domingo, 25 de febrero de 2018

APOLOGÍA DE LA RAZÓN AUTÉNTICA 3









III. El Principio de Karmética


¿Cuál es la ética que promueve el Bufón y el Ogro? Tiempo y juicio, según el Bufón. Mas con el Ogro aparece nuevamente el hedonismo; el mal en cuanto culpabilidad mundana y el bien como egoísmo proyectado, tanto del ego como en su propia proyección (punto que explico con mayor detalle en el capítulo VI). Ahora bien, para el Ogro su pesar es un problema que se resuelve mediante una reintegración psicosocial dada, en parte, por el auxilio de un mundo sistematizado o integrado en las reglas de un orden general. Se conforma colocando a la ilusión como deseo finito y a su razonamiento en función colectiva, eludiendo la perdición y el esfuerzo racional que se requiere para gastarla. 



Este es el método más común de conservación, particularmente, entre las masas que carecen la capacidad para gastar sus propias intensidades o los medios artísticos para drenarlas. Pero el problema con la "ilusión proyectada" es que se destruye con el devenir material que la alberga, reanudando así la perdición inicial que escondía la idolatría de las imágenes. Con la destrucción del mundo ilusorio (colectivo) aparece el aclamado Caos que, en mi visión, representa un tipo de perdición compuesta sobre la aniquilación del ideal común o externo. Durante este período caótico, la mayor parte de personas que compartían la visión del ideal acabado se transforman en Ogros, buscando refugio en la contemplación de un nuevo ideal, generalmente, pasado y eficiente que emerge de un filántropo que piensa por todos. Es por esta razón que el Bufón encontrará una solución de carácter filosófico, más específicamente, del razonamiento auténtico que bautizo con el nombre de karmética.



En realidad existen ciertas características de fluctuación entre lo bueno y lo malo respecto al objetivo de la mente y el estado presente en el cual se encuentra (utilizando la definición hedonista del bien y el mal). Según esta premisa, el bien es una acción de la voluntad. Sustancialmente, en la positividad intensa que almacena como bienestar, tomando a la intensidad como resultado de una ganancia empírica, en sí, novedosa, y no obstante, congruente a la estructura esencial del ego. El mal, en cambio, es producto de la perdición intensificada negativamente conforme a un acto de aversión (malestar) donde se obstaculiza el deseo material de la posesión volitiva a base de un prejuicio incoherente e irracional. Aquí reanudo el concepto del devenir ya como muchos de mis predecesores han expuesto, mas, con la atribución hinduista de karma y la ética, ergo, karmética.



Para mejor comprender la karmética, en cuanto a sus características fundamentales respecta, debo apelar, primeramente, a su naturaleza psicolingüística. Desde que nacemos o tenemos uso del juicio (no de razón; de juicio), empezamos a dividir y clasificar el mundo en lo que es bueno y malo. Todo esto tiene una base sólida, especialmente en la niñez, por el propio hedonismo animal: lo que me da placer lo clasifico como algo bueno y lo que me causa dolor como algo malo. Más adelante haremos juicios por asociacionismo (lo que se parece a lo que me hace bien, me hará bien, o sea, lo clasifico como algo bueno a prioiri; viceversa para el dolor) juicios por especulación (fe y prejuicios), juicios que no juzgan o no importan (neutrales), etc. El hecho es que, al final del todo, acabamos con un gran esquema de ideales basados en todos estos juicios desde que nacemos hasta la actualidad los cuales, por karma y en base a nuestras elecciones pasadas, nos afectan de una manera u otra. Es decir, cómo clasificamos el mundo determina cómo el mundo nos va a clasificar a nosotros. Un ejemplo sencillo: Si clasifico un árbol como algo bueno y que da valor a mi vida, me afectará negativamente si veo cómo están talando uno. Y en mayor medida si agregamos el concepto del núcleo del potencial.



Según la naturaleza del potencial, la energía sólo puede concentrarse un momento a la vez como un haz de luz en un foco concreto. Esto quiere decir que al repartir esa energía en varios focos, varios núcleos, la potencia de la misma será menor en cada lugar así como la concentración de un solo núcleo aumentará la potencia y disminuirá el foco en otros lugares. Según esta premisa, la karmética funciona como una ruleta. Si ponemos todo en rojo o negro, podemos ganarlo o perderlo todo. Si lo repartimos en varios números, no ganaremos mucho pero tampoco perderemos del todo. En el ejemplo del árbol, si yo juzgo positivamente el árbol una y otras vez, atribuyéndole un gran significado a través del tiempo estoy, sin percatarme de ello, poniendo todas mis fichas en el mismo sitio. Por lo que mi mundo entero se vería comprometido, en este caso, si veo cómo lo están talando. Ahora bien, ¿cómo sabemos dónde están todas nuestras fichas a través del tiempo?



Para poder identificar nuestros juicios, primero deberíamos preguntar ¿cuál es el código que alberga toda esta información? Empecé describiendo la karmética como un fenómeno psicolingüístico y, por este motivo, la psicología del karma está vinculada a las propias palabras. Específicamente, a la semiótica. En el estructuralismo, Saussure identificó el significado (ejemplo: calor y frío) con el significante (rojo y azul). En el pragmatismo, Peirce indicó que las palabras tenían una relación con las propias acciones según su icono (representación), símbolo (convención) e índice (señalador). John Langshaw Austin luego hablaría del enunciado performativo que no se limita a describir los hechos sino que realiza la acción mientras los hace (el caso del “Sí quiero” en las bodas). En cuanto a la karmética, quiero introducir el término de palabras atómicas o palabras cargadas.



Es muy importante subrayar que las palabras atómicas no son en ninguna manera las palabras cargadas con emociones como serían los modos gramaticales imperativos y/o admirativos/exclamativos (Siéntate; ¡Qué alegría!) Es más fácil concebirlas, al igual que el nombre implica, como partículas subatómicas (protón, electrón y neutrón) en tanto que son palabras cargadas con significado. ¿Qué significado y cómo se cargan? La carga del significado viene de la mano del juicio que, en torno, transfiere un significado dentro del código karmético a través de la semiótica hedonista del individuo. Esto quiere decir que una vez clasificado todo, las palabras tendrán su carga positiva, negativa o neutral; esta última es referente a los juicios de poca o nula intensidad para el interés del observador o, similarmente, recuerdos nihilizados en el cero infinito. 



También remarcar que el cero en verdad alberga la vivencia y tiene muchas cargas en potencia, ocultando, con ello la karmética; por lo que algo que parecía neutral resulta ser negativo cuando se desarrolla en la existencia. Pues estamos hablando que las palabras atómicas son, en realidad, activadas a través de la dialéctica de voluntad y perdición. Es decir, una palabra atómica cargada positivamente no me hace feliz si la repito 200 veces en mi cabeza; me hará feliz si se repite en la experiencia de la misma. Claro que esto no es tan sencillo como poner todo el núcleo de mi potencial en la palabra “pluma” y comprarme una todos los días para ser feliz. Tristemtente, tenemos demasiados juicios desde que nacemos, muchos que no controlamos y una mayor parte ligados a las necesidades básicas hedonistas que superan cualquier banalidad sencilla por controlar la karmética y que repartimos en juicios de valor y juicios de afición. Los primeros, serían vinculados a temas de importancia como el amor a los padres, la comida, el sexo, etc. Los segundos que, incluso con su respectiva carga positiva o negativa, no les damos la misma importancia que los juicios de valor.




Mi visión de karma no es en ningún sentido espiritual o un castigo de ultratumba. Más bien es un esquema lógico de la eterna contradicción del potencial a modo de ecosistema filosófico; como en la naturaleza darvinista de la variación correlativa donde un animal que posee una virtud posee a la vez un defecto; asimismo, cómo cada partícipe de dicho ecosistema tiene una función dentro del mismo y, hasta el ser más deplorable, tiene un papel que cumplir para que dicha realidad exista. En efecto, un ser humano de carga positiva (voluntario) acaba por atraer a su complemento de carga negativa (perdición) así como uno de carga negativa a uno positivo; como los imanes. Según estas bases, podemos ratificar que en la cúspide intensa tanto uno como el otro repelan a su identidad, mas asediándose ésta al potencial pleno como una variable en constante mantenimiento.




¿Y qué sucede con aquellos con depresiones crecientes y felicidades eternas donde el devenir parece desvanecerse en la inmutabilidad de la experiencia? En este caso, la mente se aferra a una idea intensa, colocándola sobre un pedestal y creando luego un pensamiento dogmático fundamentada en ella, la cual, posteriormente, repudia todo que no esté afín con las características que el sujeto le atribuye. A partir de aquí se crea una enajenación de perpetuidad, donde ya no existe un devenir, sino la repetición de la misma intensidad que apresa la idea, (sin obviar la función proyectada de la conciencia y la voluntad que ejerce su propio potencial sobre la razón). Proyectar una imagen hacia lo intocable, lo inmutable o lo que no se puede llegar a percibir, o propiamente, la inexistencia, implica una postura donde la contradicción está más allá de la contradicción. ¿Acaso la muerte de la nihilización y el devenir? 



Puesto que el nivel de incoherencia es proporcional a la intensidad que se genera e inversamente proporcional al tiempo consciente (racional), ordenar mentalmente una idea intensa acaba en la conservación de la incoherencia misma sin dar lugar a la nihilización (ignorando el tiempo amplificado [atemporal] requerido para gastarla) donde se oscila, se reprime y se oculta detrás de un ideal de perpetuidad. Lo que en mi ontología del Mundo Vacío sería la conservación del ser en el mismo cero. En el caso del devenir, diría que no muere sino que es omitido por preservar el valor de la idea, pues, es muy diferente que se nos contradiga a admitir que la contradicción nos contradice, sugiriendo, entonces, a la eternidad como alternativa a escapar el miedo y, en el caso de perdición, como medio a exhibir una imagen de misericordia. Además, la felicidad de la mayoría adopta la doctrina platónica de contemplar las ideas, asimismo, este potencial vomitado que proyecta la mente hacia el mundo exterior en cuanto su temporalidad espacial, con tal de mantener nuestra zona limpia, pues, no existe daño, dolor o amenaza pura en aquello que imagino y se halla fuera de mi realidad presente.



Pero, ¿qué es en realidad el bien y el mal? ¿Una aberración constante que cambia ante la evolución de la perspectiva? Aquí es donde se torna más complicado, pues, veremos al juicio ético depender de nuestra posición superada en cuanto a los demás llevando, por consiguiente, al desvelamiento del bien como verdad ilusoria. Respecto a la ética tendemos a identificar el mal con aquello que se halla dentro de nuestra realidad o verdad, es decir, el mundo de mi posesión. Todo aquello que no se ha poseído será una ilusión o apariencia de posesión, no tanto por su inexistencia sino conforme una ausencia de esta realidad (como realidad propia). En esto podemos establecer la limitación del potencial de realidad en cuanto a lo más próximo, inmediato y directo de la conciencia con el mundo, en sentido físico, siendo el espacio comprendido en mi percepción y la cantidad de éste que me pertenece.



La paradoja surge a partir de la posesión que emite consigo la sacia de la necesidad (nihilización) la cual, en torno a la innecesidad, resulta por conmutar la idea por una realidad, ahora tediosa, repugnante y, sin duda, maligna. Así la beldad de las ideas se transfigura en la fealdad de lo material por principio de superioridad. Dentro de lo que cabe, el bien que comprende nuestra realidad es una ilusión de lo "imposesible", o del mismo modo, una idea fuera de nuestro mundo real que está por poseerse; el mal será la materialización de esta idea tras su posesión. Y resulta claro aquí que siendo el bien tan sólo una idea, servirá exclusivamente como una finalidad superior para deshacer la inferioridad malvada de la realidad. Mas, una vez esta finalidad es alcanzada, se materializa como posesión, volviéndose mala. El nuevo mal luego establece una nueva idea, obviamente, superior a su realidad, y el proceso se reanuda con el retorno de un bien superior y, empero, ilusorio. 



El concepto de karma estima continuidad temporal entre bien y mal como  proceso de transformación de los contrarios (voluntad y perdición) para alcanzar lo gastado o puramente racional. Pero bien, como la razón es un mecanismo defensivo, frena el devenir a causa de la voluntad (hedonista) de ilusión y, más específicamente, todo aquello de carácter extrínseco: la sociabilidad, la civilización, el dinero, etc. Por consiguiente, la ausencia del devenir sugiere, igualmente, ausencia de transformación, conservando igual la materia que deviene. No como concepto evolutivo, sino como factor de modificabilidad donde el mejoramiento de la ilusión se estratifica (como sucede con la tecnología). Esta naturaleza antipática nace ante la ideación probable de lo "nocivo", y más importante aún, sobre la tesis que lo "nocivo me destruye o me acaba si permito su acceso" dado por la voluntad vital que busca conservar lo identificable. De aquí es claro que el devenir deviene sólo cuando decidimos ceder a la perdición, enfrentarnos a una realidad contraria inevitable o, del mismo modo, "voluntad de perdición". 



Ya que la perdición es un concepto antinatural, antiexistencial, antivital, y sobre todo, antiego, el conflicto voluntario de perdernos infunde desesperación y necesidad de muerte (como será el caso de los depresivos); sépase que la perdición desvanece el razonamiento y la voluntad de su potencial intenso. Aquí es donde el devenir debe tomar su curso, ya que en un estado irracional e involuntario se busca, naturalmente, razón y voluntad, salvo que se considere la perdición un fin y la persona se vuelva voluntaria de su enmohecimiento y extinción. El ansia de "reestructuración" será entonces un regreso a la conservación, específicamente, un retorno a la vida, en sentido contrario al anterior, como "voluntad en perdición". Es lógico opinar, entonces, que el devenir depende del apeiron ya que no puede existir una realidad dialéctica sin antes ceder a lo indeterminado (cosa que ilustro en el capítulo IV). 



Por ende, el "querer vivir" de la voluntad nos hace emerger de la perdición hacia un nuevo fin, junto a la actividad práctica del entretenimiento, ya que la vida no tiene más que el sentido que buscamos atribuirle; el verdadero problema no es tanto la tendencia de reescribir la realidad a nuestra imagen vanidosa, sino más bien percatarnos que tal significado que atribuimos nos signifique. Ahora, la problemática repercute en que una vez dudamos del significado acabamos con la significación que antes solía significarnos. En efecto, mientras más consciente sea un organismo, mayor será la ilusión que le acompaña y mayor será el potencial de significación necesario para valorar una Nada irrefutable. Por ello considero a la ilusión y la inexistencia un rasgo indispensable y necesario para abarcar mayores dimensiones del conocimiento. En especial, sobre la base que, desentrañando la inevitabilidad de la nihilización y el carácter efímero de la intensidad, toda ilusión acaba en verdad.



¿Cuál será, entonces, el concepto ético del Bufón? ¿Será un juicio trascendental allegado al karma del devenir?  Para esto tendríamos que responder antes: ¿existe un verdadero fin ético? Si ratificamos la eterna contradicción como verdad y justificamos al cambio como irrevocable, el fin ético es una imposibilidad tanto lógica como vital; si mucho habrá constante mejoramiento (evolución) de eticidad ante la permutación empírica, excluyendo, consigo, un concepto patente de finitud. De aquí que el juicio karmético debe participar de un constante medio para avanzar hacia una infinita contradicción purificada. Y al hablar de un "medio" no me refiero a la equidad o templanza como lo será en el justo medio aristotélico, sino al medio como enlace y herramienta entre principio y finalidad. ¿Cómo identificar cada una de las tres etapas si todas se hayan sujetas al cambio? 



El comienzo de toda búsqueda y de toda acción voluntaria ocurre por necesidad de lo inexistente; será, pues, que el hombre necesitado no sólo integra un principio sino también divaga con un fin insatisfecho, viendo que la cualidad integral de la realización concurrirá, según la necesidad, en estado de total inercia. Lo que popularmente se conoce como pereza. El estado de finitud es, en efecto, la ociosidad de lo necesario que ocurre posterior a la aprehensión de lo necesitado en cuanto su transformación de "inutilidad", o bien, la voluntad saciada. Recuerda aquel dicho popular que "cada quien piensa en lo no tiene", apelando a mi propia versión que, una vez abolida la necesidad, la intensidad se pierde en el goce mismo que se tomó para consumirla. Esto la vuelve obsoleta (al menos durante aquel espacio temporal) ya que muchas necesidades no son eliminadas sino puestas a dormir como un doctor que incorpora anestesia a su paciente. Aun así, la aparente muerte o somnolencia de las necesidad gastada nos obliga a buscar nuevas intensidades, particularmente, aquellas de supuesta imposibilidad o de extremista naturaleza; donde el hambriento busca comer veinte veces lo que necesita para acabar en la extrema satisfacción de su consumo; siendo la mente un mera lujo para devastar exageradamente.



Ahora, si el principio es una necesidad y el fin es el ocio, ¿cuál será el medio que los encadena? Como ya había dicho, la karmética se halla en un "constante medio", es decir, aquel juicio que intencionalmente se hace fluir, cambiar y alternar con la naturaleza del devenir en acorde a la función (que no es otra cosa que el arte y la virtud para compensar nuestros defectos). Pero, ¿qué definición es la que yo atribuyo al medio? ¿Aquello que permite acceso al fin de mi principio? ¿Una herramienta, un eslabón, engranes que hacen trabajar la fábrica vital? Es la llave del calabozo, la espada del guerrero, las garras de un  tigre, la fuerza de un oso y el pincel de un pintor. Supongamos que busco mi empleo ideal: el principio que me llevará hacia él será la atracción que me genera mi sueño por conseguirlo, es decir, mi necesidad; el fin, de índole intensivo e ilimitado, ubiquémoslo, en este ejemplo, como el empleo localizado en un lugar físico real; como medio usaré mis habilidades natas, el currículum y las recomendaciones y contactos para llevarlo acabo. 



¿Qué efecto tiene el constante medio en este ejemplo?  Lógicamente, si soy exitoso en alcanzar ese fin, aspiraré a un nuevo fin, luego a otro y a otro, hasta que mi necesidad se sacie de la felicidad de mi trabajo. El constante medio es, por tanto, un fin como medio para alcanzar otro fin, que en torno, se convierte en otro medio para uno nuevo de elaboración cada vez más compleja, intensa, dificultosa y, sobre todo, rica en conocimiento; según el proceso dialéctico hegeliano, sería algo así como la síntesis perpetua. Existen dos formas de participar del constante medio: por afinidad o por oquedad. El primero sugiere fluir en correlación a los eventos naturales según el orden, el tiempo y la cualidad en la que se nos presentan (tal como el ejemplo de arriba); el segundo es un juicio que se anticipa a la experiencia (a priori), conmutando el fin por un medio antes de tiempo, dejando así al fin en el vacío, o convenientemente, lo "impredecible" de un suceso. 



Personalmente considero sustancial utilizar ambos ya que el constante medio por afinidad recibe mayor efectividad estructural y pragmática, mientras que el constante medio por oquedad es más acelerado y repentinamente crudo ante el cual la razón avanza hacia nuevas fronteras que aun el mundo es muy lento para enseñarnos.  En este sentido, el constante medio por afinidad es un proceso empirista y el constante medio por oquedad es un proceso racionalista.  Ahora,  ¿qué pasa cuando el medio no es disponible o fracasa?  



Donde no existe un medio, el fin resulta inalcanzable; así la necesidad de nuestro principio nos consume en la inexistencia. Esta condición aparece cuando el principio que alberga la necesidad no encuentra posibilidades para alcanzar el fin que originalmente se había propuesto; tal como un duende al borde de un acantilado sollozando por su tesoro al otro costado sin puente alguno que lo encamine hacia él. Es claro, entonces, que la perdición según el constante medio aparece tras una condena inmutable a la necesidad del principio, en cuanto a una necesidad que no se satisface en su nihilización; los budistas atribuyen este principio al impulso nato del deseo, mas yo rectifico que no es el deseo en sí lo que causa el sufrimiento sino el "deseo insatisfecho", efectivamente, por la ausencia manifiesta del medio. 



Ahora bien, que toda perdición emerge de la indisposición del medio no siempre será el caso tomando en consideración el detrimento del fin (en cuanto poseído), o sea, en estado de nihilización. La necesidad anterior es apropiada hacia una categoría racional que, frente a la incoherencia, pierde la ilusión que incitaba para conservarse, cayendo, finalmente, en la contradicción de su estabilidad o perdición. Esto es semejante a la pérdida del hábito adictivo siendo la fragmentación de un ideal causa suficiente para abordar el detrimento hacia un nihilismo de perdición o, mismamente, un fin obligado hacia un principio indispensable (ya que la propia dialéctica lo busca). 



En cuanto a la voluntad sufrida que abarca la necesidad, es imperativo rectificar su concordancia con mi filosofía de perdición para eludir la antinomia que supone. Esta aclaración lógica no es realmente complicada de asimilar. Para empezar, la voluntad de vida siente la obligación de responder a una necesidad a partir de una amenaza de aniquilamiento buscando el medio requerido para preaniquilar a su aniquilador. Por eso la voluntad busca siempre conservarse cuando se enfrenta a la perdición. Consecuentemente, aquello que mueve a cualquier organismo no es la voluntad de vida propiamente, sino la potencial pérdida de ella; la muerte como motor de toda vitalidad. 




Así toda actividad vital tiende hacia una alienación mortal, forzándose hacia la actividad para perpetuarse; comer, reproducirse, atacar, defenderse, esconderse, huir, evadir, agruparse, suplicar, sollozar, olvidar, reprimir, entretenerse, y en general, vivir; todo esto partiendo del principio hedonista del cual se deriva todo comportamiento en general. De igual manera, la vida se define desde tiempo atrás como una lucha por la conservación; pues bien, la victoria de la vida será, lógicamente, algo que logra jugarse a la Muerte con su astucia; es de aquí que todo ser vivo asimila la naturaleza de Sísifo: encadenando a la Muerte hasta que el Ares del chance le libere de sus cadenas.    



En cualquier caso, al hablar de principio, medio y fin, (necesidad, herramienta y sentido) hablamos de tres términos ligados que no pueden existir singularmente o en pares. La necesidad necesita algo y un medio para dejar de necesitar, de lo contrario, no fuese necesario ni realizable. Una herramienta se utiliza para crear algo y por alguna motivación, de lo contrario, ¿para qué la utilizo? Un sentido significa cuando hubo antes un conflicto por llegar a significar, de lo contrario, ¿qué significaría? Éste es el mismo concepto leibniziano de Razón Suficiente mas, contrario a Leibniz, se da el caso que el trío tiene una pausa nihilista cuando se elimina uno de los tres términos y todo acaba en perdición: que no haya principio, que no haya medio y que no haya finalidad. 



De las tres partes, el medio y, más importantemente, el constante medio, es el único que incorpora el principio y el fin en el mismo Caos, pues, un principio y un fin por sí mismos carecen una realización adecuada al ubicarse linealmente; siendo la propuesta karmética un continuo “hacer” que, mediante los hechos mismos, genera motivación y sentido en la trascendencia de Ogro a Bufón; vivir la tragedia para encontrar la comedia que, con el código correctamente ubicado mediante las palabras atómicas configuradas al devenir de la inexistencia, deja de afectarnos para hacernos fluir con la misma. Si salgo una mañana con antojo de pizza y la pizzería está cerrada, el constante medio fluctuaría hacia otra alternativa, por ejemplo, comer hamburguesas; y en vez de afectarme la karmética con el código de una palabra atómica positiva y la contradicción de la misma en la realidad (perdición), estaría cambiando de rumbo hacia otra palabra atómica positiva y, por tanto, fluctuando con la karmética misma.  El constante medio es la alternativa que rota el principio y el fin hacia otra dimensión e identifica el karma del mundo dialéctico como dicha y fortuna en su eterno retorno. Es, entonces, cuando el Bufón se ríe de la ética.

domingo, 18 de febrero de 2018

APOLOGÍA DE LA RAZÓN AUTÉNTICA 2





 

II. El problema ético según el Bufón y el Ogro


 El ser humano es abrumado por el mundo que le rodea, creando tragedias fuera de su contexto real que a menudo exagera y esconde bajo la majestuosidad de ideales decorosos. Cuando aparece la verdad en su absoluta crudeza, contraria a la voluntad,  inevitable ante el juicio manifiesto de eventos cotidianos, incluso entre el juicio de los más irascibles, emana, a primera impresión, el carácter negativo del "mundo contra mí". Una vez nos percatamos de tal incidente, resultamos ofendidos con esa verdad, con la realidad en torno a mi "yo ideal", así como cuando descubrimos, al crecer, que no existen los duendes y las hadas. Esta verdad, en torno a la perdición como inexistencia que nos anula, contradice nuestro "mundo perfecto" que ideamos, precisamente, con el objeto de esconder el defecto nato que no hemos llegado a percibir. La veracidad acaba con este ideal a tal grado que nuestras pasiones se entremezclan en un incontrolable frenesí, resultando en la ofensa de nuestra persona, o en muchos casos, la negación de su certeza; como el refrán conocido que “la verdad duele”. 


La reacción ofendida del hombre entorno al descubrimiento inicial de la verdad contraria lo personifico como un Ogro, ya que, a primera impresión, es una experiencia grotesca, inimaginable, e incluso, "sorpresiva" que nos ofende con su naturaleza despreciable. Con ello, sale a la luz la falsedad de nuestro ideal; nuestro mundo perfecto desperdigado ante la crudeza de la verdad contraria. Y es lógico, pues, que a partir de esto, la persona resulte convirtiéndose en esa verdad grotesca, sin duda, un Ogro, un monstruo ofendido y alienado de la sociedad de los felices. Es decir, inexistente. 


Creo que el problema clave entre los Ogros sería más evidente cuando establezca la reacción específica a partir de la primera impresión de la verdad contraria. Es lógico que una vez se ratifica la falsedad del antiguo ideal brote la necesidad de reemplazar a éste con uno mejor y verdadero, o bien, una ilusión nueva y perfeccionada que oculte, nuevamente, la exposición afrentosa del dolor. Esta gente es quien acaba ofendiéndose más rápido, llorando con frecuencia, irritándose con insultos, y reviviendo la monotonía del mismo dolor. La mejor forma de acabar el sufrimiento es sufriendo, gastando su existencia hasta conducirla a la vejez donde se pudre moribunda frente al reflejo de su grotesca imagen. 


Con frecuencia el Ogro esconde su desprecio por medio de un placer obligado e imperado en condiciones pavorosas de una intensidad negativa, socializando, por ejemplo, para escaparse de ello, y acabarlo, si fuese posible, con excesivo bienestar, represión, etc. No obstante, el efecto de dicho método, decae, precisamente, al confrontar el centro de la intensidad negativa por segunda vez, considerando el hecho que la persona nunca gastó el dolor, y peor aún, lo hizo medrar en el vacío inconscientemente. Por ello, los hombres se escapan constantemente de su dolor y nunca evolucionan mentalmente; piensan enmascarar el dolor para nunca enfrentarse a él. 



La aberración más frecuente entre los Ogros se da con la similitud, comúnmente dada, entre la depresión y el sufrimiento, etiquetados ambos con la imagen del mal, el rechazo y, sobre todo la perdición (palabra que en sí misma representa un valor antitético a mi filosofía). A partir de aquí, se establece un lazo entre ellas, haciéndolas una misma cosa con un mismo significado, y consecuentemente, una palabra que cohesiona la finalidad en un mismo punto. El resultado es el estancamiento "igualado" de los demás ante una de las dos palabras, que a final de cuentas, son una cosa que representa un final "universalmente entregado" a la fraternidad humana, mas, ante la visión de cualquier realista, no del todo fraterna. 


La maculación inferiormente categorizada por los llamados "expertos" filósofos, teólogos, psicólogos y charlatanes del saber, con referencia a la definición del sufrimiento y la depresión, a menudo, se caracterizan por adjetivos superfluos y abominables que manejan, precisamente, a la mente manipulable de cualquier especie humana incapaz de dudar o de crear definiciones propias; hacia la significación general de lo "inservible", lo "monstruoso", lo que se debe reprimir a toda costa, con tal de mantener viva la civilización ilusoria del bienestar. El nacimiento de esta negatividad ante lo negativo crea, consigo, la fuente principal de la discordia pestilente entre los hombres, sin menospreciar, el estancamiento que infunde a todos los irascibles y borregos de la sociedad hacia una lucha constante por "no sufrir" y mantenerse entre los indiferentes.


 La diferencia clave o el punto preciso donde divergen ambos términos (sufrimiento y depresión) se encuentra en la facultad volitiva-racional del individuo, en especial, durante la particularidad de éste en presenciar su naturaleza o sucumbir sobre su incapacidad humilde, ciertamente, por vergüenza y afrenta ante la faz grotesca y, a la vez, novedosa, del primer encuentro con la verdad contraria. La depresión es dejadez, apatía, negación de nuestra verdad y la del mundo, alienación de juicio y razonamiento, la confusión de "estar", y específicamente, la zona más alta de perdición (siendo completa y total ausencia de razón y voluntad). Y es común entre los Ogros aferrarse a la depresión, ya que en ellos yace el escrúpulo de ser y de aceptar su realidad, aunque igualmente, la noción primera de la verdad, la verdad grotesca, ofende a cualquiera (motivo suficiente para confirmar que los filósofos son, a menudo, hombres ofendidos por su hervor de encontrar lo verdadero). 


Durante la depresión, el ser humano tiende a buscar una "salida", un albergue ilusorio que esconde su verdad cruda y, tal vez con suerte, la desaparezca a través del olvido y la nihilización inversa. Sin embargo, el hecho de esconderla no la acabará (como dije ya antes) puesto que, en este caso, no es tan simple olvidar algo que inevitablemente conocemos siendo muy distinto una verdad que toma refugio del hombre a un hombre que toma refugio de la verdad; claramente, ambas representaciones clásicas de la ignorancia; la segunda, empero, con mayor tendencia a lo irascible.   
 

La depresión es la forma más primitiva de sufrir, realmente, la "no-aceptación" del sufrimiento, la sumisión ante el mundo y al juicio universal (extrínseco) sobre nosotros mismos. El sufrimiento en sí mismo, no es más que una mitad de la naturaleza en referencia a nuestra percepción subjetiva del mundo; un plano, una trayectoria (de la inevitabilidad) que nos agita y nos dirige por diferentes senderos de la evolución. Un caso irónico en la historia de la humanidad por aniquilar algo inmortal, y a la vez, humano de algo que es, en sí mismo, un fenómeno que inexorablemente impregna cualquier ser. Y sabemos, por lógica, que la negación de un concepto con respecto a sí mismo lo anula como objeto existente. Es igual que decir que el hombre se desea acabar a sí mismo porque niega aceptar lo que es. 


Sin embargo, queda irresoluta la inexistencia cuando el mismo valor hedonista se contrapone con la contemplación del placer, el amor y la felicidad; cosa que el ser humano intenta eternizar y volver inmutable sobre la formación inductiva-deductiva de vivir; sentir felicidad con tal de nunca sentir tristeza. Y es esta la gran paradoja que ataca constantemente al hombre: la aceptación del existir deleitoso y la negación del inexistir deplorable. Con decir esto, se fundamenta la existencia y la realidad del ser en el completo absurdo, en la contradicción misma del "yo",  dado que el placer y el dolor son miembros integrales del ser y su totalidad como mitades simétricas; incluso si tratamos la parte perdida (en cuanto perdición) como negación de la voluntad, mismamente, contraria al ser, que, sin embargo, se adentra en el organismo. 


Por consiguiente, esta justificación haría imposible, no sólo la entidad de ambos, sino también la posibilidad de existir eternamente para uno de los dos, pues, el movimiento de cualquiera se halla en directa correlación con su opuesto y nada lo regenera más que una fuerza restrictiva y antagónica. Pero este dolor es, en realidad, una carencia, y experimentarla no implica otra cosa que una reacción de mi verdad ante una verdad contraria. Por lo que incluso la razón negativa o las ideas que procedan de la misma no serán, en ningún sentido, auténticas.  


El hombre ofendido es quien aún no supera la realidad de su ofensa y es común que el Ogro resulte ofendido ante la reclusión de su novedad. Cosa que parece alienarlo (de la sociedad y de sí mismo) con la negación de su mundo y la caída en un abismo de autotortura; que, en realidad, tan sólo encarna un estado malinterpretado frente al ciclo natural de sufrir. La depresión es, realmente, una guerra entre la realidad de la voluntad y la aceptación de la razón; un frenesí de pasiones que contradicen la veracidad de nuestra percepción sobre el mundo y las cosas. 


Con la realidad de la depresión, la mente se siente humillada frente a la falsedad de su antigua creación y buscará el suicidio o  una necesidad por inexistir como recurso, semejantemente, hedonista, para dejar de sufrir en la inexistencia.  Igualmente, sería la reacción más alta de dolor que el ser apetece "devolver", a todos aquellos quienes colaboraron, en alguna manera, a la opulencia de mi angustia y mi pesar. Ya Aristóteles definió la ira como la apetencia por devolver el dolor, y me parece que el suicidio es, en ciertas circunstancias, la concentración más alta de dolor puesto en libertad a través de la muerte; una venganza universalizada del individuo a base del valor sublimado de su existencia (egocentrismo que se venga con la muerte del ego). 


Si profundizamos en este tema, abordaremos un nuevo problema. Si la voluntad es el centro de todo impulso natural, ¿no es el suicidio un impulso voluntario que contradice el concepto de perdición? Diré, como muchos antes que yo,  que el suicidio es "voluntad de muerte" ya que se desea morir, mas daré aquí mi visión sobre el efecto de la perdición sobre la voluntad para así rectificar esta antinomia. Recuerda a la historia de Faetón quien, mofado de ilegítimo, apeló a su padre Helios para restaurar su honor; arrastrándose por la carroza del Sol y muriendo bajo el relámpago de Zeus en la boca del Eridano. Pues, así como la carroza arrastra a quien no la sabe controlar, así la perdición arrastra a la voluntad que no encuentra la razón (como dirá también el Fedro de Platón). 


Es importante aclarar que desde el punto de vista del potencial, nada realmente desaparece o es eliminado del todo sino, más bien, pierde fuerza, se muda o se esconde tras otra intensidad más fuerte que llena el espíritu durante un espacio temporal concreto. Durante la perdición sigue existiendo el impulso voluntario y el pensamiento, mas, siendo éstos drenados de su respectivo potencial, acaban sujetos a la apetencia de lo perdido. Ahora bien, ya que prácticamente todo surge de esta noción hedonista o "principio del placer", la vida en perdición, siendo desagradable ante los ojos del perdido, inspira en el individuo la necesidad de contradicción, en este caso, el placer. 


Puesto que para el suicida la vida es dolor, la contraparte sería clasificar a la muerte como placer, no tanto en el hecho de sentirlo, sino como resultado de abandonar su antagonista; siendo más placentero emancipar el dolor que sentir el placer por sí solo. Para el suicida religioso, la muerte voluntaria se hace ver como un sacrificio de honor divino que lo exime del crimen de disipar su existencia para luego acceder a un mundo de ultratumba donde reinará para siempre el placer. En resumen, la voluntad de muerte es también un impulso hedonista y todo aquel que desea morir espera de su inexistencia cierta gratificación; siendo una idea que emana de la perdición hacia un fin bañado en deleite. 


La resistencia que responde a la aceptación se genera una vez la mente se agota en el desdén de su propia desesperación cuando, en el "entonces" analítico, la presencia del objeto es indiferente y, hasta podemos decir, burlesca. El hombre aburrido es, en verdad, el hombre gastado, del conocimiento, producto del vacío e, irónicamente, el más completo de todos los seres. Esto lo atribuyo a la finitud de la nihilización en un nuevo cero; lo "excesivo" respecto a lo empírico en contraste al conocimiento superfluo del objeto; tener conciencia de la adicción y todas sus funciones para desechar el ímpetu racional por interpretar. El hecho de "tener conciencia" sobre la adicción desvanece el ideal y la misma intensidad volitiva que se poseía sobre él ( la intensidad que esconde el nihilismo) en la faz de una adicción que, en apariencia, ostenta cierto movimiento y, que en verdad, no es más que la regeneración ontológica de experiencias pasadas para dar satisfacción al mundo ilusorio. 


El aburrimiento se muestra, entonces, como consecuencia y representación de la equidad del ser en torno al ambiente, comúnmente, la adaptación de la mente ante lo adictivo y, sobre todo, monótono; tal vez el concepto fundamental que dirige al hombre hacia la variación, el cambio y la modificación de lo "aburrido" por mero capricho de escapar la desesperación en un medio gastado. Es cuando la decisión de variar que ejecuta el primer encuentro con la verdad contraria (ahora un simple recuerdo y evento pasado de la nihilización) resulta en la indiferencia fría y cínica por parte de la mente que, a causa de su nueva posición sublime, ve hacia atrás con narcisismo y superioridad, haciendo de su antigua ofensa, su verdad, un chiste y objeto de burla (puesto que ya corresponde a mi voluntad y propia verdad); consecuentemente, el hombre más ofendido y ogroso se transforma en un Bufón; un vocero del humor negro, bailando como payaso sobre el fuego de su realidad angustiada; como era también la perspectiva cartesiana del dolor sometiéndose a la razón. 


 El fin aquí comprende la naturaleza en torno a sufrir, la nihilización, ahora un chiste de mal gusto, a causa de la misma superación que la concluye y que reconoce la imposibilidad finita. Algo muy diferente en los Ogros, quienes sienten la necesidad de esconderla, reprimirla, evadirla y negarla a partir del ideal amedrentado que lo engendra, ciertamente, por pavor a la calumnia del "podría ser". Sufrir es natural, necesario, inexistencia inevitable, la debilidad transformada desde su deplorable pequeñez hasta la fortaleza más suprema e incomparable; todo esto si consideramos la aceptación de la mente ante el primer encuentro con la verdad patente y contraria, es decir, en el evento que la razón llega a justificarse a sí misma como partidaria de la acción integral del ser humano en referencia a su realidad como ente sufrido. 


De lo contrario, todo acaba en una guerra psicológica entre la naturaleza empírica de la información volitiva y la negación racional en la aceptación de ésta: el hombre depresivo común. Es un caso general que recuerda a Heráclito y el "todo fluye" de su devenir, particularmente, en la conversión de los opuestos y la voluntad que estos necesitan vaciar una vez exceden la degeneración imperativa del apetito o la moral. Con esto, se reprime la naturaleza cuando se busca la ley universal (kantiana) ya que el pensamiento masificado de las multitudes, la tradiciones y, en fin, los valores por sí mismos, se enlazan en la decisión racional sobre la naturaleza de mi realidad. 


La razón por lo cual lo trágico aborda su propia comedia se debe a la naturaleza egoísta del ser humano ante lo "superado", o dicho de otra manera, "aquello que es inferior a mí", "lo que humillé y vencí"; la comedia es, pues, la tragedia repetida; no tanto por la repetición del hecho mismo sino por la redundancia racional que recae sobre el objeto perdido a nivel analítico hasta consumirlo y. por tanto, minimizarlo. Aquí llegamos, nuevamente, a verificar la diferencia entre el depresivo y el sufrido, primero, cuando identificamos quién domina a quién y, consecuentemente, la expresión en torno a la victoria entre uno de ambos. El depresivo sería el "dominado", el "débil" y el "vencido" por el mundo exterior mientras que el sufrido será el "dominador", el "fuerte" y el "vencedor". Cosa que nos hace ver que la única similitud entre ambos es la angustia que contrasta a partir de la dominación (el sufrido que domina y el depresivo que es dominado). 


Para determinar el vencedor sobre la angustia todo es cuestión  de  visualizar la expresión del angustiado, particularmente, quien toma por aliado a la burla y lo absurdo, consecuentemente, lo superado, ante la verdad empírica de la sofocación inexistencial. Y resulta lógico que el más valiente de los inexistentes tome regencia en la comedia ya que demuestra, como un Bufón, la autosuperación de lo trágico, para existir nuevamente mediante la carcajada de la voluntad. 


Es por ello que el hombre cómico actúa naturalmente frente a la tragedia identificándose, a sí mismo, como un ente sufrido, como un peón del devenir que, a la vez, posee la emancipación de un dios con la autoridad completa sobre la experiencia melancólica y la percepción burlesca de una realidad deplorable. A esto hay que agregar la cualidad espacio-temporal respecto a la intensidad, la cual, concentrada en un mismo punto, es visionada por el Bufón como algo en menester de expansión; pensar en el futuro sufriendo por el pasado, pensar en el pasado sufriendo por el futuro y el presente, cuya actualidad material, ejerce la acción que expande la neutralidad auténtica de la razón.