viernes, 1 de marzo de 2013

ENSAYO SOBRE LA INEXISTENCIA DEL UNIVERSO 5



LA DIMENSIÓN DISTORSIONADA

Seis sentidos son registrados por las ciencias empíricas. La vista para captar las imágenes de los alrededores. El oído para escuchar las melodías que compone. El gusto para disfrutar los sabores que exprime.  El olfato para percibir los aromas que emite. El tacto para conocer las formas en su contorno. Y el balance para asimilar el equilibrio entre el ser y el mundo. Pero hay un sentido que trasciende la misma realidad. El más puro entre los seis mencionados que, no obstante, se erige a partir de la fibra material de todo lo que no es; sin materia y a su vez en potencia de materializarse o no. Por tanto, Inexistente. Lo que llegaría a ser el sentido del sentido. La sensación que nos conduce a manifestar la vida ideal según el conocimiento que no existe en la vida material como connotación simbólica de aquello, inadvertidamente, caótico. El Séptimo Sentido. El exordio de expectativas, que en el tema del inexistencialismo, se constituye en una Dimensión Distorsionada.

La manifestación de este nivel inexistente el cual, pese al carácter esencial y la necesidad innata de todos nosotros por percibirlo empíricamente sin la experiencia adherente a su verdad material, comprende una gama de dimensiones o niveles categóricos según el sentido statu quo que emite el entorno. Se trata, pues, de una serie de elementos externos que la razón agrupa como conceptos calificativos al objeto caótico, en tanto que la vida personal de cada individuo trasciende la realidad material para distorsionarla en otra dimensión imperceptible por la carencia ya percibida. Mientras que para la parte sistematizada y las masas el séptimo sentido se condena, entre otros factores, al poder concentrado y unánime de las fuerzas culturales, sociales e ideológicas en un sistema determinado, para los intelectuales, en cambio, la manifestación del séptimo sentido es uno de aversión contra el mundo apolíneo que aporta sentido al resto. Se puede simplificar, según este axioma, y enfatizo aquí, a la razón de ser como medio indispensable para vivir sobre las necesidades básicas (comer, reproducirse, etc) con tal de encontrar un sentido latente y, en toda probabilidad, inexistente. Ergo una necesidad insaciable que deriva en el sin sentido y, consecuentemente, en la carencia. De aquí podemos dividir el séptimo sentido en dos contextos temporales: el sincrónico y el anacrónico.

El Séptimo Sentido Sincrónico. Implica estar en completa correlación con todos los elementos presentes de la época. Mutuamente inclusiva de todos los partidarios que se encuentran satisfechos con su momento actual; sea por motivos políticos, religiosos, económicos, tecnológicos, sociales, etc. Quien goza de esta realidad, no la cuestiona. Y niega cualquier reproche que se haga a la misma. Como si se tratara de una hormiga obrera defendiendo el honor de su Reina; así el ente sincrónico defiende su Sistema. Algunos que inclusive estarían dispuestos a hacer cualquier cosa por conservar la estabilidad enraizada de dicho mundo. Con lo cual, el séptimo sentido y la necesidad de significado que sugiere su cualidad sincronizada depende del entorno presente y real; la sensación adversa sería, por ende, hacia el cambio y todo aquello que lo perturba fuera del potencial asimilado del statu quo.

El Séptimo Sentido Anacrónico. El enfoque verdadero en el que voy a fundamentar este ensayo. Incluye a todo aquel cuya fuente de significado es inexistente. Buscan un sentido pero no saben lo que es ni lo encuentran en todas las construcciones materiales de su época. Sienten un malestar profundo; como si hubiese algo malo con el mundo. Perciben un problema imaginario sin respuesta material. Uno que sólo sigue creciendo mientras se prolonga su existencia. La carga angustiada que la vida no tiene sentido alguno por sí sola y, más bien, confluyen en un sentido inexistente abigarrado en la irrealidad de una Dimensión Distorsionada. Con lo cual, todas las ideas son una especulación residual de todas las necesidades insatisfechas; la hipótesis de un contenido que puede que no exista siquiera. Contrario a la Teoría de Platón del Mundo de las Ideas, la Dimensión Distorsionada es un Mundo sin Realidades. En el sentido que las cosas no existen por ideas perfectas y superiores sino, más bien, se distorsionan en irrealidades independientes de las cosas mismas. Donde todo contenido refleja un pensamiento individual o inconsciente colectivo jungiano (por arquetipos) de lo que podría llegar a ser. Semejante al antirrealismo de los postmodernistas salvo que la visión inexistencialista comprende un mundo gastado en cuanto a la nihilización de la cosa en sí y no meramente la perspectiva subjetiva de la entidad. Las ideas se generan a partir de la realidad pero no siempre ostentan la esencia o entidad de la misma. Y si se llegara a buscar el contenido de la Dimensión Distorsionada, incluso tras una aplicación exacta y reducción eidética realizada a la perfección, no hubiese manera de saber si dicha zona existe o no. Ni, mucho menos, saber si el sentido que sugiere es auténtico o correcto. Se especula, se lleva a la práctica y, por consiguiente, existe. Sin embargo, ¿es, en verdad, una realidad existente?

Verdad y Sentido. La respuesta a esta incógnita se estructura primordialmente en la diferenciación que cimenta el potencial de la verdad y el sentido verdadero, en un estado más puro y esencial, que conforma una realidad caótica sin explicación. Particularmente por la naturaleza del Ego Radical como potencial que sustituye las esencias de las cosas por símbolos de identidad que favorecen el sentido sobre la verdad.  Las ciencias pueden medir, cuantificar, retratar y explicar esta realidad. Mas no pueden dar un sentido universal a todos sus componentes. El sentido será, pues, una interpretación subjetiva fomentada a partir de meras especulaciones simbólicas de toda la realidad encasillada en la ciencia. Por mucha precisión que tenga la física cuántica sobre las partículas subatómicas, sólo pueden especular un sentido como, por ejemplo, que Dios exista o no, según la expansión del Universo. Algo que a nivel material tampoco llega a ser del todo preciso. Puesto que hablamos del Caos y el cambio constante que deriva en las teorías actuales que los propios científicos admiten como caóticas.

Esto demuestra que la verdad y el sentido son dos cosas distintas. La primera procede la segunda y, empero, no representa una continuación de la misma ni acaso expresa una correlación competente de sus módulos como finalidad funcional. La verdad y el sentido son dos potenciales distintos; mundos que se rigen por leyes y barreras que a cada cual circunscribe. Semejante al sistema kantiano, el sentido funciona a un nivel a priori como concepto procedente de la experiencia y que, a su vez, no depende de la misma. Generando datos inexistentes que el mundo verdadero carece. En esto, la verdad procede la necesidad humana de apartarse de lo verdadero y, similarmente, existente, con tal de abordar una dimensión donde el Caos esencial se disipa en un concepto especulado de coherencia. Por lo que un sentido puede ser, en este contexto, existente o inexistente.

El sentido como variable de lo que es o no es, puede ratificarse mediante un significado que la vida, por sí misma, no posee. No hay ningún sentido inherente a la existencia. Más bien se trata de un agregado; energía generada por la materia; algo que se crea según la causalidad y su relación con el individuo que la aporta como potencial subjetivo. Puesto que mi ontología del Mundo Vacío ratifica un cero infinito correlativo a la nihilización del ser y la anulación del mismo según su sabiduría categórica, el cuerpo físico y la vida humana carecen de sentido ante su inevitable disipación. En este contexto, el proceso dialéctico hegeliano que deriva en Dios y el proceso dialéctico marxista que deriva en el hombre son obsoletos y, más bien, derivan en la inexistencia. No obstante, hay un vínculo histórico que los une en la praxis como materialización perpetua, pues, la permanencia es lo único que escapa el Caos y el ser humano terminal es, propiamente, caótico. En su obra es donde vemos la perpetuidad que alberga la historia; la unión de todas las acciones que engloban el concepto de humanidad. En la medida que un sentido se llega a materializar o tiene un vínculo correlativo a la verdad que lo engendra, podemos hablar de un sentido verdadero (como séptimo sentido sincrónico) que los individuos creyentes atribuyen a su espacio temporal presente. Está claro que la cualidad subjetiva del sentido implica que no signifique a un colectivo en tanto que el espacio temporal donde el sentido se difunde, alberga siempre una minoría excluyente (por un séptimo sentido anacrónico) que no goza del sentido patente a la multitud que lo constituye.  Y, nuevamente, el sentido vuelca su potencial hacia la inexistencia.

La Distorsión Inexistencialista. La llamada Dimensión Distorsionada corresponde a un campo de la irrealidad que es como a un campo de la realidad que no es. Se diferencia del Otro Mundo por su cualidad objetiva, o mismamente, la aglomeración de Otros Mundos en un imaginario social que parten de la concepción subjetiva inexistente del Otro Mundo en sí, creando la llamada "distorsión" que colisiona, vía su trascendencia universal, hacia una dimensión incognoscible como totalidad. Los componentes que albergan este imaginario parten de una realidad caótica e, igualmente, sin sentido, la cual, en consecuencia, elabora sus propios conceptos de lo que puede llegar a existir o no.  La estaticidad de un concepto en la Dimensión Distorsionada sugiere su inexistencia mientras que lo que existe se demuestra en todos los aspectos minuciosos de la civilización consecuente. Y, con ello, el sentido real o existente depende de nuestras acciones y, específicamente, la transformación de la realidad y su constante evolución a través de ellas. Del mismo modo en cuanto a la terminación fijada en las propias barreras de un potencial finito contrapuesto al apeiron ilimitado del Caos cuya cosa en sí no alberga sentido alguno debido a su carácter perpetuo. Similar en lo que a la verdad respecta. Puesto que la visión de Parménides era el reconocimiento de la cosa que es y el no reconocimiento de la cosa que no es, el no-ser y, en este arreglo, las ideas inexistentes de la Dimensión Distorsionada, son la base comparativa para todo lo que existe por la dialéctica anacrónica que supone la ausencia de la intensidad. Es decir, la inexistencia del mundo nace por todo lo que existe y, específicamente, cuando todo lo que existe, para el individuo que lo percibe, no es. 

Si lo ponemos en ejemplos, podemos concebirlo como la acción continua por crear conceptos irreales y decorar el mundo existente con ideas ficticias o agregados simbólicos. Las ideas son, por tanto, una fijación abstracta de ilusiones significativas de lo que el mundo carece. Un árbol como vivienda se vuelve una casa porque el individuo lo considera más significativo por estética y funcionalidad. Creando, por consiguiente, la ciencia de la arquitectura. No obstante, la Dimensión Distorsionada es algo que difícilmente podemos comprender en palabras o ejemplos, pues, no existe ni se caracteriza por un patrón cuantificable para su análisis. Su existencia se ratifica en la zona de la realidad que se aparta de su naturaleza esencial para dar lugar a una vertiente, que bien, puede corresponder a esa verdad o, de lo contrario, se aparta para crear un concepto nuevo que se estriba en ella. Sería, por decir, la analogía de un árbol donde crece un hongo que se vuelve un parásito del mismo en oposición a un pájaro haciendo un nido en sus ramas. Incluso podemos reiterar el primer ejemplo en una tercera situación donde el árbol se corta para construir una casa. Para los tres supuestos, se resume en la idea que depende de la verdad, la idea que procede la verdad y no depende necesariamente de ella y la idea que transforma esa verdad en otra. El sentido de la vida se fundamenta en esto último dado que, en los primeros dos casos, las verdades sólo exponencian, como una luz tenue, la veracidad de la verdad y, concretamente en el segundo, la veracidad divergente de lo verdadero. La verdad transformada, en cambio, parte de la concepción inexistente de una Dimensión Distorsionada para deconstruir una verdad caótica en un simbolismo real que, incluso como entidad inexistente, tiene más vida y sentido que la verdad que la constituía.

El Sentido de la Vida. Este apartado lo incluyo en una nueva rama filosófica que denomino la Semiodinámica y cuyo objeto de estudio es justamente el sentido de la vida a través del potencial. En este caso en concreto, nos hallamos ante la antítesis entre la verdad caótica y la Dimensión Distorsionada de una ultra-irrealidad, donde los componentes de la primera se estructuran en un orden, similarmente ficticio, mas con un arreglo y patrón que puede llegar a determinarse en cuanto se independiza del apeiron indeterminado en su finitud. El hecho es que la verdad que reitero como fuente caótica y sin sentido, no puede llegarse a conocer salvo tras la renuncia general del propio conocimiento. Dicho de otra manera, dejamos de pensar para que nuestra verdad y la verdad contraria pujen al ser dialécticamente en la volición caótica por la que pugna. Lógicamente, dicho “arrastre” no conducirá a una verdad universal o conocimiento infinito, pues, hablamos del Caos como un concepto infinito en sí mismo que ni siquiera tiene esencia para poder determinar su principio o final y, por consiguiente, su sentido o razón de ser. Por lo que la sabiduría sólo puede ser limitada, como potencial, independiente de un Caos incognoscible e ilimitado. 
 
Resulta ser algo tanto estimable como defectuoso de las filosofías orientales ya que el conocimiento de la verdad depende de renunciar a la razón y, a su vez, introduce al ser como otro elemento del Caos que deriva en la Nada. Consistente con la conservación y estancamiento de una Nada risueña a la que llaman Iluminación y que no avanza al siguiente cero dialéctico. Ni siquiera en el concepto inexistente de una Nada, en sentido sartriano, como sueño invisible de algo que se creía existente. Cuando, en realidad, la Nada no es más que el cero de la inexistencia en constante evolución.
    
No obstante, si lo vemos desde el punto de vista evolutivo, la razón apareció como mecanismo de defensa contra esa realidad caótica. Creo que el mayor error humano fue concebirla como una razón dogmática para luego edificar una civilización sistematizada. Y esto no sucedió hasta el nacimiento de las religiones monoteístas que no buscaban el sentido mitológico de sus obras como las religiones paganas, sino el control de sus fieles como prioridad máxima. Posterior a la caída de los gobiernos absolutistas, la Revolución Francesa adoptó esta prioridad a nivel político con la ley. Mas con la gloriosa “ley”, las acciones humanas se sistematizaron y se perdió de vista la razón auténtica que, aparte de neutralizar la verdad caótica, es la razón del sentido. Algo que la civilización actual del siglo XXI ha olvidado por completo detrás de la saturación mediática por constituir el derecho científico y el nihilismo descrito anteriormente.

El sentido de la vida y la creación de una ultra-irrealidad en función de una Dimensión Distorsionada, pende, por lo tanto, de la creatividad que construye el ente como potencial. Y con esto no hago referencia a la concepción del arte como entretenimiento, pues, éste último sólo contribuye a perpetuar la ironía de consumir Nadas efímeras para desasociar necesidades en lugar de saciarlas. El arte puro es un exaltamiento de lo inexistente; elementos tomados de la Dimensión Distorsionada que se organizan creativamente como brecha sustitutiva del mundo apolíneo defectuoso en un momento histórico determinado. Esto no sugiere la acción de una creatividad pulcra que innove al cien por ciento sin basarse en un hecho real o sentido pasado. Más bien comprende una continuidad evolutiva de la realidad apolínea constituyente para idear el sentido de nuevas carencias o la acción sustitutiva de sentidos que, por la evolución de la verdad, han dejado de significar.

Consecuentemente, el fin de la humanidad es crear una inexistencia con mayor sentido que la existencia misma. Un mundo ficticio que, imitando las leyes de la propia realidad, pueda edificar un mundo que compensa las carencias del sin sentido que albergan las verdades caóticas. La Selva Civilizada. Evidentemente, no se trata de disipar la realidad o la verdad hasta anularlas del todo. Consiste de una realidad simbiótica entre las ciencias y las artes. La verdad de la arcilla científica esculpida con el cincel artístico del sentido. Una dialéctica que me lleva a concluir que el sentido de la vida no es otra cosa que exponenciar la misma hacia un significado superior de permanencia como equilibrio entre el devenir de la verdad caótica y la inexistencia del universo.

jueves, 24 de enero de 2013

ENSAYO SOBRE LA INEXISTENCIA DEL UNIVERSO 4


EL DESIERTO NIHILISTA

En este esquema del conocimiento, cabe suponer que la sabiduría tiene un punto muerto y, contrario a lo que dicen muchos filósofos, no está vinculado a la felicidad. De hecho, es todo lo contrario puesto que, el sabio, o ser humano que neutraliza una dialéctica constante y caótica, desemboca en una perspectiva de completa alienación al mundo existente de donde emana. El cero ontológico, aún carente de sensaciones o motricidad, alberga el contenido de la dialéctica finiquitada de la experiencia  previa a cuya neutralidad acaece un sentido vinculado a la sabiduría propiamente. Lo que llegaría a llamar la esencia muerta. Una que también puede atribuirse al potencial en tanto que su núcleo o foco de atención esté ausente sobre el objeto y su cualidad instrínseca pasa desapercibida; sea por una intensidad que ya se haya gastado o por mera arbitrariedad desinteresada del espectador como empirismo inexistente; ojos que no ven, oídos que no escuchan, nariz que no huele, etc. En dicho caso, la disponibilidad o direccionalidad (en el caso de la visión) está dirigida hacia el objeto mientras que el núcleo se encuentra en otra parte y, por tanto, lo existente se vuelve inexistente y lo inexistente se vuelve existente.  Sin embargo, la cualidad vacía de la esencia muerta le permite ser receptáculo de nuevas intensidades (positivas o negativas) en tanto que se neutralizan hacia un nuevo cero para absorber el conocimiento innovador sintetizado vía la experiencia detonante previa hacia un sentido final a corto plazo. Y el proceso se repite: esencia muerta, intensidad y sentido final. Hasta el infinito.

Dicho modelo presenta una aberración en lo que concierne la pulcritud estereotípica de la sabiduría. Partiendo en que el Caos es la fuerza más poderosa del universo y puede retozar una cantidad infinita de intensidades en el pecho minúsculo de un ser humano. La razón, en su cualidad animal de mecanismo defensivo, no busca la sabiduría en el contexto que he descrito. La mente conoce para adaptarse al medio.  Busca herramientas necesarias en el entorno para sobrevivir. Resulta lógico, por tanto, que una vez alcanza la homeostasis con el ambiente que lo rodea, pugnará por conservar esa neutralidad. Con lo cual hablamos de un cero cerrado; que da la espalda al infinito y protesta su negación contra el mismo devenir. Sencillamente porque ceder a la dialéctica del Caos implica sufrir y la función hedonista de la mente es impedir el sufrimiento o neutralizar el mismo. Este es el caso de la felicidad o aglomeración de sensaciones ligadas a un cero cerrado. Como lo sería en la mayor parte de las filosofías orientales que llaman sabiduría-felicidad a este estancamiento, en cuanto razón inactiva, y del mismo modo, neutra, la cual, empero, niega cualquier evolución del cero infinito para autentificarla propiamente como razón. Algo que también explica por qué los llamados fantasmas del Otro Mundo (ver primer ensayo) suelen ser las especies humanas más sabias; tanto por su incapacidad de percibir la voluptuosidad que la felicidad procede ante la entidad intensa como por la razón auténtica que, en este caso, cede al devenir ontológico de un cero en constante evolución. 

No obstante, al referirme al punto muerto, realmente quería ratificar el caso de aquellos que sí se empeñan en transitar el sendero auténtico de la sabiduría. Y se resume en la inexistencia del eslabón central de la ecuación: la intensidad. Como decía en el párrafo anterior, el Caos deriva una gran cantidad de intensidades afines y antagonistas a nuestro ser. Y por mucho que el sabio ceda a esté y se comprometa a fluctuar y neutralizar el Caos hacia el Orden, cualquier mente, incluso la más racional, buscará conservar la homeostasis necesaria para sobrevivir. Este gen animal, combinado con la evolución del cero y, específicamente, el nivel culminante del cero (en contraposición al entorno sincrónico e histórico) conllevará a que las intensidades no sean percibidas o se gasten con facilidad. Sin la intensidad, no se puede dar el paso de la esencia muerta al sentido final. Por lo que nos encontramos ante un escenario de la existencia donde sólo existe la primera. Sin intensidad. Sin Sentido. Inexistente.  Un Desierto Nihilista.

Sin intensidad, no hay sentido. Consecuentemente, los sabios se encuentran sumergidos en la Nada; un entorno sin significado o motivación. Puesto que hay intensidades inmortales (como cactos en el vasto desierto; el hambre, la sed, el apetito sexual, etc) los sabios acaban en una rutina que es, irónicamente y pese a la evolución que implica, un comportamiento animal básico. En otras palabras, se utilizan los instintos más naturales en el aspecto del potencial que, en su defecto, no puede gastarse, con tal de exponer un hábito primordial de la conservación o, mismamente, de supervivencia. Mas a esto hay que agregar la perspectiva de sabiduría que manifiesta el nivel del cero, en este caso, superior a la media o, del mismo modo, trascendente a los instintos básicos que la razón distancia en su propio potencial. De aquí, la voluntad animal, condicionada por una razón portadora de numerosos conocimientos gastados, deriva el estado del ser por dos cauces: la moral fría y la carroña metafísica. 

La Moral Fría. En el primero de los casos, consiste de un conformismo a la existencia y una sumisión racional a los instintos básicos. El comportamiento que atribuía anteriormente a la especie fantasma. Es decir, aquel que vive por moral. El calor del desierto le produce angustia pero asume la idea que vive en un clima polar. Intenta adaptarse al tiempo pese a no sentir absolutamente nada. La moral fría incluso puede implicar que la sumisión a los instintos básicos resulte falsa. Se come cuando no hay hambre, se bebe cuando no hay sed; con tal de sobrevivir (moralmente). Y a la misma vez, se encuentra en un mundo donde le da igual vivir o morir. Parecerá que un sabio de este calibre cuya indiferencia impulsa la voluntad de emprender cualquier empresa, podría, por ende, superar cualquier obstáculo y conquistar el mundo con el don de su intelecto. Pero la carencia de intensidad evoca todo lo contrario. Una conducta ineficiente sin más. Congela sus intereses en los instintos básicos sin dar crédito a las demás emociones humanas emanadas de la sociabilidad. Ya no desea pertenecer. Simplemente existe sin existir de verdad. 


La Carroña Metafísica. Por otra parte, están los sabios empeñados en buscar intensidades por doquier. Su don intelectual y un ser en la escala alta del cero infinito provocan que las intensidades sean efímeras y, por tanto, numerosas en cantidad. La razón de ser desaparece para conmutarse por la razón de sentir.  Revivir experiencias internas del pasado e, igualmente, intensidades falsas o simuladas como el caso de los paraísos artificiales. La figura del sabio en el desierto nihilista equivale a la de un buitre. Una carroña metafísica que busca absorber el sentido de los pocos cadáveres que yacen en su seno. El sabio escapa la constante del vacío racional que implica la neutralidad evolucionada. Su virtud se oxida y se transforma en una especie de carácter oportunista. Un carroñero de sensaciones. Ya no siente amor por la humanidad por lo que tampoco busca su beneficio. Conserva la moral y las buenas formas por principio. Mas nunca por compasión. Su interés social es uno de alienación; una realidad distorsionada, un cuadro impresionista, una imagen desenfocada, o sencillamente, la inexistencia. En corto y en acorde con Kant, la sabiduría es inversamente proporcional a la felicidad. 

La Selva Civilizada. ¿Por qué algo, en principio, sublime y cuya publicidad histórica deriva en la satisfacción tiene, como aliado, el sufrimiento?¿Qué sentido tiene la sabiduría si su evolución implica un nivel ascendente de insatisfacción? Quizá la aberración procede de la vanidad que somos, y entrecomillo, “animales racionales”.  El principio de la sabiduría deriva, por tanto, de lo que denominó el Antihumano. Para mejor comprender este concepto en su esencia, hay que pensar a la inversa del superhombre nietzscheano y el extremo del Nosce Te Ipsum (Conócete a ti mismo). Aunque el Antihumano también representa una superación similar a posteriori, primero debe aceptarse como otro animal sin nada superior al resto de especies. Todas las especies que existen y que no se hayan extinguido, son existentes por tener una virtud que destaca. Podemos tener uso de razón y conciencia de la conciencia, pero hay insectos que pueden hacer muchas cosas que el ser humano no puede sin su tecnología jactanciosa. Una planta no tiene conciencia de la conciencia, pero debe tener una conciencia si puede reconocer la necesidad que los insectos la fertilicen, crear frutas para consumo humano, e inclusive, desarrollar venenos para que no las toquen o consuman.

Por otra parte, no comparte la misma noción del superhombre de Nietzsche en el sentido final de superación, puesto que, inclusive, en conceptos humildes como "hombre como puente al superhombre" y "gatear antes de volar", el estancamiento consecuente deviene del propio sufijo "super" donde, desde la perspectiva del Inexistencialismo, supone volver al punto de partida ignorante. El Antihumano es Antihumano en pasado, presente y futuro. Aquel que se sumerge en el pozo más profundo de la humildad para oponerse al falso mito de la soberbia humana. Y, como Cronos cayendo al Tártaro, tendrá la epifanía de la verdadera verdad: atravesar la Inexistencia por el sendero del Cero Infinito, como ser inexistente reconocido, hasta encontrar el sentido de la vida en el potencialismo puro de los hechos. Esto no puede suceder en entornos estancados que se mantienen a sí mismos por la soberbia característica de la falsa felicidad. 

Todas las filosofías, ciencias o religiones que ligan la sabiduría con la felicidad son filosofías vanidosas que, en acorde a la fauna racionalista, se autodenominan sabias por ser felices. Los filosofastros de esta época que contaminan la sociedad con libros de auto-ayuda o aforismos de frases hechas. Denigrando la labor de todos los filósofos ilustres que se esforzaron por llegar a la raíz del problema en lugar de decorarlo o lucrarse. La discrepancia entre ambas acaece en la medida que la sabiduría real se fusiona con la verdad que encarna el Caos y la felicidad que, en cambio, se conserva en un nivel del cero infinito. La negación del devenir caótico supone estancamiento y cualquier mención de la sabiduría en este punto roza el absurdo de la vanidad. Por tanto hablamos del estereotipo clásico del hombre que cree ser sabio sin serlo. El “Yo sólo sé que no sé nada” de Sócrates es un canto al devenir infernal de la sabiduría. Por lo que, incluso la neutralidad que premia la sabiduría, tan sólo expande el desierto nihilista en intensidades consumidas por un conocimiento que, como el sol del entorno, consume la vegetación de las pasiones hasta volverlas dunas de razón. Preguntaría, entonces, ¿dónde se encuentra el  verdadero camino del sabio?

La sabiduría no es otra cosa que perspectiva en tanto que varía la percepción de una misma cosa o bien encuentra una nueva visión de algo desconocido. Esto se puede representar en cosas sencillas como viajar para conocer nuevas culturas, leer libros que ponen de manifiesto pensamientos diferentes al nuestro, ir a un museo donde contemplamos visiones discrepantes de la realidad en pinturas, etc. El hecho es que la gente más ignorante es aquella que siempre tiene la misma perspectiva de las cosas y, en oposición a los ejemplos mencionados, se anclan en una misma idea, un mismo lugar y una misma rutina. La separación infalible entre la sabiduría y la felicidad parte de este principio que, reiterando la felicidad como el conformismo a una idea afable y, mismamente, estancada en concepto de perspectiva, halla su divergencia con la dialéctica inexistente de la sabiduría, pues, el cero infinito no es otra cosa que la perspectiva cambiante de una misma neutralidad. En este aspecto, el Antihumano debe partir desde su naturaleza primal y eliminar la connotación soberbia del llamado "animal racional". 

Para empezar, habría que remover el adjetivo vanidoso "racional" de la ecuación. Con lo cual el hombre no sería más que otro animal. Desde esta perspectiva, el sabio sería la inexistencia del hombre como Antihumano. Esto implica que debe abandonar el campo de lo que denomino las tres vanidades fundamentales; la religiosa (haber sido elegidos por un dios o dioses y creer en un alma dualista con destino a un ultramundo superior), la científica (que busca medir y cuantificar el Caos creyendo tener algún poder sobre la naturaleza donde no lo hay) y la humanista (que considera al hombre el centro del universo y, a nivel particular, se cree superior por ser racional, parlante o sencillamente humano); en sumo, la negación de la existencia de la inexistencia. El camino del Antihumano empieza, por contra, en el ateísmo, el nihilismo y la humildad; en definitiva, la aceptación de la inexistencia  y epifanía como ser inexistencialista. 

La sabiduría no es para todo el mundo ya que muy pocos se disponen a abandonar sus dogmas religiosos, científicos y humanistas respectivamente. En lo que el sabio respecta, su evolución en la cadena del cero infinito lo hace distanciarse del colectivo al que en algún momento se sentía afiliado en cuanto mímesis física que, no obstante, se aparta en la medida que desarrolla una psicología conductual de fantasma. Es una especie distinta con otras necesidades las cuales el mundo, y en particular, ese colectivo humano, es incapaz de saciar. No hay que olvidar que, incluso removiendo el atributo vanidoso que la humanidad se atribuye a sí misma como portadora de la de sabiduría, sí hay, empero, una connotación racional en el esquema de la evolución humana. El eslabón perdido, como el mismo nombre implica, es la especie destinada a extinguirse. Mientras que el sabio evoluciona, avanza hacia la ironía de estar cada vez más inadaptado. No comparte la conducta de los demás hombres ni encuentra satisfacción en las actividades que goza el hombre de su época. Puesto que su razón ha superado el imaginario social que lo rodea, dirige toda su atención a la inexistencia y, en la percepción real de su racionalidad animal, es consciente y, encima, desea dicha inexistencia como antítesis a una existencia vacía. Mas, contrario al reino animal, el fósil humano se materializa en la historia que se transcribe a futuras generaciones que evolucionan como grupo colectivo hacia el destino que el sabio extinto pretendía alcanzar. 

Lógicamente, no se trata del colectivo íntegro, como supondría la humanidad en categoría general e, igualmente, tosca, burda y conformista. La extinción de los sabios, en el ámbito estrictamente material, se debe, en gran parte, a la evolución en solitario que patenta la inexistencia, en un sentido, animal, como, por ejemplo, de exentar la capacidad de reproducirse sin dejar una descendencia real superviviente. Del mismo modo, debo reiterar la discrepancia "racional real" de las bestias en el sentido puramente sexual o reproductivo, pues, como mencioné anteriormente, la descendencia de un genio no es necesariamente intelectual. La variación correlativa darwinista implica que el sentido de la vida siempre va  ligado a la historia donde se transcribe un sentido general en el colectivo humano y su manifestación en el contexto social y político. Disgregarse en el Caos para luego aglomerarse en el Orden. Pero no un orden en cuanto la equidad de conceptos antagónicos. Sino como trinidad dialéctica de la voluntad y la perdición en un significado que los explica racionalmente; retozar entre sí en lo particular para encontrar una neutralidad absoluta en lo universal como sentido. Lo mismo sucede para la existencia y la inexistencia. Aunque la evolución colectiva de intelectuales procede la capacidad de reproducirse entre hombres y mujeres inteligentes, su unión no es un hecho biológico en sí sino, más bien, y en términos de la humanidad como agrupación dotada de dicha ventaja evolutiva, una unión cultural de conductas transmitidas de generación en generación. Los códigos que impregnan el entorno de contenido, en este caso, intelectual, y en cuyos miembros, semejantemente intelectuales, se pasan a interiorizar dichos comportamientos (sean biológicamente intelectuales o no) como experiencia trascendente de la ley a la razón. La extinción de los sabios se debe, por tanto, a una crisis política que se contrapone a este esquema, como democracia, contra la voluntad intelectual de una Nueva Aristocracia que deriva en el fin de la historia y nuevo comienzo Antihumano (en cuanto su evolución desde la anagnórisis). 

En la sociedad actual de las democracias se esconde una enfermedad intelectual que pondrá en evidencia la igualdad podrida que sacaron del congelador en 1789. Ojo que, al referirme a una aristocracia, reivindico la aristocracia intelectual de Platón, Gramsci y Nietzsche; por definición etimológica, "el gobierno de los mejores". Y "mejores", no por soberbia, sino por la humildad del ser y la grandeza de los hechos. ¿Cómo decidir quién es mejor que otro? Ni hace falta decidirlo. El propio malestar histórico estallará con el nuevo aristócrata. Aquel a quien la inexistencia procedente de un Sistema insignificante le conduce a existir en un mundo con sentido. Actualmente, la democracia es una peste para los sabios que, incluso con las libertades que supone, se refiere al colectivo y a la humanidad en el género universal. Con ello, las masas que, como mayoría encarnan el mayor nivel de irracionalidad humana, elegirán entre sus representantes aristocráticos a gente igualmente irracional. Si sumamos el aspecto capitalista, se trataría, más bien, de una oligarquía donde el dinero y las posesiones materiales clasifican a los mejores según el poder adquisitivo que dispongan. Algo que incluso el oligarca sabio repudiaría por la carencia de sentido que supone el consumismo. Cuántos oligarcas he conocido que tienen dinero para quemar y son más irracionales que las propias masas. Bendecidos por herencia o contactos sin acaso ameritar el fruto del trabajo de sus antepasados que, en su mayoría, se aprovechan de un Sistema que sólo beneficia a su estirpe semejantemente. La Nueva Aristocracia sería, en sentido ajeno a las mencionadas, un grupo minoritario que guía la voluntad general hacia un sentido común. El sentido de la vida que debe brotar de todas las creaciones que constituyen la civilización mediante la virtud y el arte. Igual que en las civilizaciones antiguas donde toda la arquitectura habla con simbolismos que patentan un sentido constante respecto al ser, la naturaleza y el universo. Lo que llegaría a ser una Selva Civilizada.