jueves, 24 de enero de 2013

ENSAYO SOBRE LA INEXISTENCIA DEL UNIVERSO 4


EL DESIERTO NIHILISTA

En este esquema del conocimiento, cabe suponer que la sabiduría tiene un punto muerto y, contrario a lo que dicen muchos filósofos, no está vinculado a la felicidad. De hecho, es todo lo contrario puesto que, el sabio, o ser humano que neutraliza una dialéctica constante y caótica, desemboca en una perspectiva de completa alienación al mundo existente de donde emana. El cero ontológico, aún carente de sensaciones o motricidad, alberga el contenido de la dialéctica finiquitada de la experiencia  previa a cuya neutralidad acaece un sentido vinculado a la sabiduría propiamente. Lo que llegaría a llamar la esencia muerta. Una que también puede atribuirse al potencial en tanto que su núcleo o foco de atención esté ausente sobre el objeto y su cualidad instrínseca pasa desapercibida; sea por una intensidad que ya se haya gastado o por mera arbitrariedad desinteresada del espectador como empirismo inexistente; ojos que no ven, oídos que no escuchan, nariz que no huele, etc. En dicho caso, la disponibilidad o direccionalidad (en el caso de la visión) está dirigida hacia el objeto mientras que el núcleo se encuentra en otra parte y, por tanto, lo existente se vuelve inexistente y lo inexistente se vuelve existente.  Sin embargo, la cualidad vacía de la esencia muerta le permite ser receptáculo de nuevas intensidades (positivas o negativas) en tanto que se neutralizan hacia un nuevo cero para absorber el conocimiento innovador sintetizado vía la experiencia detonante previa hacia un sentido final a corto plazo. Y el proceso se repite: esencia muerta, intensidad y sentido final. Hasta el infinito.

Dicho modelo presenta una aberración en lo que concierne la pulcritud estereotípica de la sabiduría. Partiendo en que el Caos es la fuerza más poderosa del universo y puede retozar una cantidad infinita de intensidades en el pecho minúsculo de un ser humano. La razón, en su cualidad animal de mecanismo defensivo, no busca la sabiduría en el contexto que he descrito. La mente conoce para adaptarse al medio.  Busca herramientas necesarias en el entorno para sobrevivir. Resulta lógico, por tanto, que una vez alcanza la homeostasis con el ambiente que lo rodea, pugnará por conservar esa neutralidad. Con lo cual hablamos de un cero cerrado; que da la espalda al infinito y protesta su negación contra el mismo devenir. Sencillamente porque ceder a la dialéctica del Caos implica sufrir y la función hedonista de la mente es impedir el sufrimiento o neutralizar el mismo. Este es el caso de la felicidad o aglomeración de sensaciones ligadas a un cero cerrado. Como lo sería en la mayor parte de las filosofías orientales que llaman sabiduría-felicidad a este estancamiento, en cuanto razón inactiva, y del mismo modo, neutra, la cual, empero, niega cualquier evolución del cero infinito para autentificarla propiamente como razón. Algo que también explica por qué los llamados fantasmas del Otro Mundo (ver primer ensayo) suelen ser las especies humanas más sabias; tanto por su incapacidad de percibir la voluptuosidad que la felicidad procede ante la entidad intensa como por la razón auténtica que, en este caso, cede al devenir ontológico de un cero en constante evolución. 

No obstante, al referirme al punto muerto, realmente quería ratificar el caso de aquellos que sí se empeñan en transitar el sendero auténtico de la sabiduría. Y se resume en la inexistencia del eslabón central de la ecuación: la intensidad. Como decía en el párrafo anterior, el Caos deriva una gran cantidad de intensidades afines y antagonistas a nuestro ser. Y por mucho que el sabio ceda a esté y se comprometa a fluctuar y neutralizar el Caos hacia el Orden, cualquier mente, incluso la más racional, buscará conservar la homeostasis necesaria para sobrevivir. Este gen animal, combinado con la evolución del cero y, específicamente, el nivel culminante del cero (en contraposición al entorno sincrónico e histórico) conllevará a que las intensidades no sean percibidas o se gasten con facilidad. Sin la intensidad, no se puede dar el paso de la esencia muerta al sentido final. Por lo que nos encontramos ante un escenario de la existencia donde sólo existe la primera. Sin intensidad. Sin Sentido. Inexistente.  Un Desierto Nihilista.

Sin intensidad, no hay sentido. Consecuentemente, los sabios se encuentran sumergidos en la Nada; un entorno sin significado o motivación. Puesto que hay intensidades inmortales (como cactos en el vasto desierto; el hambre, la sed, el apetito sexual, etc) los sabios acaban en una rutina que es, irónicamente y pese a la evolución que implica, un comportamiento animal básico. En otras palabras, se utilizan los instintos más naturales en el aspecto del potencial que, en su defecto, no puede gastarse, con tal de exponer un hábito primordial de la conservación o, mismamente, de supervivencia. Mas a esto hay que agregar la perspectiva de sabiduría que manifiesta el nivel del cero, en este caso, superior a la media o, del mismo modo, trascendente a los instintos básicos que la razón distancia en su propio potencial. De aquí, la voluntad animal, condicionada por una razón portadora de numerosos conocimientos gastados, deriva el estado del ser por dos cauces: la moral fría y la carroña metafísica. 

La Moral Fría. En el primero de los casos, consiste de un conformismo a la existencia y una sumisión racional a los instintos básicos. El comportamiento que atribuía anteriormente a la especie fantasma. Es decir, aquel que vive por moral. El calor del desierto le produce angustia pero asume la idea que vive en un clima polar. Intenta adaptarse al tiempo pese a no sentir absolutamente nada. La moral fría incluso puede implicar que la sumisión a los instintos básicos resulte falsa. Se come cuando no hay hambre, se bebe cuando no hay sed; con tal de sobrevivir (moralmente). Y a la misma vez, se encuentra en un mundo donde le da igual vivir o morir. Parecerá que un sabio de este calibre cuya indiferencia impulsa la voluntad de emprender cualquier empresa, podría, por ende, superar cualquier obstáculo y conquistar el mundo con el don de su intelecto. Pero la carencia de intensidad evoca todo lo contrario. Una conducta ineficiente sin más. Congela sus intereses en los instintos básicos sin dar crédito a las demás emociones humanas emanadas de la sociabilidad. Ya no desea pertenecer. Simplemente existe sin existir de verdad. 


La Carroña Metafísica. Por otra parte, están los sabios empeñados en buscar intensidades por doquier. Su don intelectual y un ser en la escala alta del cero infinito provocan que las intensidades sean efímeras y, por tanto, numerosas en cantidad. La razón de ser desaparece para conmutarse por la razón de sentir.  Revivir experiencias internas del pasado e, igualmente, intensidades falsas o simuladas como el caso de los paraísos artificiales. La figura del sabio en el desierto nihilista equivale a la de un buitre. Una carroña metafísica que busca absorber el sentido de los pocos cadáveres que yacen en su seno. El sabio escapa la constante del vacío racional que implica la neutralidad evolucionada. Su virtud se oxida y se transforma en una especie de carácter oportunista. Un carroñero de sensaciones. Ya no siente amor por la humanidad por lo que tampoco busca su beneficio. Conserva la moral y las buenas formas por principio. Mas nunca por compasión. Su interés social es uno de alienación; una realidad distorsionada, un cuadro impresionista, una imagen desenfocada, o sencillamente, la inexistencia. En corto y en acorde con Kant, la sabiduría es inversamente proporcional a la felicidad. 

La Selva Civilizada. ¿Por qué algo, en principio, sublime y cuya publicidad histórica deriva en la satisfacción tiene, como aliado, el sufrimiento?¿Qué sentido tiene la sabiduría si su evolución implica un nivel ascendente de insatisfacción? Quizá la aberración procede de la vanidad que somos, y entrecomillo, “animales racionales”.  El principio de la sabiduría deriva, por tanto, de lo que denominó el Antihumano. Para mejor comprender este concepto en su esencia, hay que pensar a la inversa del superhombre nietzscheano y el extremo del Nosce Te Ipsum (Conócete a ti mismo). Aunque el Antihumano también representa una superación similar a posteriori, primero debe aceptarse como otro animal sin nada superior al resto de especies. Todas las especies que existen y que no se hayan extinguido, son existentes por tener una virtud que destaca. Podemos tener uso de razón y conciencia de la conciencia, pero hay insectos que pueden hacer muchas cosas que el ser humano no puede sin su tecnología jactanciosa. Una planta no tiene conciencia de la conciencia, pero debe tener una conciencia si puede reconocer la necesidad que los insectos la fertilicen, crear frutas para consumo humano, e inclusive, desarrollar venenos para que no las toquen o consuman.

Por otra parte, no comparte la misma noción del superhombre de Nietzsche en el sentido final de superación, puesto que, inclusive, en conceptos humildes como "hombre como puente al superhombre" y "gatear antes de volar", el estancamiento consecuente deviene del propio sufijo "super" donde, desde la perspectiva del Inexistencialismo, supone volver al punto de partida ignorante. El Antihumano es Antihumano en pasado, presente y futuro. Aquel que se sumerge en el pozo más profundo de la humildad para oponerse al falso mito de la soberbia humana. Y, como Cronos cayendo al Tártaro, tendrá la epifanía de la verdadera verdad: atravesar la Inexistencia por el sendero del Cero Infinito, como ser inexistente reconocido, hasta encontrar el sentido de la vida en el potencialismo puro de los hechos. Esto no puede suceder en entornos estancados que se mantienen a sí mismos por la soberbia característica de la falsa felicidad. 

Todas las filosofías, ciencias o religiones que ligan la sabiduría con la felicidad son filosofías vanidosas que, en acorde a la fauna racionalista, se autodenominan sabias por ser felices. Los filosofastros de esta época que contaminan la sociedad con libros de auto-ayuda o aforismos de frases hechas. Denigrando la labor de todos los filósofos ilustres que se esforzaron por llegar a la raíz del problema en lugar de decorarlo o lucrarse. La discrepancia entre ambas acaece en la medida que la sabiduría real se fusiona con la verdad que encarna el Caos y la felicidad que, en cambio, se conserva en un nivel del cero infinito. La negación del devenir caótico supone estancamiento y cualquier mención de la sabiduría en este punto roza el absurdo de la vanidad. Por tanto hablamos del estereotipo clásico del hombre que cree ser sabio sin serlo. El “Yo sólo sé que no sé nada” de Sócrates es un canto al devenir infernal de la sabiduría. Por lo que, incluso la neutralidad que premia la sabiduría, tan sólo expande el desierto nihilista en intensidades consumidas por un conocimiento que, como el sol del entorno, consume la vegetación de las pasiones hasta volverlas dunas de razón. Preguntaría, entonces, ¿dónde se encuentra el  verdadero camino del sabio?

La sabiduría no es otra cosa que perspectiva en tanto que varía la percepción de una misma cosa o bien encuentra una nueva visión de algo desconocido. Esto se puede representar en cosas sencillas como viajar para conocer nuevas culturas, leer libros que ponen de manifiesto pensamientos diferentes al nuestro, ir a un museo donde contemplamos visiones discrepantes de la realidad en pinturas, etc. El hecho es que la gente más ignorante es aquella que siempre tiene la misma perspectiva de las cosas y, en oposición a los ejemplos mencionados, se anclan en una misma idea, un mismo lugar y una misma rutina. La separación infalible entre la sabiduría y la felicidad parte de este principio que, reiterando la felicidad como el conformismo a una idea afable y, mismamente, estancada en concepto de perspectiva, halla su divergencia con la dialéctica inexistente de la sabiduría, pues, el cero infinito no es otra cosa que la perspectiva cambiante de una misma neutralidad. En este aspecto, el Antihumano debe partir desde su naturaleza primal y eliminar la connotación soberbia del llamado "animal racional". 

Para empezar, habría que remover el adjetivo vanidoso "racional" de la ecuación. Con lo cual el hombre no sería más que otro animal. Desde esta perspectiva, el sabio sería la inexistencia del hombre como Antihumano. Esto implica que debe abandonar el campo de lo que denomino las tres vanidades fundamentales; la religiosa (haber sido elegidos por un dios o dioses y creer en un alma dualista con destino a un ultramundo superior), la científica (que busca medir y cuantificar el Caos creyendo tener algún poder sobre la naturaleza donde no lo hay) y la humanista (que considera al hombre el centro del universo y, a nivel particular, se cree superior por ser racional, parlante o sencillamente humano); en sumo, la negación de la existencia de la inexistencia. El camino del Antihumano empieza, por contra, en el ateísmo, el nihilismo y la humildad; en definitiva, la aceptación de la inexistencia  y epifanía como ser inexistencialista. 

La sabiduría no es para todo el mundo ya que muy pocos se disponen a abandonar sus dogmas religiosos, científicos y humanistas respectivamente. En lo que el sabio respecta, su evolución en la cadena del cero infinito lo hace distanciarse del colectivo al que en algún momento se sentía afiliado en cuanto mímesis física que, no obstante, se aparta en la medida que desarrolla una psicología conductual de fantasma. Es una especie distinta con otras necesidades las cuales el mundo, y en particular, ese colectivo humano, es incapaz de saciar. No hay que olvidar que, incluso removiendo el atributo vanidoso que la humanidad se atribuye a sí misma como portadora de la de sabiduría, sí hay, empero, una connotación racional en el esquema de la evolución humana. El eslabón perdido, como el mismo nombre implica, es la especie destinada a extinguirse. Mientras que el sabio evoluciona, avanza hacia la ironía de estar cada vez más inadaptado. No comparte la conducta de los demás hombres ni encuentra satisfacción en las actividades que goza el hombre de su época. Puesto que su razón ha superado el imaginario social que lo rodea, dirige toda su atención a la inexistencia y, en la percepción real de su racionalidad animal, es consciente y, encima, desea dicha inexistencia como antítesis a una existencia vacía. Mas, contrario al reino animal, el fósil humano se materializa en la historia que se transcribe a futuras generaciones que evolucionan como grupo colectivo hacia el destino que el sabio extinto pretendía alcanzar. 

Lógicamente, no se trata del colectivo íntegro, como supondría la humanidad en categoría general e, igualmente, tosca, burda y conformista. La extinción de los sabios, en el ámbito estrictamente material, se debe, en gran parte, a la evolución en solitario que patenta la inexistencia, en un sentido, animal, como, por ejemplo, de exentar la capacidad de reproducirse sin dejar una descendencia real superviviente. Del mismo modo, debo reiterar la discrepancia "racional real" de las bestias en el sentido puramente sexual o reproductivo, pues, como mencioné anteriormente, la descendencia de un genio no es necesariamente intelectual. La variación correlativa darwinista implica que el sentido de la vida siempre va  ligado a la historia donde se transcribe un sentido general en el colectivo humano y su manifestación en el contexto social y político. Disgregarse en el Caos para luego aglomerarse en el Orden. Pero no un orden en cuanto la equidad de conceptos antagónicos. Sino como trinidad dialéctica de la voluntad y la perdición en un significado que los explica racionalmente; retozar entre sí en lo particular para encontrar una neutralidad absoluta en lo universal como sentido. Lo mismo sucede para la existencia y la inexistencia. Aunque la evolución colectiva de intelectuales procede la capacidad de reproducirse entre hombres y mujeres inteligentes, su unión no es un hecho biológico en sí sino, más bien, y en términos de la humanidad como agrupación dotada de dicha ventaja evolutiva, una unión cultural de conductas transmitidas de generación en generación. Los códigos que impregnan el entorno de contenido, en este caso, intelectual, y en cuyos miembros, semejantemente intelectuales, se pasan a interiorizar dichos comportamientos (sean biológicamente intelectuales o no) como experiencia trascendente de la ley a la razón. La extinción de los sabios se debe, por tanto, a una crisis política que se contrapone a este esquema, como democracia, contra la voluntad intelectual de una Nueva Aristocracia que deriva en el fin de la historia y nuevo comienzo Antihumano (en cuanto su evolución desde la anagnórisis). 

En la sociedad actual de las democracias se esconde una enfermedad intelectual que pondrá en evidencia la igualdad podrida que sacaron del congelador en 1789. Ojo que, al referirme a una aristocracia, reivindico la aristocracia intelectual de Platón, Gramsci y Nietzsche; por definición etimológica, "el gobierno de los mejores". Y "mejores", no por soberbia, sino por la humildad del ser y la grandeza de los hechos. ¿Cómo decidir quién es mejor que otro? Ni hace falta decidirlo. El propio malestar histórico estallará con el nuevo aristócrata. Aquel a quien la inexistencia procedente de un Sistema insignificante le conduce a existir en un mundo con sentido. Actualmente, la democracia es una peste para los sabios que, incluso con las libertades que supone, se refiere al colectivo y a la humanidad en el género universal. Con ello, las masas que, como mayoría encarnan el mayor nivel de irracionalidad humana, elegirán entre sus representantes aristocráticos a gente igualmente irracional. Si sumamos el aspecto capitalista, se trataría, más bien, de una oligarquía donde el dinero y las posesiones materiales clasifican a los mejores según el poder adquisitivo que dispongan. Algo que incluso el oligarca sabio repudiaría por la carencia de sentido que supone el consumismo. Cuántos oligarcas he conocido que tienen dinero para quemar y son más irracionales que las propias masas. Bendecidos por herencia o contactos sin acaso ameritar el fruto del trabajo de sus antepasados que, en su mayoría, se aprovechan de un Sistema que sólo beneficia a su estirpe semejantemente. La Nueva Aristocracia sería, en sentido ajeno a las mencionadas, un grupo minoritario que guía la voluntad general hacia un sentido común. El sentido de la vida que debe brotar de todas las creaciones que constituyen la civilización mediante la virtud y el arte. Igual que en las civilizaciones antiguas donde toda la arquitectura habla con simbolismos que patentan un sentido constante respecto al ser, la naturaleza y el universo. Lo que llegaría a ser una Selva Civilizada.