresión, pero el núcleo de culpa va hacia el otro en lugar del ser. La envidia no es muy diferente ya que desea el ser del otro y, en su cualidad imposesible, recurre a hundir ese ser como respuesta a equivaler la propia voluntad a la ajena.  En estos casos, hablamos de lo hadésico como medio a recuperar lo que se ha perdido o no se ha llegado a poseer. La venganza que busca recuperar lo dionisíaco y la envidia que busca poseer lo apolíneo. Sin embargo, aun buscando poseer lo apolíneo con la envidia, el potencial hadésico está en la voluntad, pues, pese a tener una carga positiva, lo gastado es una zona neutral en potencia y cede espacio a otras intensidades. Por tanto, la voluntad poseída por lo hadésico, invierte sus funciones, dado cómo hasta ahora la supervivencia y la decadencia eran medios intrínsecos de recibir sensaciones. Al cederlas, en verdad, se logra lo contrario, es decir, robar a otros de su supervivencia (envidia) y la decadencia de mi adversario (venganza). 




Para muchos podrá sonar poco verosímil, por el hecho que la venganza también puede robar la supervivencia y la envidia puede hacer decaer, pero es sobre todo, el potencial que se busca reestablecer. La venganza que procura recuperar a Dioniso hiriendo a Hades y la envidia que busca entrelazar Dioniso con Apolo despojando los ideales de otros; empleando aquí supervivencia como la conciencia de la mortalidad y la decadencia como pérdida involuntaria que me provoca una reacción por perder lo ajeno; contrario a la necesidad de inmortalidad y la pérdida voluntaria que vendría con Dioniso. Sin duda, esta es la función más primitiva por reintegrar el orden propio al ser, aunque también cabe la posibilidad de asumir el orden individual mediante la creatividad apolínea de volver lo hadésico en dionisíaco. 



Antes de entrar en el tema apolíneo de razonar lo perdido, debo hacer referencia al esquema entre Apolo y Hades. En el párrafo anterior, describí el esquema dionisíaco y hadésico: la función negativa por positivizarse mediante un impulso antagonista contra lo antagónico (envidia y venganza). No obstante, también existe una función exterior, donde el potencial no está en sí mismo y la razón asume su propio potencial con una voluntad contraria (hadésica) reemplazando, por consiguiente, el ser propio y dionisíaco. Anteriormente, hablaba de un Hades apartado de Apolo donde domina la perdición sobre la razón, siendo lo involuntario e irracional, en cuanto a su juicio y su necesidad. Aquí la intensidad hadésica es superior a la apolínea y no es una decisión particularmente tomada por la razón. Con Dioniso, hemos concretado la decadencia como función voluntaria hacia la independencia racional, pero, ¿qué sucede cuando es la razón la que elige separarse de lo dionisíaco? 




He aquí la metafísica de la moral: La tendencia de Apolo por elegir algo contrario a la voluntad acaba, ineludiblemente, en una situación de infelicidad por complacer al otro. Hasta el mismo Kant nos dirá en su obra, “Fundamentación metáfísica de las costumbres” que un hombre moral no puede ser feliz. Y esto se debe a que la razón es una función que tiende hacia lo universal y la voluntad se limita a lo particular y lo individual. De aquí, Hades reemplaza a Dioniso (involuntario) y Apolo permanece funcional (racionalmente), empero, vulnerable a perderse en la plaga hadésica de lo irracional. Creo que el mejor ejemplo para demostrarlo es que, aun moralmente, lo dionisíaco es reemplazado por lo hadésico y, siendo la voluntad mi verdad y la perdición la verdad contraria a mí, la gente moral vive para los demás. Mismamente, el caso de los valientes puede nacer sólo de este esquema, pues, alguien que voluntariamente se enfrenta a un conflicto lo hará por poder, siempre y cuando ese conflicto sea menor que mi capacidad por conquistarlo. Pero si es mayor, la voluntad es siempre cobarde por su deseo de conservarse, y por encima, la razón como mecanismo defensivo que la aparta. Mas, en este esquema, hay razón y perdición, por lo que, el uno genera un ideal trascendental (del más allá, el heroísmo, etc.)  y el otro peligra su existencia por carecer un impulso vital de conservación.  



Empero, la segunda manera de acoplarse a este esquema de Apolo y Hades, corresponde al tema antes mencionado sobre la racionalización hadésica hacia lo dionisíaco. Hades en su potencial óptimo nos condiciona a un estado involuntario e irracional. Período durante el cual la razón y la voluntad carecen el impulso de pensar y querer (positivamente). Con el pasar del tiempo, Apolo y Dioniso comienzan a recuperar su potencial dependiendo de cuánta intensidad contraria se genere por las mismas funciones en su estado hadésico; el hecho que “el tiempo cura todas las heridas” se debe a esto. Quede claro que, aún sujeta a las misma estructura potencialista de tiempo y espacio, el potencial de Hades es superior al ser, dado cómo es el Caos mismo que nos embiste. Sin embargo, desde el punto de vista hadésico, se encuentra en una situación impropia e, igualmente, contraria a la voluntad y la razón, ergo, disgregando su potencial de lo universal a lo particular donde también es víctima de un territorio impersonal donde el ser es superior. 



La angustia del hombre tiene más que ver con Apolo y Dioniso que con Hades, puesto que en su estado de nihilización, lo apolíneo y lo dionisíaco identifican lo hadésico como algo malo y desagradable. Consecuentemente, se dejan llevar por el Caos y abandonan su identidad. Y existe el caso, por ejemplo del alcohol, donde la voluntad carece un potencial en lo hadésico y, no obstante, renace el potencial placentero para olvidar penas; todo en proporción al dolor que sentirá invariablemente con una borrachera común (que explicaría la tolerancia o intoxicación rápida respecto a la voluntad de un potencial menor).  Los mecanismos de defensa son otra alternativa que elige lo apolíneo para enfrentarse a la perdición; la zona de conciencia que, a pesar de ser limitada, tiene la capacidad de almacenar intensidades para dar lugar a otras (la represión que guarda las intensidades negativas y las reemplaza por positivas, la regresión que despoja su potencial para aparentar misericordia, la negación que rechaza Hades en un estado hadésico, etc). Pero, de todos los mecanismos de defensa, yo haré énfasis en la racionalización.  
   


La razón en su estado esencial, sirve como mecanismo de defensa, pero cuando es condicionada por la perdición, puede volverse nuestra peor enemiga. Mas, pese a estar en lo hadésico, es un mecanismo de defensa en potencia que siempre tenemos la disponibilidad de activar. El problema, como dije antes, es que la razón es una función neutra y puede asumir un potencial positivo sólo en asistencia de la voluntad que almacena. Por consiguiente, la primera fase de reestructuración tiene que ver con el mecanismo de racionalización. En psicología, se define como un medio para justificar nuestra desgracia, empero, aquí la emplearé como medio para transformar lo hadésico en lo dionisíaco. Razonar la perdición, no es más que volverla parte de mi voluntad (mi verdad). Esto no quiere decir que he de justificar lo hadésico como algo que es parte de mí, ya que tendría el mismo efecto de pensar negativo y deprimirme. Tampoco significa cubrir dicha negatividad con experiencias positivas puesto que el efecto de esto, acabaría en la represión de esa negatividad y el aumento probable de ésta cuando decida emanciparse. 



Más bien, la razón debe reconocer el devenir, eliminar el concepto de eternidad y trascender lo hadésico. Contrario a la norma aristotélica, en mi filosofía, todo está en potencia: de ser otra cosa, de volverse algo nuevo e, incluso, finalizar por algún sentido futuro. El concepto de acto es lo mismo que hablar de una fotografía; algo estático que contradice el propio Caos del devenir. Si mucho, podemos decir que algo está en acto si alcanza un orden total. El movimiento que Aristóteles y Tomás de Aquino atribuían a Dios como motor inmóvil es, en verdad, la potencia de las cosas por llegar al acto. No existe un acto total moviendo el Todo; más bien, Todo está en potencia de llegar al acto total. Dios, en este arreglo, sería lo último en ser creado. En lo que concierne la trascendencia, debe conceptualizarse lo hadésico como algo semejantemente efímero y, ante todo, se debe recordar la voluntad: lo que soy en verdad. Por tanto, la racionalización de lo hadésico es soberbia, no en el sentido de presumir o jactarse ante los demás, sino de reintegrar la fuente principal de la voluntad a su sitio. A partir de recordar lo que soy o idearme como figura suprema, lo dionisíaco renace y se vuelve superior a lo hadésico. Curiosamente la cualidad enfermiza de vanidad que tiene el ser humano, también es su cura al percibirse de esta manera. 


Para conseguirlo, debemos concebir el mundo como una secuencia recíproca del Todo y el Uno según la perspectiva espacio-temporal que la constituye. Curiosamente, la superación de lo hadésico es correlativo a la física del Universo. El Todo del Caos penetra en el ser como voluntad hadésica que nos angustia creando, por consiguiente, la perdición que aniquila nuestras facultades para razonar y sentir auténticamente. Y con el gran pesar que supone tolerar el Todo caótico, hablamos de potenciales con voluntades individuales; el Uno, en dicho caso, comprende siempre una perspectiva minúscula del mismo. Por otra parte, las intensidades se caracterizan por ser más fuertes cuando la zona espacio-temporal es menor (como el piquete del mosquito que concentra todo el comezón en un mismo punto). 



Dentro de nuestro egocentrismo, tendemos a confundir el Uno con el Todo pensando que, un  hecho negativo, supone el fin del mundo del cual no hay escapatoria. Ante esta noción apocalíptica, muchas personas sobreviven en el tiempo y superan las tragedias, pues, incluso el Uno diacrónico se va expandiendo como el propio Universo hasta volverse, inevitablemente, parte de ese Todo. Pero si desde el principio identificamos ese pesar hadésico como un Uno dentro de ese Todo podemos, mediante la racionalización, expandirlo hacia su nihilización neutral. Algo que se limita a ampliar la zona espacial con dimensiones y figuras alternativas y extender la zona temporal en dirección opuesta a la etapa sincrónica de perdición; que, dada la tendencia de sufrir en presente y pasado, suele ubicarse en el futuro (salvo en casos como la ansiedad donde se remedia con la actualidad del futuro en el presente).  

  


Sin embargo, siendo Hades una cualidad real y semejantemente intensa en negatividad, la racionalización no basta para llevar la perdición a un nivel de razón. La concepción del potencial es, sobre todo, una filosofía activa y, aunque todo está en potencia, el acto se traduce a la acción que significa a ese potencial: su función. El potencial es la energía que determina el grado de las acciones. La evacuación de lo hadésico procede directamente del acto (como el quehacer de Ortega y Gasset o la praxis marxista). Claro que la racionalización cumple un propósito en todo esto y es que evacuar lo hadésico como hadésico es algo irascible como lo será también en el sentido dionisíaco respecto al instinto puro y animal. Por consiguiente, la razón surge como predecesora del arte de estos impulsos; un arte, no necesariamente ligado a la pintura, la literatura, la filosofía, la poesía, etc., sino, más bien, como la manera ideal de proyectar mis impulsos a las circunstancias. 



Hasta si aludimos a una conquista militar perfecta, siempre hablamos de una estrategia previa por parte del general y una decisión que puede ajustar inmediatamente en el campo de batalla. La inmediatez, rapidez, facilidad y precisión de un arte particular, es la virtud; una cualidad que llamaré innata a pesar de la publicidad del Sistema, “Que el hombre puede hacer todo lo que se propone…”. Premisa a la que agregaría yo, “.... pero no con el mismo potencial”.  Cada quien nace para algo; su virtud recae a una función por simbolizar. Esto marca el significado del Caos como trascendencia en movimiento hacia la finalidad de un orden personal. Respecto a la trinidad, diremos que el fin último de las funciones es, para  Dioniso, mi positividad, mi voluntad y, sobre todo, mi verdad. Apolo quien, aparte de proceder el sentido y la creatividad, conserva y conduce a la voluntad a través de esa búsqueda y, Hades, la motivación contraria que le aporta un sentido a buscar; ya que el Orden no tiene ningún sentido sin haber pasado por el Caos. 


Este ejemplo denota, a su vez, que Apolo, Dioniso y Hades abarcan una realidad práctica y donde los clasifico con una denotación de trascendencia. El Apolo trascendente, el ingenio de procesar todos los impulsos hacia el arte y elaborar sentidos. El Dioniso trascendente es nuestra virtud, tanto amplificada por la razón como motivada por la perdición, que proyectamos a nuestros hechos. En Hades trascendente es reconocer el Caos como una motivación hacia la armonía. Que Apolo alcance la dimensión trascendente implica pensar por sí mismo y representar el arte de mi ser; que Dioniso alcance la dimensión trascendente implica alcanzar la totalidad a través de mi virtud por significar; que Hades alcance la dimensión trascendente significa estar dispuesto al error, enfrentar las desgracias y superarlas. Poco a poco, este nuevo sistema nos conducirá al eslabón enigmático del antihumano. 

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