jueves, 11 de octubre de 2012

ENSAYO SOBRE LA INEXISTENCIA DEL UNIVERSO 2




EL ANTIMUNDO

El destino de la especie humana, tanto de índole intelectual como sistematizada, no pende, en exclusiva, de su capacidad superior de libre albedrío. Las cualidades intrínsecas y las destrezas que pueden llegar a emancipar son obsoletas en ciertos entornos que denomino Antimundos. Comprenden de un potencial determinado por leyes físicas y sociales, en este caso, contrarias al sujeto, que fomentan la incapacidad del mismo para desarrollar su propio potencial. No hay ley o manera concreta para determinar la existencia del Antimundo, pues, irá siempre en proporción al individuo y su Hades personal. Es decir, un entorno cuya sustancia es, por sí misma, lo opuesto a la sustancia del individuo que la accede. Por lo que será subjetiva, personal y, en toda probabilidad, inexistente para todos salvo él mismo.

Empezaré por llamar el Antimundo la “mala suerte” o “mala racha”. Desde el punto de vista filosófico, consiste del potencial espacial-temporal que acuña una serie de circunstancias a cuya dialéctica caótica el individuo responde con una postura contraria a los eventos exteriores manifestados. La putrefacción de la voluntad debido a una razón apática que intuye su inexistencia en un entorno al que no corresponde. Estos instintos podridos provocan la acción física y psicológica en una escala desproporcionada a los sucesos acontecidos. En tanto que se actúa más rápido o más lento, más eficiente o más deficiente, más duro o más suave, etc. Y que, por mucho talento con el que se disponga objetivamente, es opuesto al código establecido y, por tanto, partidario de una dialéctica negativa. Mas, contrario a una dialéctica sencilla y corriente, la aparición del Antimundo se cimenta en la continuidad de las experiencias antagónicas y la conciencia que tiene el sujeto sobre las mismas. Entra en juego una sensación pesimista de los eventos sucedidos, los que suceden y los que están por suceder. La ideación de un mundo negativo modifica, por ende, la entrada de otras experiencias que, incluso siendo congruentes a la voluntad positiva del sujeto, son visualizadas en su antítesis como algo contrario y, consecuentemente, negativo. La constitución del Antimundo nace a partir de la voluntad perdida y la suma de eventos negativos que almacena su potencial temporalmente como días, semanas, meses o años existentes, y que conlleva, empero, a la inexistencia como existencia vivida negativamente; un sentimiento desvinculante del sujeto respecto al potencial espacial del entorno. Según este axioma, puedo enumerar todas sus manifestaciones.

El Antimundo natural o físico. Comprende de una zona real circunscrita a un espacio y tiempo determinado que entra en contradicción con el sujeto. Por ejemplo, si un campesino cultiva patatas y se encuentra una mañana con las cosechas nevadas, encontrará un antagonismo personal por la tierra congelada (espacio real) y la nieve (tiempo real). La situación expuesta se condiciona por el entorno que el sujeto ha ideado o creado y, en cambio, responde, materialmente, como un presencia externa antagonista. Sencillamente por que dicha ideación interpreta la “suerte” en el paradigma de tierra fértil (espacio irreal) y el sol (tiempo irreal) contrapuesta a la existencia acaecida como verdad. El Antimundo natural tiende a ser más general puesto que trata un hecho verdadero que repercute en varias facetas de la existencia colectiva. En el ejemplo anterior, consiste de un Antimundo que afecta a todos los campesinos destinados a esa zona, como tierra congelada y nieve, en tanto que afecta la productividad y la vida derivada en lo que llega a producirse y lo que no. Volviendo al esquema filosófico, la perdición o factor hadésico en contra del sujeto comprende la mala suerte de lugar, tanto del individuo como la zona donde sucede, para determinar la constitución del Antimundo y lo que, ontológicamente, procede la incapacidad de obrar, correctamente, dentro del mismo. De aquí la naturaleza impide el desarrollo de la función y el potencial se condensa hacia una entidad imperfecta, o bien, la inexistencia propiamente.

El Antimundo psicótico o personal. Tal como lo describía antes, su constitución repercute en la negatividad que reside, y a su vez, impide que lo positivo sea positivo y lo negativo deje de serlo. En este caso, se trata de una dimensión o permanencia en la esfera hadésica por uno o más hechos negativos que impulsan al sujeto hacia el caos contrario. Consecuentemente, la razón y la voluntad propias al individuo son reemplazadas por la perdición mientras que el eslabón que conlleva a su emancipación racional y volitiva se bloquea por la esencia irracional e involuntaria que la inhibe. El resultado es un mundo distorsionado donde se lucha contra ese antagonismo partiendo de las funciones inherentes a cada área (la razón defendiendo y la voluntad viviendo) y que, poseídas por la perdición, generan un producto ajeno a su función y el entorno que lo engloba. La pieza clave está en que, estando la perdición dentro del organismo, la razón y la voluntad luchan contra el propio ser hasta expulsar el virus hadésico como lo haría el cuerpo físicamente. No obstante, y en el sentido psicológico, estas últimas se contradicen en la medida que la razón clasifica todo negativo como recurso de adaptación para escudarse de la negatividad misma y la voluntad busca la euforia inmediata en actividades como el sexo, el alcohol, las drogas, e incluso, la muerte. En otras palabras, un Antimundo interiorizado donde la función defensiva de la razón es, más bien, ofensiva contra el ser y la función vital de la voluntad busca, en cambio, inexistir. La búsqueda distorsionada de la vida temeraria en la voluntad provoca una contradicción con el mecanismo defensivo racional que, exorcizado de la perdición, pretende evitar, entre tantas cosas, su extinción. La voluntad se limita a eludir el dolor. Y la mejor manera de eliminarlo es no tener la capacidad de sentirlo siquiera. La elección del suicidio que parte de la voluntad. Por lo que elegir, como facultad racional, se transfigura, más bien, en ceder a ella. Y la cualidad infernal del Antimundo psicótico es que, aparte del antagonismo que el ser emancipa consigo mediante la clasificación negativa de su entorno, se distorsiona y resulta, asimismo, inexistente. Por consiguiente, la locura es la inexistencia misma puesto que perdemos la capacidad de elección, contrapuesto, en este sentido, al propio existencialismo y el axioma sartriano que estamos condenados a elegir.

El Antimundo social o cultural. Depende de dos factores: la gente y las convenciones tradicionales que interiorizan. Toda zona y, específicamente, toda Nación comparte una serie de creencias congénitas a un grupo el cual, circunscrito territorialmente como Estado, conforman un imaginario simbólico. Dicho sistema ideológico contribuye a nutrir mentalmente a los miembros confinados al espacio (como territorio) y al tiempo (como conservación de las tradiciones). Por consiguiente, al introducir un miembro extraño a la creencia general habría, en primera instancia, un rechazo por parte de los demás miembros (en sentido social) y, en segunda instancia, un rechazo del individuo adverso a los comportamientos que éstos exhiben (en sentido cultural). Como resultado, el individuo de creencias adversas se ve incapacitado a interiorizar la cultura a la que se expone. Tanto por el rechazo de los demás miembros como por su propia cultura, pues, las creencias también ocupan espacio físico y material en el cerebro. Y no pueden ceder paso a las nuevas hasta que el sujeto deliberadamente rompa con las viejas ataduras de sus vivencias pasadas. El mejor ejemplo en la realidad sería el caso de introducir un palestino en Israel. Sus creencias musulmanas, como el sentido histórico que constituye su cultura, condiciona su inadaptación a la cultura judía que, por rechazo de los mismos a sus creencias y la contrariedad histórica que constituye el imaginario social, impide su integración y, a su vez, la voluntad de pertenecer por el imaginario personal que ha aprendido de una cultura, igualmente, contraria.

El Antimundo intelectual o alienado. Sucede en especies con un nivel de inteligencia superior a la media y la incapacidad de los mismos para adaptarse a un medio que no lo es. Analizándolo más a fondo, la inteligencia, por mucha autosuficiencia que pueda darle al intelectual, se queda corta en la necesidad humana en general de abarcar un sentido; si hablamos, concretamente, del entorno como fuente significativa del imaginario social o apolíneo statu quo. El sentido también implica la intoxicación por parte del entorno mediante elementos que inundan al ser con información coherente a la expectativa y cuyo caso intelectual es siempre superior en expectación a las banalidades cotidianas con poco o nulo sentido de su época. Un sentido inexistente en la realidad o verdad material que lo rodea y que, dialécticamente, genera un mundo contrario que aliena al sujeto del mundo cotidiano. Con lo cual, el intelectual se ve obligado a vivir una vida que no le es propia, y como facultad impropia a su voluntad, e igualmente hadésica, incluso, nociva para su percepción existente. El vacío en la realidad que suple un ideal inexistente motivado por la insatisfacción. Razón por la cual gran parte de los intelectuales son guerreros de causas idealistas, ermitaños antisociales o fantasmas subyugados al Sistema que aborrecen.

El Antimundo desenamorado o solitario. En contraste con el anterior, donde la alienación se estriba en una facultad mental insolvente de imaginarios, el Antimundo desenamorado surge de las emociones y, concretamente, las emociones de afecto que no son correspondidas. Como consecuencia del amor el cual, enfocado en un objeto, es desdeñado por el mismo y, a su vez, incongruente al objeto del objeto como idealización de amor, sin duda, ajeno al sujeto que lo desea, el mundo paralelo que emana es uno de dolor ante la inexistencia del amor correspondido del sujeto así como los celos del objeto no correspondido que corresponde a otro que sí lo es. Mientras que podemos hablar de un proceso temporal de aceptación marcado por depresiones que reconocen la imposibilidad de poseer su objeto, este Antimundo también se distingue por dos características que niegan reconocer esa imposibilidad. Por un lado, la negación radical del amor mismo refugiado en una conducta aversiva contra el género del objeto a escala universal, como también, la aceptación de una soledad perenne que deriva en una conducta asexual como mecanismo defensivo contra la inexistencia del objeto. Este principio deriva las frases, “Odio a los hombres o las mujeres (según sea el caso), no vuelvo amar, quiero estar solo, prefiero concentrarme en mi carrera, etc”. Por otro lado, el desamor sembrado por el desdén del objeto deseado, e igualmente, no correspondido o perdido, implanta una necesidad que, sea aceptada o no por el sujeto, requiere ser saciada, al menos artificialmente, hasta abarcar una simulación aproximada del amor ya sentido. No es otra cosa que la razón logre neutralizarla en el tiempo. Esto puede ser otro amor, la masturbación, el sexo casual, la comida, el alcohol, las drogas, etc. El hecho es que la razón no puede neutralizar o poner orden a las emociones hasta el exordio que supone una idea, incluso simulada, de esa neutralidad. Sin olvidar la independencia temporal del objeto para disipar la idea original del amor pasado que sigue registrando la necesidad desenamorada en su dialéctica negativa.

En resumen, los Antimundos son espacios de incoherencia respecto a un sujeto real que determinan la inexistencia del ser como tal. Sea por la perdición que inunda al mismo para negarlo como ser funcional existente o por la adversidad dimensional que impide que la función ontológica se lleve acabo. Una realidad que, en su defecto, disipa la autenticidad del ser por la noción de la inexistencia mediada por instintos podridos en un entorno antagonista. 

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