III. El Principio de Karmética
¿Cuál es la ética que promueve el Bufón y
el Ogro? Tiempo y juicio, según el Bufón. Mas con el Ogro aparece nuevamente el
hedonismo; el mal en cuanto culpabilidad mundana y el bien como egoísmo
proyectado, tanto del ego como en su propia proyección (punto que explico con
mayor detalle en el capítulo VI). Ahora bien, para el Ogro su pesar es un
problema que se resuelve mediante una reintegración psicosocial dada, en parte,
por el auxilio de un mundo sistematizado o integrado en las reglas de un orden
general. Se conforma colocando a la ilusión como deseo finito y a su
razonamiento en función colectiva, eludiendo la perdición y el esfuerzo
racional que se requiere para gastarla.
Este es el método más común de
conservación, particularmente, entre las masas que carecen la capacidad para
gastar sus propias intensidades o los medios artísticos para drenarlas. Pero el
problema con la "ilusión proyectada" es que se destruye con el
devenir material que la alberga, reanudando así la perdición inicial que
escondía la idolatría de las imágenes. Con la destrucción del mundo ilusorio
(colectivo) aparece el aclamado Caos que, en mi visión, representa un tipo de
perdición compuesta sobre la aniquilación del ideal común o externo. Durante
este período caótico, la mayor parte de personas que compartían la visión del
ideal acabado se transforman en Ogros, buscando refugio en la contemplación de
un nuevo ideal, generalmente, pasado y eficiente que emerge de un filántropo
que piensa por todos. Es por esta razón que el Bufón encontrará una solución de
carácter filosófico, más específicamente, del razonamiento auténtico que
bautizo con el nombre de karmética.
En realidad existen ciertas
características de fluctuación entre lo bueno y lo malo respecto al objetivo de
la mente y el estado presente en el cual se encuentra (utilizando la definición
hedonista del bien y el mal). Según esta premisa, el bien es una acción de la
voluntad. Sustancialmente, en la positividad intensa que almacena como
bienestar, tomando a la intensidad como resultado de una ganancia empírica, en
sí, novedosa, y no obstante, congruente a la estructura esencial del ego. El
mal, en cambio, es producto de la perdición intensificada negativamente
conforme a un acto de aversión (malestar) donde se obstaculiza el deseo material
de la posesión volitiva a base de un prejuicio incoherente e irracional. Aquí
reanudo el concepto del devenir ya como muchos de mis predecesores han
expuesto, mas, con la atribución hinduista de karma y la ética, ergo, karmética.
Para mejor comprender la karmética, en
cuanto a sus características fundamentales respecta, debo apelar, primeramente,
a su naturaleza psicolingüística. Desde que nacemos o tenemos uso del juicio
(no de razón; de juicio), empezamos a dividir y clasificar el mundo en lo que
es bueno y malo. Todo esto tiene una base sólida, especialmente en la niñez,
por el propio hedonismo animal: lo que me da placer lo clasifico como algo
bueno y lo que me causa dolor como algo malo. Más adelante haremos juicios por
asociacionismo (lo que se parece a lo que me hace bien, me hará bien, o sea, lo
clasifico como algo bueno a prioiri; viceversa para el dolor) juicios por
especulación (fe y prejuicios), juicios que no juzgan o no importan
(neutrales), etc. El hecho es que, al final del todo, acabamos con un gran
esquema de ideales basados en todos estos juicios desde que nacemos hasta la
actualidad los cuales, por karma y en base a nuestras elecciones pasadas, nos
afectan de una manera u otra. Es decir, cómo clasificamos el mundo determina
cómo el mundo nos va a clasificar a nosotros. Un ejemplo sencillo: Si clasifico
un árbol como algo bueno y que da valor a mi vida, me afectará negativamente si
veo cómo están talando uno. Y en mayor medida si agregamos el concepto del
núcleo del potencial.
Según la naturaleza del potencial, la
energía sólo puede concentrarse un momento a la vez como un haz de luz en un
foco concreto. Esto quiere decir que al repartir esa energía en varios focos,
varios núcleos, la potencia de la misma será menor en cada lugar así como la concentración
de un solo núcleo aumentará la potencia y disminuirá el foco en otros lugares.
Según esta premisa, la karmética funciona como una ruleta. Si ponemos todo en
rojo o negro, podemos ganarlo o perderlo todo. Si lo repartimos en varios números,
no ganaremos mucho pero tampoco perderemos del todo. En el ejemplo del árbol,
si yo juzgo positivamente el árbol una y otras vez, atribuyéndole un gran
significado a través del tiempo estoy, sin percatarme de ello, poniendo todas mis
fichas en el mismo sitio. Por lo que mi mundo entero se vería comprometido, en
este caso, si veo cómo lo están talando. Ahora bien, ¿cómo sabemos dónde están
todas nuestras fichas a través del tiempo?
Para poder identificar nuestros juicios,
primero deberíamos preguntar ¿cuál es el código que alberga toda esta
información? Empecé describiendo la karmética como un fenómeno psicolingüístico
y, por este motivo, la psicología del karma está vinculada a las propias
palabras. Específicamente, a la semiótica. En el estructuralismo, Saussure
identificó el significado (ejemplo: calor y frío) con el significante (rojo y azul). En
el pragmatismo, Peirce indicó que las palabras tenían una relación con las
propias acciones según su icono (representación), símbolo (convención) e índice
(señalador). John Langshaw Austin luego hablaría del enunciado performativo que
no se limita a describir los hechos sino que realiza la acción mientras los
hace (el caso del “Sí quiero” en las bodas). En cuanto a la karmética, quiero
introducir el término de palabras
atómicas o palabras cargadas.
Es muy importante subrayar que las
palabras atómicas no son en ninguna manera las palabras cargadas con emociones
como serían los modos gramaticales imperativos y/o admirativos/exclamativos
(Siéntate; ¡Qué alegría!) Es más fácil concebirlas, al igual que el nombre
implica, como partículas subatómicas (protón, electrón y neutrón) en tanto que
son palabras cargadas con significado.
¿Qué significado y cómo se cargan? La carga del significado viene de la mano del
juicio que, en torno, transfiere un significado dentro del código karmético a
través de la semiótica hedonista del individuo. Esto quiere decir que una vez
clasificado todo, las palabras tendrán su carga positiva, negativa o neutral;
esta última es referente a los juicios de poca o nula intensidad para el
interés del observador o, similarmente, recuerdos nihilizados en el cero
infinito.
También remarcar que el cero en verdad alberga la vivencia y tiene
muchas cargas en potencia, ocultando, con ello la karmética; por lo que algo
que parecía neutral resulta ser negativo cuando se desarrolla en la existencia.
Pues estamos hablando que las palabras atómicas son, en realidad, activadas a
través de la dialéctica de voluntad y perdición. Es decir, una palabra atómica
cargada positivamente no me hace feliz si la repito 200 veces en mi cabeza; me
hará feliz si se repite en la experiencia de la misma. Claro que esto no es tan
sencillo como poner todo el núcleo de mi potencial en la palabra “pluma” y
comprarme una todos los días para ser feliz. Tristemtente, tenemos demasiados
juicios desde que nacemos, muchos que no controlamos y una mayor parte ligados
a las necesidades básicas hedonistas que superan cualquier banalidad sencilla
por controlar la karmética y que repartimos en juicios de valor y juicios de afición. Los primeros, serían vinculados a temas de importancia como el amor a los padres, la comida, el sexo, etc. Los segundos que, incluso con su respectiva carga positiva o negativa, no les damos la misma importancia que los juicios de valor.
Mi visión de karma no es en ningún sentido
espiritual o un castigo de ultratumba. Más bien es un esquema lógico de la eterna
contradicción del potencial a modo de ecosistema filosófico; como en la
naturaleza darvinista de la variación correlativa donde un animal que posee una
virtud posee a la vez un defecto; asimismo, cómo cada partícipe de dicho
ecosistema tiene una función dentro del mismo y, hasta el ser más deplorable,
tiene un papel que cumplir para que dicha realidad exista. En efecto, un ser
humano de carga positiva (voluntario) acaba por atraer a su complemento de
carga negativa (perdición) así como uno de carga negativa a uno positivo; como los imanes. Según estas bases, podemos ratificar que en la cúspide
intensa tanto uno como el otro repelan a su identidad, mas asediándose ésta al
potencial pleno como una variable en constante mantenimiento.
¿Y qué sucede con
aquellos con depresiones crecientes y felicidades eternas donde el devenir
parece desvanecerse en la inmutabilidad de la experiencia? En este caso, la
mente se aferra a una idea intensa, colocándola sobre un pedestal y creando
luego un pensamiento dogmático fundamentada en ella, la cual, posteriormente,
repudia todo que no esté afín con las características que el sujeto le
atribuye. A partir de aquí se crea una enajenación de perpetuidad, donde
ya no existe un devenir, sino la repetición de la misma intensidad que apresa
la idea, (sin obviar la función proyectada de la conciencia y la voluntad que
ejerce su propio potencial sobre la razón). Proyectar una imagen hacia lo
intocable, lo inmutable o lo que no se puede llegar a percibir, o propiamente, la
inexistencia, implica una postura donde la contradicción está más allá de
la contradicción. ¿Acaso la muerte de la nihilización y el devenir?
Puesto que
el nivel de incoherencia es proporcional a la intensidad que se genera e
inversamente proporcional al tiempo consciente (racional), ordenar mentalmente
una idea intensa acaba en la conservación de la incoherencia misma sin dar
lugar a la nihilización (ignorando el tiempo amplificado [atemporal] requerido
para gastarla) donde se oscila, se reprime y se oculta detrás de un ideal de
perpetuidad. Lo que en mi ontología del Mundo Vacío sería la conservación del
ser en el mismo cero. En el caso del devenir, diría que no muere sino que es
omitido por preservar el valor de la idea, pues, es muy diferente que se nos
contradiga a admitir que la contradicción nos contradice, sugiriendo, entonces,
a la eternidad como alternativa a escapar el miedo y, en el caso de perdición,
como medio a exhibir una imagen de misericordia. Además, la felicidad de la
mayoría adopta la doctrina platónica de contemplar las ideas, asimismo, este
potencial vomitado que proyecta la mente hacia el mundo exterior en cuanto su
temporalidad espacial, con tal de mantener nuestra zona limpia, pues, no existe
daño, dolor o amenaza pura en aquello que imagino y se halla fuera de mi
realidad presente.
Pero, ¿qué es en realidad el bien y el
mal? ¿Una aberración constante que cambia ante la evolución de la perspectiva?
Aquí es donde se torna más complicado, pues, veremos al juicio ético depender
de nuestra posición superada en cuanto a los demás llevando, por consiguiente,
al desvelamiento del bien como verdad ilusoria. Respecto a la ética tendemos a
identificar el mal con aquello que se halla dentro de nuestra realidad o
verdad, es decir, el mundo de mi posesión. Todo aquello que no se ha
poseído será una ilusión o apariencia de posesión, no tanto por su inexistencia
sino conforme una ausencia de esta realidad (como realidad propia). En esto
podemos establecer la limitación del potencial de realidad en cuanto a lo más
próximo, inmediato y directo de la conciencia con el mundo, en sentido físico,
siendo el espacio comprendido en mi percepción y la cantidad de éste que me
pertenece.
La paradoja surge a partir de la posesión que emite consigo la sacia
de la necesidad (nihilización) la cual, en torno a la innecesidad, resulta por
conmutar la idea por una realidad, ahora tediosa, repugnante y, sin duda,
maligna. Así la beldad de las ideas se transfigura en la fealdad de lo material
por principio de superioridad. Dentro de lo que cabe, el bien que comprende
nuestra realidad es una ilusión de lo "imposesible", o del mismo modo,
una idea fuera de nuestro mundo real que está por poseerse; el mal será la
materialización de esta idea tras su posesión. Y resulta claro aquí que siendo
el bien tan sólo una idea, servirá exclusivamente como una finalidad superior
para deshacer la inferioridad malvada de la realidad. Mas, una vez esta
finalidad es alcanzada, se materializa como posesión, volviéndose mala. El
nuevo mal luego establece una nueva idea, obviamente, superior a su realidad, y
el proceso se reanuda con el retorno de un bien superior y, empero, ilusorio.
El concepto de karma estima continuidad
temporal entre bien y mal como proceso
de transformación de los contrarios (voluntad y perdición) para alcanzar lo
gastado o puramente racional. Pero bien, como la razón es un mecanismo
defensivo, frena el devenir a causa de la voluntad (hedonista) de ilusión y,
más específicamente, todo aquello de carácter extrínseco: la sociabilidad, la
civilización, el dinero, etc. Por consiguiente, la ausencia del devenir
sugiere, igualmente, ausencia de transformación, conservando igual la materia
que deviene. No como concepto evolutivo, sino como factor de modificabilidad
donde el mejoramiento de la ilusión se estratifica (como sucede con la
tecnología). Esta naturaleza antipática nace ante la ideación probable de lo
"nocivo", y más importante aún, sobre la tesis que lo "nocivo me
destruye o me acaba si permito su acceso" dado por la voluntad vital que
busca conservar lo identificable. De aquí es claro que el devenir deviene sólo
cuando decidimos ceder a la perdición, enfrentarnos a una realidad
contraria inevitable o, del mismo modo, "voluntad de
perdición".
Ya que la perdición es un concepto antinatural, antiexistencial,
antivital, y sobre todo, antiego, el conflicto voluntario de perdernos infunde desesperación
y necesidad de muerte (como será el caso de los depresivos); sépase que la
perdición desvanece el razonamiento y la voluntad de su potencial intenso. Aquí
es donde el devenir debe tomar su curso, ya que en un estado irracional e
involuntario se busca, naturalmente, razón y voluntad, salvo que se considere la
perdición un fin y la persona se vuelva voluntaria de su enmohecimiento y
extinción. El ansia de "reestructuración" será entonces un regreso a
la conservación, específicamente, un retorno a la vida, en sentido
contrario al anterior, como "voluntad en perdición". Es lógico
opinar, entonces, que el devenir depende del apeiron ya que no puede
existir una realidad dialéctica sin antes ceder a lo indeterminado (cosa que
ilustro en el capítulo IV).
Por ende, el "querer vivir" de la
voluntad nos hace emerger de la perdición hacia un nuevo fin, junto a la
actividad práctica del entretenimiento, ya que la vida no tiene más que el
sentido que buscamos atribuirle; el verdadero problema no es tanto la tendencia
de reescribir la realidad a nuestra imagen vanidosa, sino más bien percatarnos
que tal significado que atribuimos nos signifique. Ahora, la problemática
repercute en que una vez dudamos del significado acabamos con la significación
que antes solía significarnos. En efecto, mientras más consciente sea un
organismo, mayor será la ilusión que le acompaña y mayor será el potencial de
significación necesario para valorar una Nada irrefutable. Por ello considero a
la ilusión y la inexistencia un rasgo indispensable y necesario para abarcar
mayores dimensiones del conocimiento. En especial, sobre la base que,
desentrañando la inevitabilidad de la nihilización y el carácter efímero de la intensidad,
toda ilusión acaba en verdad.
¿Cuál será, entonces, el concepto ético
del Bufón? ¿Será un juicio trascendental allegado al karma del devenir? Para esto tendríamos que responder antes:
¿existe un verdadero fin ético? Si ratificamos la eterna contradicción como
verdad y justificamos al cambio como irrevocable, el fin ético es una
imposibilidad tanto lógica como vital; si mucho habrá constante mejoramiento
(evolución) de eticidad ante la permutación empírica, excluyendo, consigo, un
concepto patente de finitud. De aquí que el juicio karmético debe participar de
un constante medio para avanzar hacia una infinita contradicción
purificada. Y al hablar de un "medio" no me refiero a la equidad o
templanza como lo será en el justo medio aristotélico, sino al medio como
enlace y herramienta entre principio y finalidad. ¿Cómo identificar cada una de
las tres etapas si todas se hayan sujetas al cambio?
El comienzo de toda
búsqueda y de toda acción voluntaria ocurre por necesidad de lo inexistente;
será, pues, que el hombre necesitado no sólo integra un principio sino también
divaga con un fin insatisfecho, viendo que la cualidad integral de la
realización concurrirá, según la necesidad, en estado de total inercia. Lo que
popularmente se conoce como pereza. El estado de finitud es, en efecto, la
ociosidad de lo necesario que ocurre posterior a la aprehensión de lo
necesitado en cuanto su transformación de "inutilidad", o bien, la
voluntad saciada. Recuerda aquel dicho popular que "cada quien piensa en
lo no tiene", apelando a mi propia versión que, una vez abolida la
necesidad, la intensidad se pierde en el goce mismo que se tomó para
consumirla. Esto la vuelve obsoleta (al menos durante aquel espacio temporal)
ya que muchas necesidades no son eliminadas sino puestas a dormir como un
doctor que incorpora anestesia a su paciente. Aun así, la aparente muerte o
somnolencia de las necesidad gastada nos obliga a buscar nuevas intensidades,
particularmente, aquellas de supuesta imposibilidad o de extremista naturaleza;
donde el hambriento busca comer veinte veces lo que necesita para acabar en la
extrema satisfacción de su consumo; siendo la mente un mera lujo para devastar
exageradamente.
Ahora, si el principio es una necesidad y
el fin es el ocio, ¿cuál será el medio que los encadena? Como ya había dicho,
la karmética se halla en un "constante medio", es decir, aquel juicio
que intencionalmente se hace fluir, cambiar y alternar con la naturaleza del
devenir en acorde a la función (que no es otra cosa que el arte y la virtud
para compensar nuestros defectos). Pero, ¿qué definición es la que yo atribuyo
al medio? ¿Aquello que permite acceso al fin de mi principio? ¿Una herramienta,
un eslabón, engranes que hacen trabajar la fábrica vital? Es la llave del calabozo,
la espada del guerrero, las garras de un
tigre, la fuerza de un oso y el pincel de un pintor. Supongamos que busco mi empleo ideal: el principio que me llevará hacia él será la atracción
que me genera mi sueño por conseguirlo, es decir, mi necesidad; el fin, de índole intensivo e
ilimitado, ubiquémoslo, en este ejemplo, como el empleo localizado en un lugar físico real; como medio usaré mis habilidades natas, el currículum y las recomendaciones y contactos para llevarlo acabo.
¿Qué
efecto tiene el constante medio en este ejemplo? Lógicamente, si soy exitoso en alcanzar ese
fin, aspiraré a un nuevo fin, luego a otro y a otro, hasta que mi necesidad se
sacie de la felicidad de mi trabajo. El constante medio es, por
tanto, un fin como medio para alcanzar otro fin, que en torno, se convierte en
otro medio para uno nuevo de elaboración cada vez más compleja, intensa,
dificultosa y, sobre todo, rica en conocimiento; según el proceso dialéctico
hegeliano, sería algo así como la síntesis perpetua. Existen dos formas de
participar del constante medio: por afinidad o por oquedad. El primero sugiere
fluir en correlación a los eventos naturales según el orden, el tiempo y la
cualidad en la que se nos presentan (tal como el ejemplo de arriba); el segundo
es un juicio que se anticipa a la experiencia (a priori), conmutando el fin por
un medio antes de tiempo, dejando así al fin en el vacío, o convenientemente,
lo "impredecible" de un suceso.
Personalmente considero sustancial
utilizar ambos ya que el constante medio por afinidad recibe mayor
efectividad estructural y pragmática, mientras que el constante medio por
oquedad es más acelerado y repentinamente crudo ante el cual la razón
avanza hacia nuevas fronteras que aun el mundo es muy lento para
enseñarnos. En este sentido, el
constante medio por afinidad es un proceso empirista y el constante medio por
oquedad es un proceso racionalista.
Ahora, ¿qué pasa cuando el medio
no es disponible o fracasa?
Donde no existe un medio, el fin resulta
inalcanzable; así la necesidad de nuestro principio nos consume en la inexistencia. Esta condición aparece cuando el principio que alberga la necesidad
no encuentra posibilidades para alcanzar el fin que originalmente se había
propuesto; tal como un duende al borde de un acantilado sollozando por su
tesoro al otro costado sin puente alguno que lo encamine hacia él. Es claro,
entonces, que la perdición según el constante medio aparece tras una condena
inmutable a la necesidad del principio, en cuanto a una necesidad que no se
satisface en su nihilización; los budistas atribuyen este principio al impulso
nato del deseo, mas yo rectifico que no es el deseo en sí lo que causa el
sufrimiento sino el "deseo insatisfecho", efectivamente, por la
ausencia manifiesta del medio.
Ahora bien, que toda perdición emerge de la
indisposición del medio no siempre será el caso tomando en consideración el
detrimento del fin (en cuanto poseído), o sea, en estado de nihilización. La
necesidad anterior es apropiada hacia una categoría racional que, frente a la
incoherencia, pierde la ilusión que incitaba para conservarse, cayendo,
finalmente, en la contradicción de su estabilidad o perdición. Esto es
semejante a la pérdida del hábito adictivo siendo la fragmentación de un ideal
causa suficiente para abordar el detrimento hacia un nihilismo de perdición o,
mismamente, un fin obligado hacia un principio indispensable (ya que la propia
dialéctica lo busca).
En cuanto a la voluntad sufrida que abarca
la necesidad, es imperativo rectificar su concordancia con mi filosofía de
perdición para eludir la antinomia que supone. Esta aclaración lógica no es
realmente complicada de asimilar. Para empezar, la voluntad de vida siente la
obligación de responder a una necesidad a partir de una amenaza de
aniquilamiento buscando el medio requerido para preaniquilar a su aniquilador.
Por eso la voluntad busca siempre conservarse cuando se enfrenta a la
perdición. Consecuentemente, aquello que mueve a cualquier organismo no es la
voluntad de vida propiamente, sino la potencial pérdida de ella; la muerte como
motor de toda vitalidad.
Así toda actividad vital tiende hacia una alienación
mortal, forzándose hacia la actividad para perpetuarse; comer,
reproducirse, atacar, defenderse, esconderse, huir, evadir, agruparse,
suplicar, sollozar, olvidar, reprimir, entretenerse, y en general, vivir; todo
esto partiendo del principio hedonista del cual se deriva todo comportamiento
en general. De igual manera, la vida se define desde tiempo atrás como una lucha
por la conservación; pues bien, la victoria de la vida será, lógicamente,
algo que logra jugarse a la Muerte con su astucia; es de aquí que todo ser vivo
asimila la naturaleza de Sísifo: encadenando a la Muerte hasta que el Ares del
chance le libere de sus cadenas.
En cualquier caso, al hablar de principio,
medio y fin, (necesidad, herramienta y sentido) hablamos de tres términos
ligados que no pueden existir singularmente o en pares. La necesidad necesita
algo y un medio para dejar de necesitar, de lo contrario, no fuese necesario ni
realizable. Una herramienta se utiliza para crear algo y por alguna motivación,
de lo contrario, ¿para qué la utilizo? Un sentido significa cuando hubo antes
un conflicto por llegar a significar, de lo contrario, ¿qué significaría? Éste es
el mismo concepto leibniziano de Razón Suficiente mas, contrario a Leibniz, se
da el caso que el trío tiene una pausa nihilista cuando se elimina uno de los
tres términos y todo acaba en perdición: que no haya principio, que no haya
medio y que no haya finalidad.
De las tres partes, el medio y, más
importantemente, el constante medio, es el único que incorpora el principio y
el fin en el mismo Caos, pues, un principio y un fin por sí mismos carecen una
realización adecuada al ubicarse linealmente; siendo la propuesta karmética un
continuo “hacer” que, mediante los hechos mismos, genera motivación y sentido
en la trascendencia de Ogro a Bufón; vivir la tragedia para encontrar la
comedia que, con el código correctamente ubicado mediante las palabras atómicas configuradas al devenir de la inexistencia, deja de afectarnos para hacernos fluir con la misma. Si salgo una mañana con antojo de pizza y la pizzería está cerrada, el constante medio fluctuaría hacia otra alternativa, por ejemplo, comer
hamburguesas; y en vez de afectarme la karmética con el código de una palabra atómica positiva y la contradicción de la misma en la realidad (perdición), estaría cambiando de rumbo hacia otra palabra atómica positiva y, por tanto, fluctuando con la karmética misma. El constante medio es la alternativa que rota el principio y el
fin hacia otra dimensión e identifica el karma del mundo dialéctico como dicha y
fortuna en su eterno retorno. Es, entonces, cuando el Bufón se ríe de la ética.
No hay comentarios:
Publicar un comentario