viernes, 19 de octubre de 2012

ENSAYO SOBRE LA INEXISTENCIA DEL UNIVERSO 3





LA QUINTA DIMENSIÓN

La realidad tal y como la concebimos, así como la existencia que implica mudarse en su entorno para transformarla, consta de varias facetas que difícilmente podrían considerarse reales. Puesto que hablamos de un perspectivismo atado a una abstracción constante de la cosa en sí. Existen cuatro dimensiones conocidas por la física que determinan la verdad según una profundidad de perspectivas la cual, carente de virtud, define la misma como una evolución del detalle que compone su estructura formal. Por encima de estas cuatro dimensiones, existe otra que analiza y conoce la evolución de la estructura desde su propia perspectiva: la conciencia. Y a partir de la llamada quinta dimensión hay, igualmente, un campo infinito de perspectivas que se constituyen sobre el eje de las primeras cuatro y, por consiguiente, buscan escaparse de la verdad para dar lugar al sentido.

La Primera Dimensión. O la dimensión esencial, es la concepción eidética de la realidad. La idea platónica, como fundamento y origen de las ideas existentes, plantea la existencia de las cosas como imágenes a priori de lo que constituye una realidad. Puesto que las ideas como imágenes parten de la experiencia, la primera dimensión, en cualidad a priori, se reservaría a las ideas lógicas, físicas, químicas y matemáticas; su contraparte, a posteriori, serían todos los objetos que se imprimen en la conciencia y que, semejantemente, concebimos como ideas (en imágenes) de la realidad ya constituida. Al centro de los extremos racionalistas y empiristas, lo defino sencillamente como todos los rasgos formales que constituyen la realidad. Por un lado, como partes íntegras de un Todo y, por otro, como formas susceptibles a grabar su contenido en otras dimensiones. La primera dimensión es la verdad más esencial que, partiendo de una esencia universal del caos carece, empero, de un sentido filosófico. Algo que no debe confundirse con el sentido científico de su lógica formal. Es decir, nos explica el por qué de la realidad en sentido mecánico pero no en sentido metafísico.

La Segunda Dimensión. O la dimensión plana, es la representación constituida en las ideas de la realidad. No se trata de la realidad o la experiencia misma sino, y reiterando el punto anterior, de la existencia que se imprime en la conciencia a posteriori. Dicho de otra manera, es la imagen tras el contacto empírico con la entidad. Debo aclarar que esto es una representación de la realidad y no una realidad en sí misma, pues, consiste de un retrato o ilustración que integra las imágenes asociativas de la mente en fotocopias referentes de la experiencia. Como un mecanismo natural del ser para organizarse lógicamente en su entorno e interactuar con el mundo que lo rodea; adaptándose, anticipándose y guiándose por la verdad constituida en impresiones a la vez que adquiere nuevas imágenes experimentadas. La segunda dimensión, en lo que la conciencia respecta, corresponde a todas las especies vivientes que se limitan a sobrevivir en la realidad que se les presenta mediante las vivencias (impresas) y la causa y efecto (humeano) que plantean los estímulos del entorno. Se le puede considerar la dimensión del aprendizaje y su nivel de sentido es mayor ya que deviene en un producto de la realidad más pura.

La Tercera Dimensión. Esa realidad pura que reúne todos los elementos materiales dotados para imprimir o ser impresos por otros elementos. También corresponde al entorno físico donde los elementos se distribuyen e interactúan los unos con los otros. La tercera dimensión posee mayor profundidad y se aparta de la esencia para formar la entidad que representa. Consiste, pues, de la existencia material y palpable donde todas las experiencias toman lugar y a partir de la cual se apoyan las dos primeras y dos últimas dimensiones. Por ejemplo, si hablamos de una roca, la primera dimensión se identifica por las propiedades químicas y físicas que la constituyen, la segunda dimensión como idea de la roca y la tercera dimensión en la roca misma; tanto por su composición subatómica como por la ideación que se tiene en la conciencia de ella. La tercera dimensión también incluye todo el potencial y zona circunscrita de una función que, como organismo, cosa y entorno, determina la creación de otras dimensiones superiores que trataré en los siguientes párrafos. La verdad es, por tanto, más auténtica que en cualquiera de las otras dimensiones mas no goza de un sentido metafísico por tratarse de una entidad limitada a la materia y su orden casual. Cosa que, en cambio, inspira el sentido de dimensiones mayores y define una verdad más esencial en dimensiones menores.

La Cuarta Dimensión. Es aquella que determina el mundo imaginario a partir de la tercera dimensión, semejantemente, material y corpórea, y la transformación que el sujeto puede ejercer sobre ella. Se distingue de la segunda dimensión por no tratarse de impresiones o fotocopias exactas de la realidad. Más bien consiste de una construcción elaborada y creativa de aquello que la materia inspira sin serlo como un potencial del sujeto a la curvatura espacio-tiempo sin estarlo. La inducción y la deducción, la resolución de problemas, la imaginación y la realidad y, primordialmente, todos los pensamientos que se elaboran a partir de hechos reales, como también, la anticipación de los sucesos que formarán o no (en caso imaginario) el mundo real y existente. Asimismo implica cualquier conexión espacio-temporal entre potenciales dispersados anacrónicamente. Sería el ejemplo de ver una casa construida en un lugar donde no la hay o recordar el terreno desierto cuando ya está construida. La cuarto dimensión se puede considerar un lapso en la curvatura espacio-tiempo como construcciones racionales que se edifican en la realidad sobre la base de meros conceptos de entendimiento o como diagramas de futuras realidades.

La Quinta Dimensión. Dentro de todo, hay que agregar una última dimensión que engloba o sintetiza todas las anteriores en la conciencia propiamente. Para llegar a comprender el potencial de la conciencia como quinta dimensión, podemos considerarla como una evolución poligonal. La primera dimensión es la línea, la segunda es el círculo, la tercera es la esfera, la cuarta el plano donde rueda o podría rodar y la quinta es el prisma. Esta quinta dimensión es la base de todas las percepciones desde la cualidad más minúscula a la más compleja. Por ello la analogía del prisma; que refracta todos los colores de la luz blanca para mantenerse pura y discrepar su entorno. Es, sencillamente, la conciencia subjetiva tal cual; aquella que percibe la realidad en todas sus dimensiones subyacentes y supremas. Pero, sobre todo, la quinta dimensión es el estado de la conciencia presente y el potencial de percepción en un estado particular que se ejerce, en concreto, por la acción correspondiente que la vincula. Una llave multidimensional sujeta al devenir constante de la actividad.

Para comprender mejor este punto, debemos clasificar la quinta dimensión por su infiltración material o su infiltración intelectual. En el primer caso, consideremos un día de limpieza doméstica normal. Se barre el salón y el pasillo, se limpian los cristales de la ventana, se friegan los suelos, etc. Antes de llevarse acabo, hay una pereza general por realizar todas estas labores. Mas, al poco tiempo de comenzar, uno se adentra en la acción funcional de la limpieza y deja de presentar un problema. Incluso, al final del todo, la voluntad está más pendiente de la suciedad; viéndola y quitándola de áreas que no se veían o que ni siquiera importaban. En todo este proceso, semejantemente banal y sin importancia, data la evidencia de la quinta dimensión vía la infiltración material, o igualmente, el cuerpo físico que, condicionado por las circunstancias funcionales de la acción realizada, percibe la realidad de una manera distinta.

En el segundo caso, consideremos un hombre casado que se entera, por una tercera parte, que su mujer se está acostando con su mejor amigo. Aunque no haya una confirmación real que su mujer le sea infiel o que su amigo lo haya traicionado, el hombre entra en un trance de celos, rabia y dolor. La mera mención de su mujer o su amigo reinician el sentimiento de pérdida como la idea imaginada originalmente que, del mismo modo, está en potencia de engendrar nuevas imágenes cada vez más independientes de la realidad. Por lo que tenemos una idea de procedencia afín a una realidad distorsionada, en toda probabilidad, errónea o falsa, que puede erradicar un mundo independiente de la existencia propiamente. El condicionamiento a una situación constituida por ideas o por simulaciones de la realidad no experimentadas (en carne) y cuya fabricación repercute en la sensaciones de dicha construcción imaginaria, comprende la infiltración intelectual a la quinta dimensión.

En ambos casos, hablamos de la razón auténtica o conciencia reducida a la neutralidad que, no obstante, accede a otra perspectiva de la existencia mediante la acción particular que se ejerce (sea pasada o ya vivida). Cabe mencionar que, a diferencia de la cuarta dimensión que crea nuevas perspectivas de la realidad, la quinta dimensión, tanto de infiltración material como intelectual, implica la introducción del ser en otro potencial, en ocasiones, apartado de su esencia pura; cosa que discrepa con la mera idea de otra dimensión donde el ser permanece en esencia y genera una perspectiva potencial. En la quinta dimensión, el ser se transforma o se moldea hacia la idea o el ente que conlleva la acción realizada. De aquí podemos clasificar la quinta dimensión como una conciencia neutra en potencia de positivarse o negativizarse hacia otro estado del ser.

¿Por qué considerar la quinta dimensión como algo vinculado a la temática de la inexistencia? Podría nombrar varias razones. Primeramente, la perspectiva de una realidad y la concepción de la verdad mediante una conciencia particular que sugieren un color refractado en el prisma del razonamiento. Con lo cual se desvirtúa la cosa en sí para acceder a una dimensión (semejantemente individual) de la verdad que conduce a su autenticidad como acción para el potencial concreto del individuo que la percibe. Es decir la realidad no se determina ya por su entidad y esencia verdadera, sino por la clasificación que da el individuo sobre dichas entidades y conmutando las esencias por meros símbolos cuya dialéctica de la misma repercute ya en su ser con mayor ímpetu que la existencia misma. En otras palabras, la clasificación que proporciona al mundo va en acorde a su ego radical de supervivencia y se sustenta en una Dimensión Distorsionada de la existencia. Por lo que el Universo, tal y como lo conocemos como mundo general que engloba todo, ni siquiera existe. Y con esto voy más allá que la versión Berkliana positivista del llamado Nuevo Realismo con decir que ni siquiera existe esa realidad. Lo mismo va para la virtud y la sabiduría.  No es lo mismo que un relojero elabore un reloj a que lo haga un abogado. Ya que, incluso si la dimensión que emana su fabricación sea la misma, la quinta dimensión del relojero es más pura que la del abogado; simplemente porque el primero comprende mejor el trabajo que el segundo. La condición neutra de la conciencia o razón auténtica también procede un estado de constante inestabilidad y cambio que, privado de los hechos para patentar las vivencias, deriva en un estado efímero y caótico del espectro positivo-negativo y su inexorable nihilización en el cero infinito. Y en esto enfatizo la carencia de hechos y la acción disociativa, en cuanto una quinta dimensión independiente de la existencia, en vistas que la infiltración material es prácticamente nula y la percepción reduccionista de la cosa en sí se concibe como una perspectiva individual apartada de la misma. Una percepción que, por ende, se desvincula del mundo material y verdadero para conmutarlo por uno imaginario o ficticio de Otro Mundo. La quinta dimensión constituida por símbolos, ideas, el pensamiento lógico y la creatividad. Cuya necesidad de un sentido total provoca la alienación del mundo caótico y en los cuales la veracidad científica que se le atribuya (por la matemática, la química, la física, etc.), no aporta la saciedad complementaria al significado en cuestión. Trata, entonces, de una transformación de la realidad material para compensar las carencias del caos volcado hacia la inexistencia en el ansia del arte y la necesidad de la misma como expresión o efecto secundario de la ineficacia científica. Esto no es otra cosa que la ausencia del sentido.

Dentro de todo, habría que preguntar, ¿hay una dimensión material o intelectual de la sabiduría? ¿Existe una acción o pensamiento para acceder a ella mediante la infiltración? Mientras que hay muchos actos e ideas que despiertan la actividad racional (la lectura, la música clásica, la filosofía, etc.), la sabiduría es un concepto demasiado complejo para circunscribirse a un acto o pensamiento singular. Primero deberíamos preguntarnos, ¿qué es la sabiduría? De acaecer en un hecho singular de carácter infiltrado lo asociaría, más bien, con la inspiración. El hambre de crear. La erudición y el entendimiento son cualidades del hombre culto. No del hombre sabio. Lo mismo sucede con “saber mucho” o “tener varias vivencias” en cuanto el potencial de totalidad de un individuo, o bien, el estereotipo del resabido que sabe más por viejo que por diablo.También nos remite a preguntar por el instinto animal y el entorno donde se desenvuelve. ¿Se trata de una metodología de supervivencia? ¿Consiste de un individuo que viaja mucho o un ermitaño de las montañas? Lo irónico es que la sabiduría es lo más difícil de conocer. Por un lado, está presente en todas partes. Y por otro, no es Nada. Y no la Nada sartriana en la concepción de un objeto inexistente que se pensaba existente sino, concretamente, la Nada como un mundo material en caos y una dialéctica ilimitada de aspectos positivos y negativos vinculados a la perspectiva individual. Puesto que hablamos de infinitas dimensiones dentro de la quinta dimensión, en el mayor de los casos imperceptibles y, por tanto, inexistentes. Y entre cada dimensión, un cero que neutraliza esos polos para luego reanudarse un nuevo orden en tanto que el nuevo cero, respectivamente, es el mismo en sentido matemático y distinto en sentido ontológico. Categorizando esta Nada en estados evolutivos de neutralidad y que, paradójicamente, contienen mayor sentido como cero infinito in crescendo vía la razón auténtica que la asimila, igualmente, como conocimiento organizado y, consecuentemente, neutral. Por lo que el conocimiento, en cuanto inexistencia, es la Nada como dimesión desconocida de aquello que no sabemos que existe y al conocerse y, por ende,  existir, se acaba consuiendo nuevamente como cero inexistente. En lo que la sabiduría respecta, la clasificaría como la suma o evolución de ceros, o similarmente, el último en proporción al potencial de totalidad, de vida a muerte, en un sujeto existente y diacrónico hasta la inexistencia sincrónica del mismo que patenta en hazañas significativas. Una posible sexta dimensión donde el prisma pasa a ser una bombilla encendida que ilumina a todas las percepciones. 

jueves, 11 de octubre de 2012

ENSAYO SOBRE LA INEXISTENCIA DEL UNIVERSO 2




EL ANTIMUNDO

El destino de la especie humana, tanto de índole intelectual como sistematizada, no pende, en exclusiva, de su capacidad superior de libre albedrío. Las cualidades intrínsecas y las destrezas que pueden llegar a emancipar son obsoletas en ciertos entornos que denomino Antimundos. Comprenden de un potencial determinado por leyes físicas y sociales, en este caso, contrarias al sujeto, que fomentan la incapacidad del mismo para desarrollar su propio potencial. No hay ley o manera concreta para determinar la existencia del Antimundo, pues, irá siempre en proporción al individuo y su Hades personal. Es decir, un entorno cuya sustancia es, por sí misma, lo opuesto a la sustancia del individuo que la accede. Por lo que será subjetiva, personal y, en toda probabilidad, inexistente para todos salvo él mismo.

Empezaré por llamar el Antimundo la “mala suerte” o “mala racha”. Desde el punto de vista filosófico, consiste del potencial espacial-temporal que acuña una serie de circunstancias a cuya dialéctica caótica el individuo responde con una postura contraria a los eventos exteriores manifestados. La putrefacción de la voluntad debido a una razón apática que intuye su inexistencia en un entorno al que no corresponde. Estos instintos podridos provocan la acción física y psicológica en una escala desproporcionada a los sucesos acontecidos. En tanto que se actúa más rápido o más lento, más eficiente o más deficiente, más duro o más suave, etc. Y que, por mucho talento con el que se disponga objetivamente, es opuesto al código establecido y, por tanto, partidario de una dialéctica negativa. Mas, contrario a una dialéctica sencilla y corriente, la aparición del Antimundo se cimenta en la continuidad de las experiencias antagónicas y la conciencia que tiene el sujeto sobre las mismas. Entra en juego una sensación pesimista de los eventos sucedidos, los que suceden y los que están por suceder. La ideación de un mundo negativo modifica, por ende, la entrada de otras experiencias que, incluso siendo congruentes a la voluntad positiva del sujeto, son visualizadas en su antítesis como algo contrario y, consecuentemente, negativo. La constitución del Antimundo nace a partir de la voluntad perdida y la suma de eventos negativos que almacena su potencial temporalmente como días, semanas, meses o años existentes, y que conlleva, empero, a la inexistencia como existencia vivida negativamente; un sentimiento desvinculante del sujeto respecto al potencial espacial del entorno. Según este axioma, puedo enumerar todas sus manifestaciones.

El Antimundo natural o físico. Comprende de una zona real circunscrita a un espacio y tiempo determinado que entra en contradicción con el sujeto. Por ejemplo, si un campesino cultiva patatas y se encuentra una mañana con las cosechas nevadas, encontrará un antagonismo personal por la tierra congelada (espacio real) y la nieve (tiempo real). La situación expuesta se condiciona por el entorno que el sujeto ha ideado o creado y, en cambio, responde, materialmente, como un presencia externa antagonista. Sencillamente por que dicha ideación interpreta la “suerte” en el paradigma de tierra fértil (espacio irreal) y el sol (tiempo irreal) contrapuesta a la existencia acaecida como verdad. El Antimundo natural tiende a ser más general puesto que trata un hecho verdadero que repercute en varias facetas de la existencia colectiva. En el ejemplo anterior, consiste de un Antimundo que afecta a todos los campesinos destinados a esa zona, como tierra congelada y nieve, en tanto que afecta la productividad y la vida derivada en lo que llega a producirse y lo que no. Volviendo al esquema filosófico, la perdición o factor hadésico en contra del sujeto comprende la mala suerte de lugar, tanto del individuo como la zona donde sucede, para determinar la constitución del Antimundo y lo que, ontológicamente, procede la incapacidad de obrar, correctamente, dentro del mismo. De aquí la naturaleza impide el desarrollo de la función y el potencial se condensa hacia una entidad imperfecta, o bien, la inexistencia propiamente.

El Antimundo psicótico o personal. Tal como lo describía antes, su constitución repercute en la negatividad que reside, y a su vez, impide que lo positivo sea positivo y lo negativo deje de serlo. En este caso, se trata de una dimensión o permanencia en la esfera hadésica por uno o más hechos negativos que impulsan al sujeto hacia el caos contrario. Consecuentemente, la razón y la voluntad propias al individuo son reemplazadas por la perdición mientras que el eslabón que conlleva a su emancipación racional y volitiva se bloquea por la esencia irracional e involuntaria que la inhibe. El resultado es un mundo distorsionado donde se lucha contra ese antagonismo partiendo de las funciones inherentes a cada área (la razón defendiendo y la voluntad viviendo) y que, poseídas por la perdición, generan un producto ajeno a su función y el entorno que lo engloba. La pieza clave está en que, estando la perdición dentro del organismo, la razón y la voluntad luchan contra el propio ser hasta expulsar el virus hadésico como lo haría el cuerpo físicamente. No obstante, y en el sentido psicológico, estas últimas se contradicen en la medida que la razón clasifica todo negativo como recurso de adaptación para escudarse de la negatividad misma y la voluntad busca la euforia inmediata en actividades como el sexo, el alcohol, las drogas, e incluso, la muerte. En otras palabras, un Antimundo interiorizado donde la función defensiva de la razón es, más bien, ofensiva contra el ser y la función vital de la voluntad busca, en cambio, inexistir. La búsqueda distorsionada de la vida temeraria en la voluntad provoca una contradicción con el mecanismo defensivo racional que, exorcizado de la perdición, pretende evitar, entre tantas cosas, su extinción. La voluntad se limita a eludir el dolor. Y la mejor manera de eliminarlo es no tener la capacidad de sentirlo siquiera. La elección del suicidio que parte de la voluntad. Por lo que elegir, como facultad racional, se transfigura, más bien, en ceder a ella. Y la cualidad infernal del Antimundo psicótico es que, aparte del antagonismo que el ser emancipa consigo mediante la clasificación negativa de su entorno, se distorsiona y resulta, asimismo, inexistente. Por consiguiente, la locura es la inexistencia misma puesto que perdemos la capacidad de elección, contrapuesto, en este sentido, al propio existencialismo y el axioma sartriano que estamos condenados a elegir.

El Antimundo social o cultural. Depende de dos factores: la gente y las convenciones tradicionales que interiorizan. Toda zona y, específicamente, toda Nación comparte una serie de creencias congénitas a un grupo el cual, circunscrito territorialmente como Estado, conforman un imaginario simbólico. Dicho sistema ideológico contribuye a nutrir mentalmente a los miembros confinados al espacio (como territorio) y al tiempo (como conservación de las tradiciones). Por consiguiente, al introducir un miembro extraño a la creencia general habría, en primera instancia, un rechazo por parte de los demás miembros (en sentido social) y, en segunda instancia, un rechazo del individuo adverso a los comportamientos que éstos exhiben (en sentido cultural). Como resultado, el individuo de creencias adversas se ve incapacitado a interiorizar la cultura a la que se expone. Tanto por el rechazo de los demás miembros como por su propia cultura, pues, las creencias también ocupan espacio físico y material en el cerebro. Y no pueden ceder paso a las nuevas hasta que el sujeto deliberadamente rompa con las viejas ataduras de sus vivencias pasadas. El mejor ejemplo en la realidad sería el caso de introducir un palestino en Israel. Sus creencias musulmanas, como el sentido histórico que constituye su cultura, condiciona su inadaptación a la cultura judía que, por rechazo de los mismos a sus creencias y la contrariedad histórica que constituye el imaginario social, impide su integración y, a su vez, la voluntad de pertenecer por el imaginario personal que ha aprendido de una cultura, igualmente, contraria.

El Antimundo intelectual o alienado. Sucede en especies con un nivel de inteligencia superior a la media y la incapacidad de los mismos para adaptarse a un medio que no lo es. Analizándolo más a fondo, la inteligencia, por mucha autosuficiencia que pueda darle al intelectual, se queda corta en la necesidad humana en general de abarcar un sentido; si hablamos, concretamente, del entorno como fuente significativa del imaginario social o apolíneo statu quo. El sentido también implica la intoxicación por parte del entorno mediante elementos que inundan al ser con información coherente a la expectativa y cuyo caso intelectual es siempre superior en expectación a las banalidades cotidianas con poco o nulo sentido de su época. Un sentido inexistente en la realidad o verdad material que lo rodea y que, dialécticamente, genera un mundo contrario que aliena al sujeto del mundo cotidiano. Con lo cual, el intelectual se ve obligado a vivir una vida que no le es propia, y como facultad impropia a su voluntad, e igualmente hadésica, incluso, nociva para su percepción existente. El vacío en la realidad que suple un ideal inexistente motivado por la insatisfacción. Razón por la cual gran parte de los intelectuales son guerreros de causas idealistas, ermitaños antisociales o fantasmas subyugados al Sistema que aborrecen.

El Antimundo desenamorado o solitario. En contraste con el anterior, donde la alienación se estriba en una facultad mental insolvente de imaginarios, el Antimundo desenamorado surge de las emociones y, concretamente, las emociones de afecto que no son correspondidas. Como consecuencia del amor el cual, enfocado en un objeto, es desdeñado por el mismo y, a su vez, incongruente al objeto del objeto como idealización de amor, sin duda, ajeno al sujeto que lo desea, el mundo paralelo que emana es uno de dolor ante la inexistencia del amor correspondido del sujeto así como los celos del objeto no correspondido que corresponde a otro que sí lo es. Mientras que podemos hablar de un proceso temporal de aceptación marcado por depresiones que reconocen la imposibilidad de poseer su objeto, este Antimundo también se distingue por dos características que niegan reconocer esa imposibilidad. Por un lado, la negación radical del amor mismo refugiado en una conducta aversiva contra el género del objeto a escala universal, como también, la aceptación de una soledad perenne que deriva en una conducta asexual como mecanismo defensivo contra la inexistencia del objeto. Este principio deriva las frases, “Odio a los hombres o las mujeres (según sea el caso), no vuelvo amar, quiero estar solo, prefiero concentrarme en mi carrera, etc”. Por otro lado, el desamor sembrado por el desdén del objeto deseado, e igualmente, no correspondido o perdido, implanta una necesidad que, sea aceptada o no por el sujeto, requiere ser saciada, al menos artificialmente, hasta abarcar una simulación aproximada del amor ya sentido. No es otra cosa que la razón logre neutralizarla en el tiempo. Esto puede ser otro amor, la masturbación, el sexo casual, la comida, el alcohol, las drogas, etc. El hecho es que la razón no puede neutralizar o poner orden a las emociones hasta el exordio que supone una idea, incluso simulada, de esa neutralidad. Sin olvidar la independencia temporal del objeto para disipar la idea original del amor pasado que sigue registrando la necesidad desenamorada en su dialéctica negativa.

En resumen, los Antimundos son espacios de incoherencia respecto a un sujeto real que determinan la inexistencia del ser como tal. Sea por la perdición que inunda al mismo para negarlo como ser funcional existente o por la adversidad dimensional que impide que la función ontológica se lleve acabo. Una realidad que, en su defecto, disipa la autenticidad del ser por la noción de la inexistencia mediada por instintos podridos en un entorno antagonista. 

lunes, 1 de octubre de 2012

ENSAYO SOBRE LA INEXISTENCIA DEL UNIVERSO I




                                  El OTRO MUNDO

El hombre es otro animal. Uno que busca abastecer su existencia viviendo e intentando perpetuarse. Al pensar en un ser humano típico (quien busca educarse y trabajar, casarse y tener hijos, ver el fútbol e ir de compras, jugar a la lotería y hacer cenas, pagar hipotecas y hace manifestaciones por la paz) me percato que, incluso como animales, los seres humanos, en este contexto, típicos, no son muy diferentes a cualquier bicho que intenta sobrevivir. La conducta del humano típico es una destinada a la supervivencia. No sólo en sentido egocéntrico, sino como proyección del mismo hacia el colectivo englobado en el concepto de humanidad. Implicando la generalidad que comprende un género totalitario de supervivencia. Una denuncia universal hacia lo nocivo, en cualidad de amenaza patente, entre la cohesión de humanos típicos y el enlace que procede el medio adaptado del colectivo. Contra la violencia, el hambre, la enfermedad, la contaminación, la escasez, la pobreza y todo cuanto pudiese perjudicar ese Sistema de ideales y costumbres. Claramente, mis ensayos no serán encaminados a estudiar el comportamiento del ser humano típico ni a explicar las motivaciones que acaecen su necesidad de crear modelos sistematizados de supervivencia. Encuentro mayor interés en describir el Otro Mundo; seres atípicos y semejantemente animales, empero, alienados de todos los Sistemas por motivo de una naturaleza que, en toda probabilidad, ni siquiera existe. El hombre producto de la nihilización del cero infinito. La especie de la inexistencia.

¿Qué es el Otro Mundo? ¿Cuáles son las especies humanas que lo conciben? No es tan simple como llamarlo el mundo antisocial, criminal, intelectual, loco o marginado. La razón de la especie otramundana no es otra que la inexistencia de las cualidades inherentes a las especies mundanas. La voluntad del mundo corriente, y en concreto, la voluntad de todas las especies circunscritas a él, como aglomeración de humanos típicos y creencias semejantes,  procede la voluntad inexistente en individuos incapaces de asumir el Mundo y que, por tanto, desembocan en uno que no es. El Otro Mundo. Lugar donde se “crea” o “ficciona” la voluntad del Mundo en otra voluntad que la carece cuya verosimilitud en instinto del portador intenta suplir el instinto real como bestia partidaria del Mundo, presuntamente, correcto. Para simplificar los términos, me referiré a la especie mundana como un mortal y a la especie otramundana como un fantasma. Y dado que los fantasmas son mi objeto de estudio, hablaré de los mortales en un contexto meramente comparativo.

El fantasma imita al mortal. A la misma vez, desprecia sus hábitos y no quiere ser asociado con los mismos. Esta paradoja se resuelve en el sentido que ningún fantasma busca imitar a un mortal propiamente. Más bien busca satisfacer las necesidades afines a los mortales con sustitutos artificiales. A partir de aquí, me adentro en un terreno complejo que puede derivar en diversas facetas para sustituir una misma necesidad. Por ejemplo, el sexo, y el instinto sexual o libido concretamente, propio de tanto mortales como fantasmas, es, en el caso de los primeros, la necesidad de sexo y el acto de satisfacerlo. El segundo, que igualmente se rige por la misma ley animal, sufre, empero, el paradigma emergente de la incapacidad para adaptarse al Sistema. Una que, con la depredación del instinto sexual, tiene igualmente el sustituto en Otro Mundo concebido en imitaciones orgásmicas de drogas, alcohol y sustancias similares.

Consideremos el siguiente paso: procrear. El fantasma no desea reproducirse. Encuentra la existencia tan banal y cruel, que no desea traer un niño a este mundo ni desea la responsabilidad que implicaría tener uno. Busca inmortalidad en sus obras y, en especial, las obras artísticas o vitales que ostenta. Puesto que cuando hablamos de un fantasma que es, en sentido figurado, una entidad sin entidad y, según su perspectiva, algo inexistente en el ámbito de su propia existencia material, su voluntad de vida no es mortal. El fantasma ha muerto ya. Por lo que su existencia real y el sentido que implica vivirla es fatua en cualidad de una vida real que, por tanto, busca morir materialmente. En este contexto, visualiza su inmortalidad en actos que perpetúan su existencia finita en la inexistencia infinita. Una especie de posesión que transfiere su ser a un ente perpetuo e inanimado que esculpe con su virtud.

Junto a esto, también hay que agregar que los hijos de un fantasma tampoco son necesariamente una réplica de los mismos. Siendo la evolución un fenómeno igual de caótico que el universo. Una variable algebraica del ser y el mundo que a menudo traspasa los atributos en proporciones incongruentes de progenitor a descendiente. Por lo que un genio puede tener hijos discapacitados, un enfermo puede tener hijos saludables y, según su propia clasificación, un fantasma puede tener hijos mortales. En consecuencia, los fantasmas buscan inmortalizarse en Otro Mundo. Uno que no es real y cuya fabricación se estriba en conceptos semiológicos volcados a la verosimilitud de actos trascendentes en contraste a la realidad material y verdadera que no aporta sentido alguno.

Con esto en mente, el fantasma es un ser espiritual cuya existencia corpórea y mundana carece de sentido, pues, en lo que respecta su voluntad de vida, no está sincronizada al entorno real ni comparte las sensaciones que le permiten disfrutar del colectivo mortal empírico. La causa subyacente de su inadaptación procede del carácter anacrónico de su deseo. Un mundo, un amor, un hogar y todo un entorno voluptuoso que no existe a lo largo de su existencia. Esta es una característica aplicable a todo el género humano. En el caso de los mortales, se manifiesta, especialmente, en la religión. Y en menor grado, la política. Un mundo artificial o apolíneo que se crea para dar sentido y decorar el período terrenal con ideas de paz, trascendencia y felicidad. Mas lo que distingue al fantasma de esta clasificación es su neutralidad e indiferencia ante los imaginarios sociales de su época y su necesidad, como especie que inhibe dicho imaginario, para crear Otro Mundo. Mientras que el mortal encuentra trascendencia del ser en el eterno existente, el fantasma busca otro ser inexistente eternamente.

El Otro Mundo es un sitio caótico, anómalo e individual. Los fantasmas generan ideas subjetivas que enlazan sitios y el medio expresivo que lo motiva. Su cualidad caótica se debe a la inconstancia que contiene el medio de expresión que, incluso siendo inmutable en oficio, vacía la creación u objeto que el sitio busca patentar como sentido del sujeto. Un arquitecto será siempre un arquitecto. Pero el sentido de su trabajo es más completo si erige edificios distintos a que siempre construya el mismo. Por lo que el Otro Mundo no es eterno y, más bien, fundamenta su sentido en el devenir constante de su obra. Como entorno anómalo, incluye todos los elementos que satisfacen al hombre mortal y la sustitución de lo mismos por elementos incongruentes al instinto real. El fantasma encuentra dificultad en satisfacer sus deseos reales y busca saciarse en la aberración artificial de una irrealidad sustitutiva. Aquella que, aún en su cualidad material, no corresponde a la llamada auténtica del instinto animal en sí. Mientras que los ejemplos pueden variar (drogas y alcohol para simular emociones no vividas, pérdida de apetito por trabajo excesivo, internet sobre contacto social, etc), un elemento común a todos es la despreocupación escasa o nula por la existencia.

Para los existencialistas, la mayor preocupación era la conciencia de nuestra propia terminación. Mas ahora tendría que discrepar cuando la inexistencia es inherente al sujeto y, por tanto, constituida por éste como la afinidad de vida y muerte en un mismo concepto. El Inexistencialismo. La voluntad apocalíptica del fantasma que emana un estilo de vida en Otro Mundo y cuya ficción es, igualmente, inmortal. La existencia real y material le resulta obsoleta al tener consolidada la inmortalidad de una inexistencia alterna. En mi esquema potencialista, consiste de un estado de constante perdición en la medida que el fantasma evoluciona su verdad propia o dionisíaca a un nivel superior a la verdad del resto que, por dialéctica, entra en conflicto con la verdad contraria o hadésica reiteradamente. El producto es un individuo a quien una neutralidad, trascendente a los convencionalismos, ubica su potencial racional y volitivo en un plano de insatisfacción, desilusión y tedio. La creación de Otro Mundo resulta, en este sentido, indispensable para ese individuo y el mundo apolíneo que, sin velo o sentido, perjudica su propia permanencia. Menos física y más espiritual. Un Mundo de las Ideas invertido u Otro Mundo donde el fantasma guarda sus atributos inmortales o vivencias trascendentes para permanecer en un lugar real donde ya ha dejado de existir.

¿Quién es un fantasma según los estereotipos conocidos? Ciertamente, y basándome en los razonamientos expuestos, se le podría llamar un antihumano u especie inexistente que, obligado por el Sistema a crear, no tiene otra alternativa que inmortalizarse en un imaginario subjetivo. Por otra parte, hablamos de un ser humano. Otro animal. Sufriendo las mismas ataduras mundanas de otros humanos y animales que lo categorizan como “fantasma”. Es, por consiguiente, el eslabón perdido; un genio, un artista, un psicópata y, para ser más precisos, un inadaptado. Éste último lo aplico a la época actual. La Revolución Francesa y Marxista, las Guerras Mundiales y sus posteriores tratados han constituido un Sistema de derechos fundamentales para todos los hombres. Pero el fantasma encuentra un vacío existencial por un Sistema que todavía no existe. No tiene enemigo claro contra el qué luchar ni un movimiento claro al que pueda adherirse. Su lucha y su movimiento es él mismo. Las guerras están en su interior y el Otro Mundo, el lugar inexistente que borra esa existencia tediosa con arte, es su única esperanza de paz. Ya no crea para ayudar a los necesitados. Más bien crea para saciar sus necesidades naturales con alimentos artificiales. La disipación del fantasma y las enfermedades personales que lo acometen no son más que un síntoma de la historia. Ese abismo que deja la democracia con la igualdad falsa y que, asimismo, genera un mayor número de fantasmas. El vacío que desprende la necesidad real de una nueva aristocracia.