domingo, 25 de marzo de 2018

APOLOGÍA DE LA RAZÓN AUTÉNTICA 7






VII. Bipolaridad Contingente

Desde la Revolución Francesa, se ha utilizado como recurso moral la igualdad, la libertad y la fraternidad. Dicho planteamiento acude a la idea del hombre como esencia; la humanidad o colectivo que se unifica como Uno. La eficacia de esta moralidad se debe al Ego Radical, puesto que si todos pensamos que somos iguales, nace la falacia que lo somos en forma cuando, en realidad, son las diferencias accidentales aquellas que determinan lo que seremos (dado que el Antiego es aquello que ratifica que no hay igualdad alguna).


Hay gordos y flacos, fuertes y débiles, bellos y feos, inteligentes e ignorantes, virtuosos y viciosos, encantadores y amargados, etc. Siendo todos humanos, somos iguales; no obstante, el inteligente tendrá más privilegios que un ignorante para ejercer ciertas tareas como el ignorante tendrá privilegios sobre el inteligente para ser feliz. Y si generalizamos el fin universal de todos los seres humanos como felicidad, el contenido que sostiene sería la evidencia de nuestra desigualdad como seres pensantes en tanto que la felicidad es siempre una perspectiva individual de lo que quiere la voluntad. Se incorpora luego la fraternidad como práctica de entes iguales por deber o por querer algo que pienso parte de mí mismo. Pero como el hombre es siempre egoísta, se agrega la libertad para compensar su propia superación. 


Con esto también aparece la religión y la política, donde se proyecta la incapacidad de gobernarse sobre un soberano físico o espiritual. Creo que el problema en todo esto es intentar vivir en acorde a un solo ideal en vez de tener varios que se aceptan como diferentes. En cambio, el Yo absoluto establece una ideología universal que se limita a pocos y que renuncia a todos los que no se comprometen: el Sistema. La solución a esto viene por lo que denomino una bipolaridad contingente.      
                                 


Para toda moral, el punto de partida es la ética. En este caso, fundo mi moral en la karmética. Ya que el bien y el mal existen de una manera semiológica, la moral puede darse sólo de una manera espontánea. El bien y el mal nacen como resultado del juicio; lo categórico respecto a la circunstancia de nuestra elección. Esto implica cómo la carencia del juicio abole el concepto del bien y el mal en sí. No obstante, el potencial no intenta limitar una capacidad; más bien, busca experimentar con ella hasta encontrar el arte o dominio virtuoso de ella. El arte de juzgar se atribuye al conocimiento del principio y fin ético; el bien primitivo que por arte se vuelve sabiduría y el mal crudo que por arte se vuelve astucia. Este proceso consiste, primero, en el karma de nuestra decisión (voluntaria) que se adopta instantáneamente como identidad, atribuyéndole un extremo dialéctico en potencia de ser contradicho. 


Asimismo, es la manera que juzgamos y priorizamos ciertos conceptos sobre otros. Si yo detesto que llueva, la lluvia sería mi perdición; cosa que no implica que mi odio hacia la lluvia la provoque. Sin embargo, como todo hecho es tiempo y espacio, si llueve y la paso mal, el potencial de contemplación tendría mayor probabilidad de darse tras la nihilización de lo odiado. La karmética establece que a pesar de que odio la lluvia, sé inevitablemente que va a llover y que me sentiré mal a causa de ello; estableciendo la negación de la lluvia como medio a mi bienestar. La bipolaridad contigente es, por tanto, mi respuesta al estímulo de llover y no llover que hago para prorrogar el bienestar y superar el malestar. 



Siendo un hecho circunstancial, depende del momento y la situación que se ejerce. Para ello es necesario identificar el dato específico de ambos antagonistas. ¿Qué es lo que me gusta cuando no llueve y lo que no me gusta cuando llueve? Supongamos que sea estar seco y estar mojado. Si estoy en mi casa y está lloviendo, elijo no salir porque detesto mojarme (sabiduría); si estoy atrapado en la lluvia, utilizo un paraguas para estar seco (astucia). La diferencia entre sabiduría y astucia es que la primera es un conocimiento previo que utilizo para controlar el entorno y la segunda se sirve del entorno disponible para resolverlo.  La sabiduría surge de la experiencia; la astucia, de la capacidad.



Sin embargo, por la naturaleza propia del potencial, no puedo ser sabio y astuto en todo. Hay numerosas experiencias que no he vivido o nunca llegaré a vivir como habrán tareas en las cuales no soy capaz ni llegaré a serlo. Aquí la sabiduría juega el papel importante de reconocer las limitaciones del Yo, tanto en lo que puedo hacer, lo que no puedo hacer y lo que no he intentado. Consecuentemente, debe aparecer primero una metafísica del Ego para resumir por qué soy lo que soy y en qué entorno puedo ejercer lo que seré. Si soy antisocial, no puedo ejercer correctamente en situaciones sociales. La sabiduría se empeañará en reconocer por qué soy antisocial y dónde podré funcionar adecuadamente; en el lugar correcto o in ius locum. Si lo complicamos más y digo que aparte de ser antisocial, detesto la soledad, la astucia entra en juego con la capacidad que debo desarrollar para conseguir la aceptación de los otros así como la sabiduría de saber quiénes comparten los intereses que pretendo exhibir. 


Dentro de este esquema karmético, el error es la base de la sabiduría y el combustible de la astucia. Al confundirme, estoy aprendiendo lo que no soy o lo que no me pertenece en ese espacio temporal concreto, sea por falta de conocimiento o ausencia de capacidad respecto a lo buscado. El potencial no es siempre el mismo: un escritor se bloquea, a un informático le falla el ordenador, un futbolista tiene calabres en las piernas y un donjuan puede no conseguir a la chica; lo que en mi libro "Ensayo sobre la Inexistencia del Universo" llamo el Antimundo.  En ocasiones, la restricción de la virtud se debe al entorno donde la pensamos liberar puesto que siempre existe una legislación oculta en los alrededores y, como en el Cosmos, nos volvemos asteroides flotando en el vacío. Igualmente, la base karmética de juzgar y priorizar apunta a que los objetivos que más valoramos sean inevitablemente nuestra ruina en caso que la circunstancia o la capacidad sean verdades contrarias (hadésicas); un hombre cuyo juicio estipula al amor como el valor más alto se volverá un atormentado si busca chicas que amen la salsa y no sepa bailar; por lo que la importancia que le damos a las cosas y la espectativa que esperamos de ellas son la fórmula más definitiva para perdernos.    


Si regresamos al modelo aristotélico de potencia y acto, notamos que el potencial de cada individuo se divide en dos campos (el Ser y el Mundo). Por un lado, tenemos aquello que nos llena como intensidad positiva o negativa y la identidad que determina la razón en conceptos del anhelo voluntario y su antagonista perdido. La intensidad es inherente al objeto que se desea o no se desea, siendo, pues, el potencial que alberga la voluntad y la perdición respectivamente. La naturaleza humana respecto a la intensidad es siempre hedonista; cuando es positiva se intenta culminar y cuando es negativa se busca suprimir. La culminación del placer y supresión del dolor comprenden la esfera mundana del acto en tanto que debo culminar y suprimir mediante un hecho; incluso, el descanso que, por ser mundano, figura el acto de no actuar por suprimir la fatiga. 


Debido a que todo está en potencia, el acto es la necesidad por abandonar lo potencial y Ser en el Mundo como infinidad placentera. Claro que por la propia naturaleza del Inexistencialismo, el acto humano sólo puede culminarse o suprimirse a partir de la nihilización lo cual implica la inexistencia que conlleva a una nueva potencia. Si hablamos de un potencial ilimitado como acto total, seguramente debe ser inmóvil como fuerza motriz de las cosas pero también debe ser vacío para ejercer la totalidad del movimiento; por lo que el espacio vacío es lo que Aristóteles llamaba Dios. En cuanto a la moral, el paso de potencia a acto llega a ser una expresión de lo que deseo como bueno y malo de mí en el mundo. Por ello existe una virtud de donde debe partir toda bipolaridad contingente. 


        
El conocimiento consiste en recibir lo que no tengo registrado como tal y que percibo en función de una necesidad. Como ente en carencia, estoy vacío; me lleno luego de suplirse la necesidad con el objeto alcanzado. Sin embargo, aquello que me llena no siempre es coherente a mi voluntad y sucede, también, que la propia voluntad se vacíe mediante un ente perdido. La necesidad psicológica es siempre información: sobre lo que he conseguido o no pude conseguir. Mi necesidad de amor por una mujer en particular implica la posibilidad de conquistarla o perderla. Pero aquello que determina el placer y el dolor, no es lo sucedido, sino lo interpretado del propio suceso, es decir, la información. 


La manera que me informo sobre el mundo depende de la identidad karmética que pide la voluntad y que archiva la razón. Inevitablemente, aquello que nos llena repercutirá en lo que será nuestra conducta. En cuanto potencia y acto, nos comportamos según la información que hemos acumulado hasta el momento de evacuar nuestros impulsos hedonistas. Si me lleno de dolor, puedo actuar enojado para sacarlo, triste para aceptarlo, indiferente para reprimirlo, etc. ¿Dónde encaja la moral en todo esto?  Pues, en canalizar ese dolor y ese placer con arte. A partir de los otros, nos llenamos y somos potencia. El acto es la manera de mudar la potencia hacia un equlibrio total. Mas, la inevitabilidad de la carencia me conduce a vaciarme y permanecer en potencia; acabando en una compulsión por actuar y equilibrarme. 


Por ello la moral, en lo que respecta la relación con los otros seres humanos, en cuanto homeostasis, paz y seguridad con mis semejantes, no es sólo la inmoralidad del vicio que conlleva a su antagonista. Es decir, un hombre vicioso puede atraer su perdición con actos viciosos derivados de su egoísmo, pero un hombre virtuoso también puede atraer la perdición a través de la envidia de su virtud. Por lo que "ser moral" de una manera eficiente depende más de ser agradable y caer bien que de ser virtuoso o vicioso, respectivamente. La virtud no acompaña la verdadera moral sino, más bien, el carisma de la persona que emplea, en dicho caso, el buen vivir como objetividad empática de la voluntad que se muestra y perdición que se esconde. Tener carisma es contagiar alegría a los ángeles y demonios indistintamente, puesto que cuando llegue el Juicio Final, ni Dios ni el Diablo te tocará. Y dicho carisma brota gracias al equilibrio de bipolaridad contingente in locum suum que se siembra con sabiduría y se reparte prudentemente con astucia.



Ahora bien, la bipolaridad contingente aparece en función del Uno y el Otro; primero como las acciones que llevo acabo para equilibrarme individualmente; segundo, para comportarme respecto al mundo según la manera ingeniosa de actuar. En el primer caso, hablamos de una división entre voluntad y perdición racionalmente, es decir, mi manera de expresarme mediante mi virtud (donde, igualmente, debe recaer todo concepto de prioridad). Moralmente, el ser humano tiende a mezclar sus emociones en la realidad, dedicándose a labores que aborrecen y donde la virtud no llega a ser dezplazada con arte. Por consiguiente, se vive un Caos emocional donde la voluntad y la perdición están sujetas al chance. 



Sin embargo, la virtud puramente artística es canalizada por la razón que la conduce a ser, desde su potencia, a una realidad concreta. Como un potencial en culminación, ambas deben estar separadas para alcanzar una intensidad mayor en el lugar que le corresponde, es decir, la voluntad en la vida y la perdición en el arte. A un nivel estético, lo bello es su propio complemento y no necesita volverse arte; más bien, debe vivirse. La inspiración propiamente voluntaria (como moral) se representa en la propia vida como la culminación del ansia dionisíaco. Todo aquello que no encaje en nuestra forma de vivir o que sea contrario a mi voluntad, lo proyecto en el arte; la fealdad que transformo en beldad. Dicho arte nace con la virtud o la función que nos significa como realización de lo que verdaderamente somos. La perdición es la arcilla que debe esculpirse hacia la voluntad, o mismamente, lo que uno es. Incluso si hablamos de un arquitecto que hace todo de encargo, siempre lo hace con un estilo que lo significa como individual. El sentido de la vida aparece viviendo o creando. El amor puede significarme, tanto como escribir un poema por no tenerlo; la diferencia es voluntad y perdición.   



No obstante, esta bipolaridad debe unificarse cuando hablamos de la relación con los otros. El hecho que el carácter fuerte denota cierto grado de perdición y la voluntad genera afabilidad implica que la moral respecto al mundo debe funcionar en unión, es decir, por su contingencia. La voluntad y la perdición en el carácter nacen como medio a comunicar las cosas que necesito o que irrumpen mis límites respecto a la contrariedad de mi propio Yo. Por ejemplo, que alguien escuche música cuando tengo ánimo de fiesta me conduce a pedirle que le suba volumen; si, en cambio, tengo dolor de cabeza, pido que le baje. Mas por el propio problema del Ego Radical, la persona puede negar mis deseos. Está en su propio mundo y no querrá subirle o bajarle a la música. 



Por esto es tan importante la sabiduría y la astucia puesto que se modifica el entorno y no la persona. Si quiero que le suba volumen y me dice que no, puedo buscar algún bar con música que me agrade o cantar la canción de manera desafinada para que le suba y no me oiga. Si quiero que le baje y me dice que no, me mudo a otro cuarto donde no lo escucho o me coloco tapones en los oídos. La sabiduría consiste en cambiarse de un potencial a otro; la astucia en modificar el que está. La idea fundamental es de mantener el equilibrio de mi propio Yo, manipulando el entorno. En este esquema, ser sabio es más virtuoso y ser astuto es más pragmático. En el sentido moral, la sabiduría intenta no meterse con el otro, mientras que la astucia intenta manipularlo hacia la conveniencia propia. En la bipolaridad contingente es imperativo utilizar ambos, pues, el sabio y el astuto aprenden mucho más y alcanzan sus fines, aún conservando cierto equilibrio con la satisfacción personal.              



VIII. Conclusión

¿Qué es la razón auténtica? ¿Qué intento decir en estos siete capítulos? Seguro que es la pregunta que se estará haciendo el lector a lo largo del libro. Hasta ahora he descrito todas las aberraciones de la razón clásica. Primero, la razón del Sistema o del “contrato social” donde se establece una razón externa que piensa por todos mediante leyes y normas sujetas al control de una minoría política, religiosa o económica. Segundo, la razón moral tradicional que por un lado intenta censurar todos los aspectos concupiscentes de la voluntad y, por otro, se deja sumergir en espirales hedonistas que la enmohecen. Tercero, la razón pesimista que juzga falsamente debido a la invasión caótica de una verdad contraria, tergiversando el sentido de las cosas. Cuarto, la razón eudemonista que busca emancipar su sentido mediante una felicidad que poco tiene que ver con la sabiduría. Quinto, la razón científica que se conforma con el aspecto material y la estructura del mundo sin interesarle el sentido filosófico de las cosas. Sexto, la razón oriental que excluye el razonamiento y, por consiguiente, cualquier especie de motricidad indispensable para evolucionar. Séptimo, la razón proyectada por las necesidades egocéntricas del pensador que, debido a su exteriorización, no pueden contemplar la verdad ni razonar en su sitio apropiado . En este último punto, la razón auténtica será justamente la razón en su sitio apropiado (in locum suum); es decir, neutra por esencia, suficiente como potencial y activa con razonamiento. Y, más allá de eso, la razón auténtica es la razón de la creatividad y el sentido; una función que se rige por las artes descritas para generar ideas nuevas y aportarle significado a las cosas. Es la única razón que podrá hacernos evolucionar y la única razón con la cual podemos ser llamados especies racionales auténticas.      


domingo, 18 de marzo de 2018

APOLOGÍA DE LA RAZÓN AUTÉNTICA 6



 


VI. El Ego Radical


¿Somos todos egoístas? El ser humano es la especie más soberbia de la Tierra; en efecto, mientras más complejo sea el ser humano, más soberbio se vuelve. Esta no es obra maligna como pensarían las religiones, sino, más bien, un proceso natural por la conservación del Yo. Ahora bien, la proposición del Ego Radical no es más que un modelo potencial de la realidad supernarcisista del ser humano según su propia perspectiva y cómo todos los juicios que tiene son una distorsión de su propia existencia. En verdad toda percepción que tengo del mundo, incluyendo cosas, personas, animales y lugares, resultan por ser una visión distorsionada de mi propio ser en tanto que proyecto el mismo, y mi karmética, hacia lo que no soy. Es decir, todo aquello que se presente ante mis sensaciones, llego a etiquetarlo como mi propio Yo. 



Esta teoría promueve muchas dudas, particularmente, bajo la especulación racionalista que parece promover. Mas, siendo un inexistencialista, mi única preocupación es el potencial y el Ego Radical será una proposición anexa al Inexistencialismo. Para definir con exactitud su naturaleza, primero debo desechar la noción idealista que el mundo externo es una imagen extraída de mi propia cabeza; el Mundo existe, el Otro existe y, semejantemente, Yo existo independientemente de los demás (cosa que entraré en detalle más adelante). Sin embargo, la realidad independiente del Ego es maculada por éste a ser propiedad total del mismo, cubriendo al mundo objetivo (de verdad) con la capa subjetiva (de ilusión); la realidad siendo la arcilla que moldeamos a nuestro parecer y conveniencia. 



Un niño que ve a un perro en las calles, probablemente, correrá hacia él buscando una diversión cualquiera. Después de varios días de entretenimiento, lo querrá de mascota para jugar con él en el campo eterno de su mente. Para esto, debe apropiarse de él y convencer a todos del aspecto lícito de su propiedad. Siendo un niño, tendrá que acudir a la decisión de los padres para ser aprobado; los padres, por su lado, deben asegurarse que el perro no pertenezca a nadie y que, por razones de salud, no tenga alguna enfermedad contagiosa y severa. Al final todos acaban contentos: el niño por conseguir un nuevo amigo, los padres por ver la felicidad de su hijo y el perro, semejantemente, por encontrar una casa y comida con gente que lo va a querer.




Este ejemplo trae a luz el egoísmo clandestino de las cosas. Primero, que la necesidad de apropiación busca poseer el objeto y, en ocasiones, dominarlo para extraer de él un goce individual. Freud hacía la distinción entre Yo y Objeto; según el Ego Radical, para mí son la misma cosa en tanto que el Yo etiqueta el Objeto como sí mismo. Objeto del cual pertenece toda función externa hacia lo individual (no sólo las cosas, sino también los seres vivientes). Como un ejemplo similar que el propio Freud mencionó al hablar del narcisismo y, en realidad sin darse cuenta, del supernarcisismo:


Así, la «Internationale Zeitschrift für Psychoanalyse» ha publicado recientemente el caso de un niño, que entristecido por la muerte de un gatito, declaró, a poco, ser él ahora dicho animal y comenzó a andar en cuatro patas, negándose a comer en la mesa, etc..;


Y veremos a menudo que la posesión y el dominio estarán unidos la mayor parte del tiempo, dado cómo al poseer sentimos la libertad de dominar o cómo, al desvanecerse esa potestad, nuestra posesión intenta poseernos y luego dominarnos. Ahora bien, al apropiarnos de algo externo surge la consecuencia inevitable que el objeto sea ya propiedad de una fuente ajena o que el objeto de nuestra voluntad resulte idéntico al objeto de otro. En el primer ejemplo, si el perro hubiese tenido un dueño o si otro crío tuviese semejante anhelo de poseerlo, entonces el niño encontraría un conflicto en cuanto al objeto de su deseo; con esto nace el término comúnmente referido como la competencia. Y es compitiendo, precisamente, que el Ego lucha por la victoria, no sólo del objeto que intenta poseer, sino también, sobre el rival que busca aniquilar. Evidentemente, el nacimiento de la competencia originó la necesidad de compartir que, en verdad, no le exime de su propio egoísmo, resultando, más bien, como una justa distribución de satisfacción a los individuos que participan de los medios. 




Esta última parte muestra el verdadero origen del bienestar y el malestar: la satisfacción condicional del Ego. Cuando el mundo gira a nuestro favor, sentimos bienestar; cuando gira en nuestra contra, sentimos malestar. Con la aparición de conceptos perdidos nace la primera evidencia del mundo exterior ya que no hubiese lógica en decir que el mundo de mi angustia sea un producto voluntario de mi mente; es por Hades que sabemos de la existencia independiente del mundo externo. El bienestar aparece cuando este mundo concuerda con nuestro deseo o, en el caso de los más ignorantes, cuando parece concordar. Sin duda, el bienestar es resultado de una exitosa conquista o dominio del mundo respecto a nuestra intención egoísta; el malestar aparece cuando este dominio nos domina en el evento que un antagonista (perdición) se presente ante la voluntad del Ego y lo recluya. 




Existen dos temas importantes respecto al desplazamiento del Ego: el potencial suficiente y el potencial deficiente. Ambos abarcan puntos de concentración potencial a los que llamo núcleos. El potencial equivale a un mundo y este mundo se rige según las condiciones a las que se expone, por espacio y tiempo, a un núcleo determinado (el centro y corazón del mismo). El núcleo depende de la intencionalidad causal que procede la necesidad del Ego para ser en tanto que dicha necesidad abarca el mundo que complementa la carencia. Cuando hablamos del potencial de la conciencia, nos referimos, específicamente, a la atención. Quede clara la diferencia entre núcleo y atención; el primero que utilizo para ubicar el espacio y tiempo concreto del potencial y el segundo que conecta el núcleo con el razonamiento para generar ideas. El potencial como capacidad activa, el núcleo como lugar concreto, la atención como puente revelador y la razón como entendimiento progresivo. 



Ahora bien, ya que la fuente de todo esto es un Yo absoluto, todo proceso que lleven a cabo estas cuatro funciones, serán en función del Yo, siempre obedeciendo la norma que el mundo está maculado como uno mismo. El potencial deficiente, por ende, es el potencial en el núcleo del exterior, o bien, el Yo proyectado. A pesar de existir un ser, el origen racional que determina que dicha proyección sea, provoca que el potencial de su procedencia difumine su funcionamiento consciente para dar lugar al potencial deficiente en el exterior; es decir, a nivel de conciencia, el Yo proyectado hace que el Yo real deje de existir. En efecto, dicho funcionamiento pasa a ser inconsciente por el período y la capacidad que se atribuye al nuevo potencial sujeto, en totalidad, a la atención. Como el potencial es un mundo con una zona respectiva (alcance de la conciencia), las leyes que lo determinan dependen de los elementos incorporados a ese mundo y la clasificación que la razón atribuye a estos elementos según la potestad arbitraria del Yo. Ergo, este mundo y los elementos incorporados a éste serán interpretados como uno mismo, pues, la atención no es más que la conciencia del Ser en el Mundo.




Al hablar del potencial deficiente, hablamos de necesidad consciente o el ser proyectado hacia el mundo que no somos. Dicha naturaleza aparece primero con los valores del Yo, y concretamente, el Yo definido como sí mismo. La voluntad elige lo que es y lo que desea y siempre elige y desea su propia imagen, puesto que la voluntad es hedonista y lo semejante agrada. Debemos recordar que la karmética se basa en el juicio. Pero también hay que considerar que dichos juicios son en una parte juicios de razón, y en otra parte, juicios de voluntad. Lo cual ratifica que muchas veces nuestra voluntad ancla su Ego en las cosas y, por mucho que esa proyección siga fluctuando, el código karmético de la voluntad lo establece como propio (ejemplo de juicio de voluntad: nunca elegimos de quién nos enamoramos).




Tras crearse una imagen definida del Yo, la razón archiva esa imagen y nace el concepto de identidad. La identidad es el código de la voluntad; fundamenta en ideas lo que se quiere y lo que no; lo que somos y lo que no somos. Cuando la identidad es patente, nace la voluntad de ser y querer aun si lo que se quiere siempre es algo que no somos. Alguien solitario, que según su identidad, no le gusta la soledad, buscará la compañía. Mas esta compañía debe agradar para que indemnice la soledad, con lo cual, debe ser idéntica a la identidad. Y la codependencia será el potencial deficiente total que cae en evidencia sólo al entrar en la soledad misma.




El hecho es que, aún si aquello fuera de nosotros no es lo que somos, pensamos que lo es por mera conveniencia (personajes maculados con nuestros códigos supernarcisistas), ya que uno mismo sólo es un conflicto al pensarse como otro, especialmente, un otro hadésico. Cuando la conciencia se proyecta, ese potencial es uno mismo en el otro, pues, la zona que le corresponde ya no es el “ser” sino el “parecer”, es decir, un ser que intenta reflejarse en lo ajeno y, sin darse cuenta, deja de existir. La función concreta del potencial deficiente es encontrar en el mundo y los demás lo que no somos y queremos ser. Mecánicamente, lo clasificaría como la amplificación de la conciencia por buscar información y satisfacer la voluntad. Mas, en vistas que el potencial está en el exterior, el Yo está en el exterior y, como aquello en el exterior es el otro, el Yo se encuentra condicionado por esa realidad distorsionada. 




Tomemos como ejemplo una vasija que tiene cincuenta años y que mi tía me dejó en su testamento antes de morir. La llevo a mi hogar y la coloco sobre una cómoda donde permanece diez años más. Pero un día mi primo pequeño la tira accidentalmente y se rompe en mil pedazos. Aquí existen varios temas importantes respecto al Yo absoluto. Primero, mi tía a quien, racionalmente, archivo como tal y le correspondo un cariño particular. Al proyectarse, ese cariño sirve la función de querer más, en su estado deficiente, como el Yo que se contempla a sí mismo con la expectativa de ser amado. Cuando muere, ese potencial desaparece y me deprimo. No obstante, mi dolor no es por mi tía, sino por la idea de ella. Por lo tanto, mi dolor no se debe a la muerte de mi tía, sino a la muerte de mí mismo. Al recibir la vasija aparece el valor que venía del cariño y los cincuenta años que se conservó intacta. Su valor se intensifica al saber que fue costosa y el elemento exclusivo que mi tía me dejó en su testamento. Por consiguiente, el valor que le aporto a la vasija cumple la misma función que el cariño. Ahora en mi identidad, hay una vasija. Pasan diez años, le dejo de poner atención y hasta en momentos, se me olvida que existe. Pero cuando mi primo la rompe, me siento mal y me enfado con él. No porque se haya roto la vasija, sino porque me he roto yo mismo.      
 



En todo conocimiento existe una especie de “rebote” entre el Ego y la realidad. Mediante la atención, abarcamos núcleos de interés que nos definen o nos complementan según la temporalidad que comprende cada potencial y el grado de necesidad que atribuye la voluntad; un tipo de nihilización constante que nos conduce al potencial suficiente. Como el ejemplo de la vasija, el potencial suficiente nace cuando nos percatamos del fraude del Ego Radical; lo que llamaría el Antiego. Esto es caer en evidencia, la epifanía de la inexistencia del Yo proyectado que implica reconocer que el otro existe por ser algo distinto e incluso contrario a nosotros (hadésico). El Antiego es el puente del potencial deficiente al potencial suficiente. Aunque no siempre es el caso ya que incluso el Antiego puede conducir a que la persona vuelva a proyectar su Ego hacia otro potencial deficiente con tal de negar la existencia del potencial suficiente.También cabe la posibilidad que el Antiego no se proyecte, por ejemplo, a alguien que no se identifica con lo proyectado (no me cae bien, es de otra clase social, no me gusta como viste, etc), en cuyo caso, no hablaríamos de un potencial deficiente o suficiente, ni un vínculo o puente entre ambos, sino, más bien, lo que llamaría un Antiego Perfecto. Este ejemplo es el que tiene más que ver con gente de un potencial deficiente medio o un potencial suficiente alto; a priori para el deficiente y a posteriori para el suficiente. En el primer caso, reservado a un pequeño espacio marginado y proyectándose al resto y, en el segundo, el fruto de un potencial suficiente evolucionado, pues, ya la persona no se ve reflejado en los demás y, por tanto, no se proyecta sobre ellos.




Con la muerte de mi tía, muere una parte de mí, mi personaje, etc. Sin embargo, el potencial suficiente comprende el hecho que quien verdaderamente ha muerto es ella, que la vasija era una vasija en sí misma y que mi primo no es parte de mí por haberla roto. ¿Y si, en el mismo ejemplo, hubiese sido yo el culpable de romper la vasija? Cuando la culpa recae en el Yo, aparece la negación de la identidad y, consecuentemente, la depresión, la irritabilidad, etc. El potencial suficiente es el mundo de la verdad, donde el Yo y lo ajeno se distancian uno del otro como entes individuales dentro de un panorama general; contrario al potencial deficiente que asume generalmente lo ajeno como parte del Yo individual. La mayoría de la gente está atrapada en este último, pues, el potencial suficiente es un reconocimiento que nace a partir del juicio voluntario de la persona por separar el Yo del Otro. Y la reacción más inmediata frente al potencial suficiente es negar dicha verdad y apartarla de mi zona, en este caso, proyectándome nuevamente a otro Yo deficiente. 

El fenómeno de las masas y la empatía también puede explicarse por esta vía lo cual, en lo primero, se manifiesta como proyección caótica de cada Yo en la multitud (ergo la irascibilidad de los individuos proyectados a un grupo y la carencia propiamente de razonamiento) que, desprovisto de una proyección concreta, buscan la autoridad de un líder más poderoso o, mismamente, la culminación de todos los Egos proyectados de sus miembros en una misma figura; como señaló ya Le Bon. La perspectiva organicista de McDougall igualmente da luz, no tanto al factor de organización eficiente de masas en su cuanto a su congregación, sino al factor de estaticidad que supone la proyección de los participantes respecto al tiempo, los lugares, los miembros, etc.  La cohesión de la masa vía el libido del Psicoanálisis es, en cambio, errónea, puesto que es el
Yo mismo y la identificación soberbia (como potencial deficiente) hacia la multitud, lo que mantiene los lazos afectivos. La energía sexual coartada de sus fines no explica, como lo haría el Ego Radical, a la figura del ermitaño; no acaso por ser solitario pierde su libido, a lo que, más bien, pierde la necesidad de proyectarse como potencial suficiente ante una ausencia patente de identificación.



Asimismo el tema de la empatía sería fácil de comprender según estos principios en tanto que las neuronas espejo, como su mismo nombre implica, quieren ver reflejado su Yo en el Otro. Preston y de Waal exponen que "nos proyectamos activamente dentro de otra persona" (potencial deficiente) y Decety que, en cambio, señala que buscamos "forjar conexiones con gentes cuyas vidas parecen totalmente ajenas a nosotros", a lo que agregaría, el factor del Antiego y potencial suficiente de aquellos que sí reconocemos como ajenos. El llamado "rebote", mencionado anteriormente, como dialéctica de la proyección entre el Yo verdadero y el Yo falso, da a conocer por qué la gente con empatía permanece en un estado intermedio, o bien, entra y se retira como ha explicado Aristóteles en la anagnórisis del héroe trágico y Breithaupt similarmente en la caída y la culpa como exordio de identificación y distancamiento del observador. Mismamente el hueco en la pintura de Velásquez y la escritura de Goethe para invitar al espectador dentro del relato. Es decir, me proyecto en lo bueno como potencial deficiente y me alejo en lo malo como potencial suficiente; todo, en acorde, a la inexistencia del Yo en las cosas.


El grado de proyección en el otro, igualmente, se da en diferentes porcentajes, con lo cual, puedo estar proyectado y conservarme en mí mismo a la vez, reconociendo estar en el otro sabiendo que no lo estoy realmente. El Síndrome de Estocolmo y la Teoría del Chisme de Dunbar puede, del mismo modo, reforzar la presencia del Ego Radical (incluso con su aparente contradicción) puesto, que incluso como algo malo, que representa la violencia del primero, nos proyectamos en los villanos por su inaccesibilidad al Ego (un sentido desesperado por apoderarme de aquello que no puedo ser o tener) mientras que, en el segundo caso, el tercero invisible representa el Antiego de aquello que, con mis Egos proyectados y poseídos, hace alarde ante el mero hecho de mofa. En otras palabras, nos proyectamos más en aquellos que no podemos ser o poseer (dando, por tanto, menos valor a lo que ya poseemos) y, al no poseerlo, buscamos criticarlo en su ausencia. Que también ratifica cómo las mujeres buscan la inaccesibilidad del Macho Alfa; una vez poseído y moldeado a sus deseos, lo abandonan como Macho Beta inmasculado. 


Pongamos ahora el caso de los amigos. En gran medida, la amistad es posesión de envidia o vanidad comparativa; en tanto que elijo como amigos quienes me identifican o tienen cualidades que no poseo en mi identidad. Un músico frustrado tendrá como amigo a un compositor; un borracho buscará a otros borrachos como él para llevar acabo su ebriedad; una mujer hermosa tendrá amigas feas para complementar su belleza. Consta también referir un amigo aprovechado que sólo saca del otro algo que éste produce para su identidad pero que no forma parte de la identidad por sí misma (un potencial suficiente voluntario como medio al potencial deficiente de provecho).




Si hablamos del sacrificio que define una verdadera amistad, hablaríamos de un Ego sacrificado que ante, los ojos del beneficiario, inspira compasión al propio Ego; por lo que uno se sacrifica por algo que considera parte de sí mismo y el otro se halaga del sacrificio que se ha hecho por él. Al hablar de traición,  consistiría en el potencial suficiente que brota a partir de la ilusión ensimismada que pensamos parte de nosotros y que luego cae en evidencia por su Antiego como algo ajeno por haberme agraviado. Del punto de vista del traidor, sería el potencial suficiente de alguien que me dejó de beneficiar y que excluyo de mi identidad por nihilización deficiente. Sucede lo mismo con la infidelidad. Una ninfómana se acuesta con muchos hombres puesto que no encuentra uno solo para satisfacer el ideal de su amor perfecto; por lo que la promiscuidad la habilita a unificar varios en uno. Si entramos en la monogamia, por ejemplo, una mujer fiel enamorada de un hombre que se acuesta con varias, nacen los celos como potencial suficiente de la amante y el novio que se intenta reposeer; puesto que el amor, en este esquema, es lujuria egoísta o querer ser la única que comparte su lecho. 




Además el amor es un potencial deficiente por estar proyectado hacia el exterior, pues, siempre estamos enamorados de lo ajeno como medio a distorsionar el Ego hacia un punto de inexistencia propia, correspondiendo lo que el Yo puro no es. Como Fromm diré, igualmente, que el amor es la emoción menos egoísta y, en mi filosofía, la máxima expresión de la proyección del Yo. En dicho caso, tiene, por un lado, la gratificación exponenciada del sentimiento al ser correspondido pero, por otro, tiene también el mayor potencial suficiente al no serlo. Esto podemos corroborarlo cuando las parejas empiezan noviazgos lisonjeros y acaban siempre en peleas augurando el final de la relación (puesto que el Antiego ya empieza a manifestarse al romperse los esquemas iniciales sobre la otra persona). 




Pero si hablamos del desamor, pasa algo más terrible en vistas que un corazón roto no es otra cosa que el Ego volviendo en forma de perdición. En este sentido ni siquiera existe un potencial suficiente ya que el propio Ego viene fragmentado y, en su cualidad hadésica, se vuelve inexistencia pura donde la razón y la voluntad requeridas para resucitar la identidad se hayan fuera de alcance. El Ego, por tanto, no existe. Motivo por el cual los desenamorados son los más propensos a ejecutar actos de locura hacia sí mismos o sin reparo sobre los demás. No obstante, existe una variante a esta fórmula, pues, la devolución fragmentada del Yo puede ser devuelto al objeto amado en forma de ira extrema (odio); por lo que la disputa sobre el opuesto del amor se maniefiesta por dos vías; el desamor como culpa atribuida al Yo real y el odio como devolución agresiva del Yo fragmentado.




Respecto al amor familiar, comprende el potencial deficiente entre el creador y el creado; la madre que ama al hijo que salió de su vientre y el hijo que estima la madre que lo cuida desde niño. Mismamente, cómo un padre quiere trascender sus deseos personales a través del hijo y éste que se opone a su arbitrio por no formar parte de su identidad. Es como el Complejo de Edipo/Electra de Freud/Jung que, desde la perspectiva del Ego Radical, el hijo establece a su madre como primer y único amor. No creo que el padre sea visto como un rival. Más bien el hijo se proyecta en él para amar a su madre y cualquier rivalidad aparente recaería en el Antiego o percatarse que no es su padre; lo mismo para hijas con el padre y la madre en el Complejo de Electra. La superación de los Complejos no tiene que pasar, en mi opinión, por las fases psicosexuales (oral, anal, latencia, fálica, etc) sino, más bien, penden de la fragmentación de ese amor al resto. Es decir, cuando el amor exclusivo de mi madre se reparte a mi padre, mis abuelos, mis hermanos, etc. No por una cuestión de humanismo universal del Yo, sino porque ese amor primero y único, pierde intensidad al repartirse entre varios. 




¿Qué concluimos a partir de esta naturaleza supernarcisista? Si toda la percepción está sujeta al Yo y su proyección falsa sobre la realidad, entonces el potencial suficiente es la única posibilidad para encontrar lo verdadero. La nihilización del mundo deficiente como la contrariedad misma en el mundo, nos conduce al juicio esencial del Yo como propio y el otro como ajeno; así como pensamientos propios y emociones puras; o sea, sin la idea proyectada y falsa estimación de lo sentido. Cabe centrar en lo gastado aquello que me pertenece temporalmente; puesto que la propiedad sólo existe como idea de permanencia. El potencial deficiente es una proyección de la conciencia hacia el exterior cuyo espacio temporal se recluye en lo impropio como función irracional. Para que una función ejerza como es debido, debe ubicarse en el entorno que le corresponde; in ipsa ratio o la razón en el cerebro. En acorde con el budismo, diré que el hombre sabio es aquel que se desapropia de la realidad, pero dicha renuncia se suspende del juicio y no del objeto en sí. Juzgar el mundo como ente impropio y opuesto a mi control total; simpatía por el Caos en cuanto a ser algo que no soy. De aquí que el Ego puede conocer la naturaleza del resto y armonizarse con los otros. La manera de hacerlo, es a través, de la moral.