domingo, 18 de febrero de 2018

APOLOGÍA DE LA RAZÓN AUTÉNTICA 2





 

II. El problema ético según el Bufón y el Ogro


 El ser humano es abrumado por el mundo que le rodea, creando tragedias fuera de su contexto real que a menudo exagera y esconde bajo la majestuosidad de ideales decorosos. Cuando aparece la verdad en su absoluta crudeza, contraria a la voluntad,  inevitable ante el juicio manifiesto de eventos cotidianos, incluso entre el juicio de los más irascibles, emana, a primera impresión, el carácter negativo del "mundo contra mí". Una vez nos percatamos de tal incidente, resultamos ofendidos con esa verdad, con la realidad en torno a mi "yo ideal", así como cuando descubrimos, al crecer, que no existen los duendes y las hadas. Esta verdad, en torno a la perdición como inexistencia que nos anula, contradice nuestro "mundo perfecto" que ideamos, precisamente, con el objeto de esconder el defecto nato que no hemos llegado a percibir. La veracidad acaba con este ideal a tal grado que nuestras pasiones se entremezclan en un incontrolable frenesí, resultando en la ofensa de nuestra persona, o en muchos casos, la negación de su certeza; como el refrán conocido que “la verdad duele”. 


La reacción ofendida del hombre entorno al descubrimiento inicial de la verdad contraria lo personifico como un Ogro, ya que, a primera impresión, es una experiencia grotesca, inimaginable, e incluso, "sorpresiva" que nos ofende con su naturaleza despreciable. Con ello, sale a la luz la falsedad de nuestro ideal; nuestro mundo perfecto desperdigado ante la crudeza de la verdad contraria. Y es lógico, pues, que a partir de esto, la persona resulte convirtiéndose en esa verdad grotesca, sin duda, un Ogro, un monstruo ofendido y alienado de la sociedad de los felices. Es decir, inexistente. 


Creo que el problema clave entre los Ogros sería más evidente cuando establezca la reacción específica a partir de la primera impresión de la verdad contraria. Es lógico que una vez se ratifica la falsedad del antiguo ideal brote la necesidad de reemplazar a éste con uno mejor y verdadero, o bien, una ilusión nueva y perfeccionada que oculte, nuevamente, la exposición afrentosa del dolor. Esta gente es quien acaba ofendiéndose más rápido, llorando con frecuencia, irritándose con insultos, y reviviendo la monotonía del mismo dolor. La mejor forma de acabar el sufrimiento es sufriendo, gastando su existencia hasta conducirla a la vejez donde se pudre moribunda frente al reflejo de su grotesca imagen. 


Con frecuencia el Ogro esconde su desprecio por medio de un placer obligado e imperado en condiciones pavorosas de una intensidad negativa, socializando, por ejemplo, para escaparse de ello, y acabarlo, si fuese posible, con excesivo bienestar, represión, etc. No obstante, el efecto de dicho método, decae, precisamente, al confrontar el centro de la intensidad negativa por segunda vez, considerando el hecho que la persona nunca gastó el dolor, y peor aún, lo hizo medrar en el vacío inconscientemente. Por ello, los hombres se escapan constantemente de su dolor y nunca evolucionan mentalmente; piensan enmascarar el dolor para nunca enfrentarse a él. 



La aberración más frecuente entre los Ogros se da con la similitud, comúnmente dada, entre la depresión y el sufrimiento, etiquetados ambos con la imagen del mal, el rechazo y, sobre todo la perdición (palabra que en sí misma representa un valor antitético a mi filosofía). A partir de aquí, se establece un lazo entre ellas, haciéndolas una misma cosa con un mismo significado, y consecuentemente, una palabra que cohesiona la finalidad en un mismo punto. El resultado es el estancamiento "igualado" de los demás ante una de las dos palabras, que a final de cuentas, son una cosa que representa un final "universalmente entregado" a la fraternidad humana, mas, ante la visión de cualquier realista, no del todo fraterna. 


La maculación inferiormente categorizada por los llamados "expertos" filósofos, teólogos, psicólogos y charlatanes del saber, con referencia a la definición del sufrimiento y la depresión, a menudo, se caracterizan por adjetivos superfluos y abominables que manejan, precisamente, a la mente manipulable de cualquier especie humana incapaz de dudar o de crear definiciones propias; hacia la significación general de lo "inservible", lo "monstruoso", lo que se debe reprimir a toda costa, con tal de mantener viva la civilización ilusoria del bienestar. El nacimiento de esta negatividad ante lo negativo crea, consigo, la fuente principal de la discordia pestilente entre los hombres, sin menospreciar, el estancamiento que infunde a todos los irascibles y borregos de la sociedad hacia una lucha constante por "no sufrir" y mantenerse entre los indiferentes.


 La diferencia clave o el punto preciso donde divergen ambos términos (sufrimiento y depresión) se encuentra en la facultad volitiva-racional del individuo, en especial, durante la particularidad de éste en presenciar su naturaleza o sucumbir sobre su incapacidad humilde, ciertamente, por vergüenza y afrenta ante la faz grotesca y, a la vez, novedosa, del primer encuentro con la verdad contraria. La depresión es dejadez, apatía, negación de nuestra verdad y la del mundo, alienación de juicio y razonamiento, la confusión de "estar", y específicamente, la zona más alta de perdición (siendo completa y total ausencia de razón y voluntad). Y es común entre los Ogros aferrarse a la depresión, ya que en ellos yace el escrúpulo de ser y de aceptar su realidad, aunque igualmente, la noción primera de la verdad, la verdad grotesca, ofende a cualquiera (motivo suficiente para confirmar que los filósofos son, a menudo, hombres ofendidos por su hervor de encontrar lo verdadero). 


Durante la depresión, el ser humano tiende a buscar una "salida", un albergue ilusorio que esconde su verdad cruda y, tal vez con suerte, la desaparezca a través del olvido y la nihilización inversa. Sin embargo, el hecho de esconderla no la acabará (como dije ya antes) puesto que, en este caso, no es tan simple olvidar algo que inevitablemente conocemos siendo muy distinto una verdad que toma refugio del hombre a un hombre que toma refugio de la verdad; claramente, ambas representaciones clásicas de la ignorancia; la segunda, empero, con mayor tendencia a lo irascible.   
 

La depresión es la forma más primitiva de sufrir, realmente, la "no-aceptación" del sufrimiento, la sumisión ante el mundo y al juicio universal (extrínseco) sobre nosotros mismos. El sufrimiento en sí mismo, no es más que una mitad de la naturaleza en referencia a nuestra percepción subjetiva del mundo; un plano, una trayectoria (de la inevitabilidad) que nos agita y nos dirige por diferentes senderos de la evolución. Un caso irónico en la historia de la humanidad por aniquilar algo inmortal, y a la vez, humano de algo que es, en sí mismo, un fenómeno que inexorablemente impregna cualquier ser. Y sabemos, por lógica, que la negación de un concepto con respecto a sí mismo lo anula como objeto existente. Es igual que decir que el hombre se desea acabar a sí mismo porque niega aceptar lo que es. 


Sin embargo, queda irresoluta la inexistencia cuando el mismo valor hedonista se contrapone con la contemplación del placer, el amor y la felicidad; cosa que el ser humano intenta eternizar y volver inmutable sobre la formación inductiva-deductiva de vivir; sentir felicidad con tal de nunca sentir tristeza. Y es esta la gran paradoja que ataca constantemente al hombre: la aceptación del existir deleitoso y la negación del inexistir deplorable. Con decir esto, se fundamenta la existencia y la realidad del ser en el completo absurdo, en la contradicción misma del "yo",  dado que el placer y el dolor son miembros integrales del ser y su totalidad como mitades simétricas; incluso si tratamos la parte perdida (en cuanto perdición) como negación de la voluntad, mismamente, contraria al ser, que, sin embargo, se adentra en el organismo. 


Por consiguiente, esta justificación haría imposible, no sólo la entidad de ambos, sino también la posibilidad de existir eternamente para uno de los dos, pues, el movimiento de cualquiera se halla en directa correlación con su opuesto y nada lo regenera más que una fuerza restrictiva y antagónica. Pero este dolor es, en realidad, una carencia, y experimentarla no implica otra cosa que una reacción de mi verdad ante una verdad contraria. Por lo que incluso la razón negativa o las ideas que procedan de la misma no serán, en ningún sentido, auténticas.  


El hombre ofendido es quien aún no supera la realidad de su ofensa y es común que el Ogro resulte ofendido ante la reclusión de su novedad. Cosa que parece alienarlo (de la sociedad y de sí mismo) con la negación de su mundo y la caída en un abismo de autotortura; que, en realidad, tan sólo encarna un estado malinterpretado frente al ciclo natural de sufrir. La depresión es, realmente, una guerra entre la realidad de la voluntad y la aceptación de la razón; un frenesí de pasiones que contradicen la veracidad de nuestra percepción sobre el mundo y las cosas. 


Con la realidad de la depresión, la mente se siente humillada frente a la falsedad de su antigua creación y buscará el suicidio o  una necesidad por inexistir como recurso, semejantemente, hedonista, para dejar de sufrir en la inexistencia.  Igualmente, sería la reacción más alta de dolor que el ser apetece "devolver", a todos aquellos quienes colaboraron, en alguna manera, a la opulencia de mi angustia y mi pesar. Ya Aristóteles definió la ira como la apetencia por devolver el dolor, y me parece que el suicidio es, en ciertas circunstancias, la concentración más alta de dolor puesto en libertad a través de la muerte; una venganza universalizada del individuo a base del valor sublimado de su existencia (egocentrismo que se venga con la muerte del ego). 


Si profundizamos en este tema, abordaremos un nuevo problema. Si la voluntad es el centro de todo impulso natural, ¿no es el suicidio un impulso voluntario que contradice el concepto de perdición? Diré, como muchos antes que yo,  que el suicidio es "voluntad de muerte" ya que se desea morir, mas daré aquí mi visión sobre el efecto de la perdición sobre la voluntad para así rectificar esta antinomia. Recuerda a la historia de Faetón quien, mofado de ilegítimo, apeló a su padre Helios para restaurar su honor; arrastrándose por la carroza del Sol y muriendo bajo el relámpago de Zeus en la boca del Eridano. Pues, así como la carroza arrastra a quien no la sabe controlar, así la perdición arrastra a la voluntad que no encuentra la razón (como dirá también el Fedro de Platón). 


Es importante aclarar que desde el punto de vista del potencial, nada realmente desaparece o es eliminado del todo sino, más bien, pierde fuerza, se muda o se esconde tras otra intensidad más fuerte que llena el espíritu durante un espacio temporal concreto. Durante la perdición sigue existiendo el impulso voluntario y el pensamiento, mas, siendo éstos drenados de su respectivo potencial, acaban sujetos a la apetencia de lo perdido. Ahora bien, ya que prácticamente todo surge de esta noción hedonista o "principio del placer", la vida en perdición, siendo desagradable ante los ojos del perdido, inspira en el individuo la necesidad de contradicción, en este caso, el placer. 


Puesto que para el suicida la vida es dolor, la contraparte sería clasificar a la muerte como placer, no tanto en el hecho de sentirlo, sino como resultado de abandonar su antagonista; siendo más placentero emancipar el dolor que sentir el placer por sí solo. Para el suicida religioso, la muerte voluntaria se hace ver como un sacrificio de honor divino que lo exime del crimen de disipar su existencia para luego acceder a un mundo de ultratumba donde reinará para siempre el placer. En resumen, la voluntad de muerte es también un impulso hedonista y todo aquel que desea morir espera de su inexistencia cierta gratificación; siendo una idea que emana de la perdición hacia un fin bañado en deleite. 


La resistencia que responde a la aceptación se genera una vez la mente se agota en el desdén de su propia desesperación cuando, en el "entonces" analítico, la presencia del objeto es indiferente y, hasta podemos decir, burlesca. El hombre aburrido es, en verdad, el hombre gastado, del conocimiento, producto del vacío e, irónicamente, el más completo de todos los seres. Esto lo atribuyo a la finitud de la nihilización en un nuevo cero; lo "excesivo" respecto a lo empírico en contraste al conocimiento superfluo del objeto; tener conciencia de la adicción y todas sus funciones para desechar el ímpetu racional por interpretar. El hecho de "tener conciencia" sobre la adicción desvanece el ideal y la misma intensidad volitiva que se poseía sobre él ( la intensidad que esconde el nihilismo) en la faz de una adicción que, en apariencia, ostenta cierto movimiento y, que en verdad, no es más que la regeneración ontológica de experiencias pasadas para dar satisfacción al mundo ilusorio. 


El aburrimiento se muestra, entonces, como consecuencia y representación de la equidad del ser en torno al ambiente, comúnmente, la adaptación de la mente ante lo adictivo y, sobre todo, monótono; tal vez el concepto fundamental que dirige al hombre hacia la variación, el cambio y la modificación de lo "aburrido" por mero capricho de escapar la desesperación en un medio gastado. Es cuando la decisión de variar que ejecuta el primer encuentro con la verdad contraria (ahora un simple recuerdo y evento pasado de la nihilización) resulta en la indiferencia fría y cínica por parte de la mente que, a causa de su nueva posición sublime, ve hacia atrás con narcisismo y superioridad, haciendo de su antigua ofensa, su verdad, un chiste y objeto de burla (puesto que ya corresponde a mi voluntad y propia verdad); consecuentemente, el hombre más ofendido y ogroso se transforma en un Bufón; un vocero del humor negro, bailando como payaso sobre el fuego de su realidad angustiada; como era también la perspectiva cartesiana del dolor sometiéndose a la razón. 


 El fin aquí comprende la naturaleza en torno a sufrir, la nihilización, ahora un chiste de mal gusto, a causa de la misma superación que la concluye y que reconoce la imposibilidad finita. Algo muy diferente en los Ogros, quienes sienten la necesidad de esconderla, reprimirla, evadirla y negarla a partir del ideal amedrentado que lo engendra, ciertamente, por pavor a la calumnia del "podría ser". Sufrir es natural, necesario, inexistencia inevitable, la debilidad transformada desde su deplorable pequeñez hasta la fortaleza más suprema e incomparable; todo esto si consideramos la aceptación de la mente ante el primer encuentro con la verdad patente y contraria, es decir, en el evento que la razón llega a justificarse a sí misma como partidaria de la acción integral del ser humano en referencia a su realidad como ente sufrido. 


De lo contrario, todo acaba en una guerra psicológica entre la naturaleza empírica de la información volitiva y la negación racional en la aceptación de ésta: el hombre depresivo común. Es un caso general que recuerda a Heráclito y el "todo fluye" de su devenir, particularmente, en la conversión de los opuestos y la voluntad que estos necesitan vaciar una vez exceden la degeneración imperativa del apetito o la moral. Con esto, se reprime la naturaleza cuando se busca la ley universal (kantiana) ya que el pensamiento masificado de las multitudes, la tradiciones y, en fin, los valores por sí mismos, se enlazan en la decisión racional sobre la naturaleza de mi realidad. 


La razón por lo cual lo trágico aborda su propia comedia se debe a la naturaleza egoísta del ser humano ante lo "superado", o dicho de otra manera, "aquello que es inferior a mí", "lo que humillé y vencí"; la comedia es, pues, la tragedia repetida; no tanto por la repetición del hecho mismo sino por la redundancia racional que recae sobre el objeto perdido a nivel analítico hasta consumirlo y. por tanto, minimizarlo. Aquí llegamos, nuevamente, a verificar la diferencia entre el depresivo y el sufrido, primero, cuando identificamos quién domina a quién y, consecuentemente, la expresión en torno a la victoria entre uno de ambos. El depresivo sería el "dominado", el "débil" y el "vencido" por el mundo exterior mientras que el sufrido será el "dominador", el "fuerte" y el "vencedor". Cosa que nos hace ver que la única similitud entre ambos es la angustia que contrasta a partir de la dominación (el sufrido que domina y el depresivo que es dominado). 


Para determinar el vencedor sobre la angustia todo es cuestión  de  visualizar la expresión del angustiado, particularmente, quien toma por aliado a la burla y lo absurdo, consecuentemente, lo superado, ante la verdad empírica de la sofocación inexistencial. Y resulta lógico que el más valiente de los inexistentes tome regencia en la comedia ya que demuestra, como un Bufón, la autosuperación de lo trágico, para existir nuevamente mediante la carcajada de la voluntad. 


Es por ello que el hombre cómico actúa naturalmente frente a la tragedia identificándose, a sí mismo, como un ente sufrido, como un peón del devenir que, a la vez, posee la emancipación de un dios con la autoridad completa sobre la experiencia melancólica y la percepción burlesca de una realidad deplorable. A esto hay que agregar la cualidad espacio-temporal respecto a la intensidad, la cual, concentrada en un mismo punto, es visionada por el Bufón como algo en menester de expansión; pensar en el futuro sufriendo por el pasado, pensar en el pasado sufriendo por el futuro y el presente, cuya actualidad material, ejerce la acción que expande la neutralidad auténtica de la razón.

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